El Mercurio
Opinión

¿Cómo se espera evolucionará la educación superior?

José Joaquín Brunner.

¿Cómo se espera evolucionará la educación superior?

A nivel local, si bien predominan asuntos de coyuntura —disminución de la matrícula y educación a distancia con acceso desigual, entre otros—, estos coexisten con discusiones de mayor alcance y con preguntas sobre el sentido de esta enseñanza a largo plazo.

Una vez que el acceso a la educación superior (ES) se universaliza, como ha ocurrido en Chile, los desafíos se multiplican rápidamente. ¿Qué formaciones deben ofrecerse a estudiantes tan diferentes entre sí por origen, vocación y destino? ¿Cómo responder a través de ellas a las necesidades del mundo del trabajo, de la sociedad política y de individuos autónomos responsables de su existencia en común? ¿Cuáles son los medios formativos más adecuados para una enseñanza masiva y, a la vez, individualizada? ¿Cuántos meses o años se requieren para aprender una carrera en tiempos de la ley de Moore? ¿Quiénes deben financiar la educación superior y el aprendizaje a lo largo de la vida? ¿Cómo pueden combinarse ciencias, humanidades y técnicas en el plano educativo? ¿Qué experiencia esperamos tengan nuestras y nuestros estudiantes en la ES para luego poder orientarse en medio de una vida a la intemperie, rodeados de riesgos manufacturados por la propia civilización que hemos creado y de una radical contingencia, propia de culturas sin fondo?

Agréguense a las anteriores interrogantes aquellas otras derivadas de la pandemia que no son solo político-económicas y sanitarias sino, primordialmente, de carácter espiritual, ético y cultural; es decir, se hallan en el núcleo de la tarea educativa de la sociedad.

Como resultado de este cuadro, no debe extrañar que estemos abocados —en el campo intelectual de la ES— a un intenso debate respecto del futuro de aquella, tanto a nivel nacional, latinoamericano y global. La propia Unesco, organismo intergubernamental representativo de dicho campo a nivel mundial, encabeza un esfuerzo reflexivo en tal sentido, destinado a explorar ese incierto futuro. Y, en nuestro medio local, si bien predominan los asuntos de coyuntura —disminución de la matrícula; educación a distancia con acceso desigual a los medios tecnológicos de base; agobio de estudiantes, docentes e investigadores; presión por rendir más con menos recursos; una legislación sectorial enmarañada que genera más problemas de los que resuelve— estos coexisten, sin embargo, con discusiones de mayor alcance y con preguntas sobre el sentido de la ES en una perspectiva de largo plazo.

Lo primero que parece claro en esa dirección es que la antigua imagen de una ES erigida como un espacio privilegiado del amor sciendi —deseo puro por el saber, su conservación, cultivo erudito y transmisión intergeneracional— ha cedido lugar a una nueva imagen, la de un espacio que opera como un ecosistema de conocimientos en interconexión con múltiples otros ecosistemas (R. Barnett).

Como tal tiene cierta coherencia interna —así no sea más que la de una ‘anarquía organizada’—, pero sus propias dinámicas son desordenadas, creativas y contradictorias. Pues ellas dependen de interconexiones con múltiples otros espacios: las diferentes clases y estratos de la sociedad, los mercados y la economía, el medioambiente natural, la esfera de la política, la cultura y sus tradiciones, los procesos de aprendizaje que ocurren en todos esos distintos frentes, los cambiantes estados subjetivos de la conciencia colectiva y la idea de sí misma que la propia institución de la ES ha adquirido a lo largo de la historia.

Esta nueva imagen y práctica ecológica se proyecta al futuro de la ES como un espacio continuamente más y más diverso y complejo, en constante transformación como resultado de esos infinitos puntos de contacto con los demás ecosistemas, cada uno de los cuales genera estímulos en diferentes direcciones, provocando un aumento imparable de la diversidad de modalidades de ES.

Algo de esto vemos surgir desde ya frente a nosotros; lo antiguamente sólido en este sector se licúa y da lugar a flujos inestables, mutaciones e innovaciones. El aura tradicional de la academia se difumina, instituciones centenarias se convierten en organizaciones multipropósito, el conocimiento —antiguamente concebido como un don de Dios, más tarde como un bien público— se mercantiliza y deviene en una nueva moneda internacional.

Particularmente complejas en la dimensión de sus interconexiones son las universidades contemporáneas, al ser hogar de la investigación en todas las disciplinas y campos del saber y de la educación en todos los ámbitos profesionales. Pero, además, están imbricadas con hospitales y laboratorios, medios de comunicación, inventos tecnológicos, construcción de narrativas sociales, las artes y humanidades, grupos del establishment y estratos sociales emergentes, el Poder Judicial, movimientos espirituales, generaciones que coexisten temporalmente, religiones y la crítica de ellas, y con los vaivenes de la política y los ciclos de la economía. Nada de lo humano, pero tampoco de las máquinas, los dioses y las constelaciones, les es ajeno.

Por lo mismo, como se prefigura desde ya en los debates sobre el futuro de la ES, hay una cantidad de distinciones conceptuales y comprensiones heredadas que han comenzado a volverse obsoletas y a las que nos aferramos inútilmente, pues impiden aproximarse a los futuros posibles y sus desafíos. Sobre todo dicotomías reduccionistas —como ciencias/humanidades, ES estatal/privada, colaboración/competencia, grados /títulos, etc.— en vez de ayudar a la reflexión y la crítica son esencialmente conservadoras e incluso, literalmente, reaccionarias. Impiden pensar y conversar fuera de los moldes convencionales, reconocer interpretaciones alternativas y explorar nuevos horizontes. Es hora pues de superarlas; lo que, como sabemos, significa integrarlas en un plano más elevado de comprensión.