La Segunda, 18 de febrero de 2014
Opinión

Confusión y silencio estival

Leonidas Montes L..

El futuro ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, y el círculo de hierro que rodea la empática y hermética figura de la Presidenta electa ya enfrentan el fuego amigo. Y con buenas razones. El espectáculo que han generado algunos cuestionados nombramientos es políticamente preocupante. Y públicamente sorprendente.

Recuerdo que el Presidente Piñera, ante los permanentes ataques por sus eventuales conflictos de interés, dijo que todos tienen su corazoncito y que sólo los santos no tenían conflictos de interés. A mi juicio, lo primero es correcto. No así lo segundo. Incluso los santos, que pregonan una vida en el más allá, tienen conflictos de interés. Ellos viven y predican la mejor forma de vida para alcanzar el Paraíso. Por eso los santos, a menos que sean egoístas o vivan en una celda, también tienen un conflicto de interés: quieren que seamos buenos, nos caiga la gracia y alcancemos la vida eterna. Y para ello el corazón —todos lo tenemos— los conduciría a guiarnos por el buen camino.

El conflicto de interés es una potencialidad que puede hacerse realidad o no. Muchas veces está presente. Pero se ha generado una especie de confusión y paranoia en torno a este concepto. Por ejemplo, la subsecretaria de Educación, Claudia Peirano, fue forzada a renunciar por “conflictos de interés”. Se argumentó que su ex marido, un sostenedor, habría lucrado con la educación. Y peor aún, ella también habría asesorado a diversos establecimientos. Algunos dirigentes estudiantiles —los mismos que critican a los estudiantes venezolanos que añoran la libertad— pusieron el grito en el cielo: ¡ella apoya el lucro y no cree en la educación gratuita! Vaya herejía. El final de la historia es conocido. Peirano tuvo que renunciar. Su pecado: el lucro y su ex marido.

Ahora se cuestiona a la subsecretaria de las FF.AA., Carolina Echeverría, por otro supuesto “conflicto de interés”: es hija de un coronel formalizado por una causa de derechos humanos. El punto de fondo es que todos estos críticos pertenecen a esa peligrosa especie de socialistas conservadores y galtonianos dueños de la verdad. ¿Debe ser un ciudadano culpado o estigmatizado por lo que hizo su padre, su madre, su marido, ex marido o quien sea? Al final, ¿somos individuos libres y autónomos o estamos determinados por nuestros cercanos? No hay que ser liberal para conocer la respuesta. Sólo se requiere un poco de sentido común.

La verdad es que todo esto es simplemente ridículo. Y me recuerda cuando el Presidente Lagos le dio la nacionalidad a Horst Paulmann. Un hombre de esfuerzo que partió atendiendo un boliche y vendiendo frutillas. Formó un imperio a punta de su inteligencia, esfuerzo y trabajo. En Estados Unidos sería un héroe. Pero en Chile, apenas le dieron la nacionalidad, nuestros socialistas conservadores se opusieron porque, aparentemente, su padre habría estado involucrado con los nazis. A algunos socialistas, claro está, no les gustan las diferencias.

Y ahora vamos a los nombramientos más recientes. Los griegos solían hablar de ethos con “épsilon” o “etha” —una “e” corta y otra larga—, distinguiendo los hábitos y las costumbres, del carácter propiamente tal. No en vano Aristóteles pensaba que la costumbre (el ethos con épsilon) forjaba el carácter (el ethos con etha). Esto equivale a decir que mediante la experiencia y la práctica aprendemos a ser virtuosos o buenos. Lo que está en juego con estos nombramientos es una cuestión ética, donde la costumbre y el carácter se relacionan con la virtud pública.

En términos simples, si somos estrictos con la potencialidad de los conflictos de interés, debemos serlo aún más con la ética pública. Algunas futuras autoridades presentan casos de irregularidades en gastos públicos, sumarios peliagudos e incluso deudas impagas (algunos rápidamente las saldaron). Incluso apareció un subsecretario picarón que, a la vieja usanza de aquellos radicales de antaño, tuvo que pagar una multa por “tocación de glúteos” a una mujer en el Metro. Si todo esto puede resultar gracioso en medio del calor veraniego, las vacaciones no justifican el inexplicable silencio de las futuras autoridades.