La reciente decisión de convocar a una ‘asamblea nacional constituyente’, sin que haya mediado ninguna demanda popular, sino solo la voluntad unilateral del régimen, significa que Maduro se atribuye a sí mismo el poder constituyente.
Maduro ha violado sistemáticamente la Constitución de su país. Pero sus últimas andadas indican que ha decidido una desesperada fuga hacia adelante, radicalizando la dictadura.
Ahora el chavismo se organiza para devorar a su propia Constitución. A la vista y paciencia del clamor universal, que al fin ha caído en la cuenta de que guardar las apariencias democráticas y hacer elecciones con cierta regularidad no concede créditos ciertos y seguros de verdadera democracia.
El gobierno bolivariano hace gala de que su Constitución es «la mejor del mundo» y su sistema electoral, el «más moderno, avanzado» y confiable. Pero bastó que en las últimas elecciones parlamentarias la oposición democrática ganara de modo rotundo y contundente, para que entrara en acción la maquinaria totalitaria: en primer término, la autoridad electoral eliminó arbitrariamente los mandatos de tres elegidos, impidiendo así que la oposición lograra el 75% de los escaños de la Cámara, que es el alto quórum para una destitución del Presidente por la vía parlamentaria. En seguida, Maduro bloqueó la recolección de firmas para convocar a un referéndum revocatorio, que de ganarse permitiría su remoción del poder y la realización de elecciones para elegir un nuevo Presidente.
Y en fin, hace un año anunció que cancelaría todos los poderes de la Cámara de Diputados, operación que encargó a la Sala Constitucional del Tribunal Supremo. Los jueces secuaces así lo hicieron y se atribuyeron a sí mismos las facultades del Poder Legislativo. Este evidente intento de eliminar totalmente a uno de los tres poderes fundamentales del Estado y de la división democrática de poderes causó tal conmoción en la opinión pública mundial, que Maduro se vio obligado a dar marcha atrás, compeliendo a los jueces prevaricadores a anular su propia decisión.
Este ominoso acto, que se desplegó en solamente tres días, dejó claro que el gobierno chavista actúa usando atajos aparentemente legales para burlar su propia Constitución. Venezuela tiene un Poder Legislativo que no puede ejercer sus funciones constitucionales porque el gobierno no se lo permite. El gobierno chavista ha logrado desvirtuar la neutralidad política de las Fuerzas Armadas, reduciéndola a un brazo armado de la «revolución socialista del siglo XXI», violando así preceptos constitucionales.
En pasadas ocasiones, Maduro ha montado «diálogos» con la oposición, incluyendo mediadores y veedores extranjeros. En la última edición de estos montajes, en un viaje exprés a Roma, Maduro consiguió el concurso del Papa Francisco para que la Santa Sede participara y le diera legitimidad a este operativo artero y mentiroso. Ahora todos saben que las palabras de Maduro son falsas, porque sus «diálogos» no son para llegar a consensos y concesiones mutuas, sino una artimaña para dividir y debilitar a la oposición, y, sobre todo, para manejar los tiempos políticos a su voluntad y favor. Hitler logró hacer creer a líderes bobalicones, como Neville Chamberlain y Eduard Daladier, que su intención era construir la paz de Europa, y así consiguió que avalaran la invasión nazi a Checoeslovaquia y darse el tiempo para preparar la invasión de Polonia.
Pero hay algo que, a mi juicio, es definitivo para asegurar que el gobierno chavista es una dictadura. La reciente decisión de convocar a una «asamblea nacional constituyente», sin que haya mediado ninguna demanda popular, sino solo la voluntad unilateral del régimen, significa que Maduro se atribuye a sí mismo el poder constituyente. Se configura así una dictadura soberana. Nadie se había atrevido a cuestionar la Constitución del «Comandante Eterno», pero los resortes despóticos del régimen -el despotismo mantiene en estado de minoridad y dependencia a sus sujetos- han responsabilizado a la Constitución de carecer de suficiencia revolucionaria.
En efecto, la maravillosa Constitución de Chávez debe ser sometida a la cirugía de un proceso constituyente, porque hay que «perfeccionarla». No se sabe aún en qué consiste ese perfeccionamiento. Pero sí se sabe que la «mejor Constitución del mundo» no cumple hoy con los fines de la revolución. Y esta es la verdad: la última ratio del chavismo es la revolución y, en cambio, la Constitución no es sino un mero conjunto de reglas formales que solamente tienen validez en la medida en que sirvan eficazmente a la obra revolucionaria. La nueva Constitución conservará la esencia socialista de la antigua y redefinirá su escatología, su punto de no retorno y el final de la democracia representativa, el pluralismo y el capitalismo.