OPINIÓN / El Mercurio
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Coronavirus y liberalismo

Leonidas Montes L..

Coronavirus y liberalismo

Si reflexionamos sobre el llamado a quedarse en casa, es un llamado a cuidarnos para cuidar a los demás. Nos preocupamos de nosotros mismos para ayudar a los otros. Esta es la idea del interés propio de Adam Smith, o del amour de soi de Rousseau.

Cuando los principios más básicos del liberalismo -vida, libertad y propiedad- están en juego, el naipe de la sociedad se altera. El coronavirus ya repartió sus cartas. Cuidamos la vida con medidas sanitarias. Coartamos la libertad con aislamiento y prohibiciones. Y vemos amenazado nuestro bienestar. En resumen, todo lo que es propio, tambalea. En cierto sentido esta crisis nos permite valorar los fundamentos del liberalismo y nos aleja de las caricaturas que se han construido en torno a éste.

Si reflexionamos sobre el llamado a quedarse en casa, es un llamado a cuidarnos para cuidar a los demás. Nos preocupamos de nosotros mismos para ayudar a los otros. Esta es la idea del interés propio de Adam Smith, o del amour de soi de Rousseau. En cambio, el egoísmo, el self-love de Smith o el amor-propre de Rousseau, son moralmente reprobables porque se relacionan con la vanidad. En cambio, cuidarnos, preocuparnos de lo propio, lo íntimo y lo cercano se extiende hacia los demás. Este es el mensaje del coronavirus.

La mano invisible, la metáfora más famosa de la historia del pensamiento económico, se refiere a esto último. Según el padre de la economía, cada persona motivada por su propio interés frecuentemente promueve el interés de la sociedad (notar que, así como interés propio no es egoísmo, frecuentemente tampoco es lo mismo que siempre). Es moralmente aceptable y socialmente deseable que cada uno se preocupe de lo propio en su sentido más amplio, más allá de lo material y pecuniario.

Pero todo este virtuoso entramado que vincula y conecta lo propio con lo público, ocurre bajo una concepción de la competencia y del mercado que difiere de la ley de la selva o de la sobrevivencia del más fuerte. Al observar el fenómeno del comercio y el progreso, nos recuerda Smith, pareciera que existiera “asistencia y cooperación” entre las personas. De hecho, si pensamos en las complejidades detrás de la producción de cualquier bien, aparece una coordinación espontánea que nada ni nadie podría planificar de mejor manera. El interés propio, bajo ciertas reglas y normas, permite la competencia como un fair play en la cancha del mercado.

Adam Smith también nos recuerda que el fundamento de una economía social de mercado es la “propensión al intercambio”. Pero no se trata de cualquier intercambio. No somos perros que mordemos y peleamos por un hueso. El intercambio entre personas es “honesto y deliberado”, o sea, combina justicia con razón, moral con información. En definitiva, complementa ética y economía. Y si además recordamos esa otra facultad Smithiana de la empatía (sympathy), esto es, esa capacidad para ponernos y proyectarnos en los zapatos del otro, entendemos lo que hay en juego detrás de esta crisis. Es el mercado en su más amplia y genuina expresión.

En esta crisis la competencia como cooperación ha surgido con fuerza. Es la mano invisible que mueve la rueda de la sociedad. Basta ver todas las iniciativas que involucran al Estado, bajo el timón del gobierno, con empresarios, académicos y representantes de la sociedad civil. Hasta ahora Chile ha enfrentado con éxito el coronavirus. Los esfuerzos para empujar el carro de la alicaída oferta y demanda, cuidando la vida, la libertad y la propiedad, así lo demuestran. Este es el momento de la acción colectiva, de la flexibilidad y de poner a prueba nuestra capacidad de adaptación.

Pero los naipes se barajan con mano veloz. La fea cara de la crisis económica ya se asomó. El desempleo se disparó. El déficit fiscal rondará el 8% del PIB. Y nuestra deuda, el 40% del PIB. Si la profunda crisis del 82 la enfrentamos bajo una dictadura, esta crisis la estamos enfrentando en el mercado de la democracia liberal. Es el tiempo para el juego honesto y deliberado. Y es también el tiempo para la austeridad y la responsabilidad. Vaya desafío.