El Mercurio
Opinión

Corrompiendo la dignidad republicana

Leonidas Montes L..

Corrompiendo la dignidad republicana

El llamado “supermartes” fue un día triste. La “ley lázaro”, y todo lo que sucedió a su alrededor, un episodio para el olvido.

Dos palabras con un profundo sentido político retumban ante el espectáculo que nos ha brindado la Cámara Baja: corruzione y dignidad.

Desde la antigua Roma, la corrupción, como un acto de degradación o deterioro de la República, ha jugado un rol importante en la historia política. Esta antigua idea resucita en el quattrocento, pasa por la mágica pluma de Maquiavelo hasta llegar a los republicanos clásicos. Pensadores como James Harrington y Algernon Sydney se tomaron muy en serio el concepto de corruzione. Esta “corrupción” no es la coima, el soborno o lo que se relaciona con el dinero. Es un concepto que trasciende lo material. Es poner el interés propio por sobre el interés público cuando se ejerce un cargo o posición pública. Por cierto, es una prueba exigente, muy exigente. Casi sobrehumana. Pero tiene un significado social y un sentido moral de compromiso con la República. Y con los demás.

También está la manoseada y tergiversada dignidad. La dignitas clásica es otra idea profunda que, contrario a lo que nos han hecho creer, tiene que ver con ciertas formas que reflejan un fondo. La dignidad republicana es el prestigio, la reputación y el honor de los que tienen la autoridad y el poder. Es el valor del que busca la gloria y no la efímera fama, del que busca el bien de la República, y no solo su interés personal (o su propia reelección). La dignidad republicana transmite y comunica una estatura moral, un compromiso cívico que va más allá del aplauso fácil. Como diría un republicano clásico: muchos gozan y celebran la fama del momento, pero al final son muy pocos los que alcanzan la gloria. La verdad es que no ha sido una semana gloriosa para la Cámara Baja. Tampoco republicana o liberal.

En la tradición liberal, el concepto de dignidad fue recogido por Kant e interpretado desde una perspectiva moral. En una especie de cruce o posta entre la tradición republicana y liberal, la dignidad para Kant es tratar a las personas como un fin y no como un medio. Cada uno es uno en sí mismo, y nadie es algo para algún fin. Esto se relaciona, por supuesto, con los valores del respeto y la tolerancia. No podemos ser usados ni sometidos a los caprichos de otros. Nada más alejado de la dignidad que usar la autoridad sin sopesar el daño que se le hace a la República.

Pero no solo hay que mirar lo que pasó desde el Olimpo de las ideas, sino también desde la realidad. Diputados viajaban como si vivieran una epopeya digna de Games of Thrones. Un gorrión de la fe surcaba la carretera de noche. Este viaje épico se transmitía en vivo. Nuestro héroe parecía Ulises protagonizando su propia Odisea. Otro diputado, sin tanta fanfarria ni ilusiones heroicas, viajaba motivado por un interés más terreno. Quiere ser senador. Pero no le importó romper las reglas. Sus amigos lo ayudaron a entrar. Usando algún ardid, logró ingresar por la puerta trasera para esquivar el control sanitario. Todo esto, por cierto, más allá de la ley. Así nuestra autoridad nos enseña que algunos están más allá de la ley que es para todos. Y lo que es peor, que esta se puede vulnerar si hay un interés personal de por medio. La trampa se convierte en ejemplo republicano. La corrupción y carencia de dignidad, en costumbre.

Sabemos que el poder corrompe. Pero también vemos cómo la dignidad y autoridad republicana se corrompen. El llamado “supermartes” fue un día triste. La “ley Lázaro”, y todo lo que sucedió a su alrededor, un episodio para el olvido. Se hablaba de una “maratón”, pero vimos un correteo histriónico. Tal vez otra galopada de los protagonistas de la fama. La verdad es que cuesta imaginar otra puesta en escena tan autodestructiva para nuestra alicaída autoridad política. En fin, se puede denigrar la dignidad, se puede caer ante la humana corrupción, pero no se puede renunciar a la República.