La Tercera, 16 de agosto de 2015
Opinión

Cuando los hechos hablan

Leonidas Montes L..

Después de permanecer un año y medio trabajando y viviendo en Estados Unidos, regresar a Chile es toda una experiencia. El ambiente ha cambiado. Y mucho. A comienzos del gobierno de Bachelet nadie hubiera imaginado que su desaprobación sería mayor a la de Piñera en su peor momento. Nadie tampoco hubiera imaginado la rápida reacción de la sociedad chilena ante la arremetida refundacional con reformas mal pensadas.

Quienes venimos advirtiendo hace tiempo acerca del errado diagnóstico de la realidad social, económica y política que inspiró al sagrado programa de la Nueva Mayoría, no deberíamos sorprendernos tanto. La gráfica y cruda metáfora de la retroexcavadora fue alimentada por un grupo de intelectuales que hicieron fe de una realidad que abruptamente se convirtió en antirrealidad. Los mecánicos y choferes de la retroexcavadora, en vez de preguntarse por la falla y parar para resolverla, ahora buscan argucias y pretextos para seguir a toda máquina. Es cierto que la maquinaria pesada todavía echa humo. Pero estamos en democracia: muchos políticos de esa larga fila que hace un año se peleaba por aparecer en la cabina, ahora lo pensarán dos veces. Al contrario de lo que algunos iluminados creen, la gente no es tonta.

Algo que caracteriza a muchos intelectuales de izquierda es que creen saber lo que es mejor para la sociedad. Respiran y transpiran dogmatismo. Ni siquiera el peso de la realidad los lleva a cambiar de rumbo. Ellos no se equivocan. Si bien la mayoría de los ciudadanos -sin incluir, por supuesto, a los que se sacan selfies con la Presi- ha reaccionado de manera rápida y contundente, nuestros iluminados poseen una razón inmune a la realidad. Habría que recordarles esa frase atribuida a Keynes: “Cuando los hechos cambian, cambio de opinión. ¿Qué hace usted, señor?”.

Existía consenso respecto de la importancia de recaudar más para mejorar nuestra educación pública. Arenas, ahora convertido en el gran economista de la Cepal, se mantuvo firme en su convicción de que el FUT era el corazón de la reforma. Todo partió con un proyecto teórico y salió de la cocina un entuerto pegoteado con cola fría. Ahora se habla de simplificar, cuando la verdad es que se trata de desenredar.

La primera vez que vi un noticiario a mi regreso fue notable. Prendo el televisor y veo al conductor frente a dos montones de papeles. Parte el noticiario y levanta un documento diciendo “esta es la reforma tributaria, que tiene 180 páginas”. Dice que para aclararla el SII ha emitido una serie de circulares. Deja ese documento y levanta el otro montón de papeles agregando: “Aquí hay 400 páginas para explicar la reforma tributaria”. Mientras lo baja, remata: “Pero estas son sólo 10 circulares, faltan todavía 40”. El sentido común lo dice todo.

Hay que reconocer, además, que el arte de comprender o descifrar una circular del SII es todo un desafío intelectual. Es cierto que somos un país legalista, pero no debemos olvidar que Andrés Bello escribía simple y claro. Eso sí, en este mar de confusión, interpretaciones y aclaraciones, hay grandes ganadores. Las auditoras, que hace poco habían visto su prestigio perjudicado, este año se beneficiarán con ingresos récord. Asimismo, ejércitos de abogados y una miríada de asesores tributarios celebran este enredo dando consejos y emitiendo informes a una clientela confundida y perpleja. Sólo cabe esperar que el ministro Valdés tenga éxito simplificando la reforma.

En educación, el otro loable objetivo, la situación es tan compleja como lamentable. Si bien la intención era mejorar la calidad de la educación de los más desfavorecidos, el resultado podría ser lo opuesto. Y del tema universitario, para qué hablar. Seguimos con el sueño regresivo de la educación universitaria gratuita. Tendremos malas universidades públicas, unas pocas buenas universidades privadas y mayor segregación. Así, la lenta y gradual agonía de la Universidad de Chile será inevitable. Sólo bastaba mirar al otro lado de la cordillera y ver lo que sucedió con la UBA. ¿Es tan malo nuestro sistema de un crédito con tasa máxima de 2% que se pagaría mensualmente con un tope del 10% del sueldo, condonando la deuda si no se puede pagar?

Como suele suceder con las políticas públicas inspiradas por la trasnochada utopía socialista que campea en los círculos de poder, los objetivos derivan en lo contrario. El sueño de la inclusión es sólo un ejemplo. Para qué hablar del mérito. Si en esta borrachera de insensatez hasta el Instituto Nacional tiene sus días contados.

Y ahora viene la reforma laboral. Cuando los países entienden que el mundo ha cambiado, en Chile volvemos al siglo XIX. El foco está muy lejos de los desafíos del siglo XXI. Si ni siquiera importa el empleo. Sólo se habla del trabajo y de los sindicatos. Es triste, pero la discusión escapa de todo lo razonable. Si hasta un ministro y el mismísimo presidente de la Corte Suprema aparecieron dictando cátedra acerca de temas laborales, ignorando que durante la discusión de esta reforma la separación del Poder Judicial y Legislativo debería ser respetada.

La ministra Rincón también se ha mostrado “firme con los trabajadores”. Y ahora se lanzó contra la Superintendencia de AFP. Una cosa es proponer mejorar o modificar la legislación vigente, pero otra muy distinta es un ministro de Estado vulnerando la autonomía de nuestras instituciones. ¿O acaso debemos esperar una próxima arremetida ministerial contra el Banco Central o la SVS?

Todas estas señales son preocupantes. Ya hemos visto casos de filtraciones del Ministerio Público y del SII. Y sabemos que existieron presiones políticas que todavía no se aclaran. Cuidar y velar por la autonomía de nuestras instituciones es fundamental. Dejarlas vulnerables, al capricho o arbitrio del poder político, es el inicio de ese despeñadero que condujo a nuestros vecinos a esa larga e irreversible crisis, a ese juego de la política por el poder. Y no de la política por el país.