La Tercera, 19 de mayo de 2013
Opinión

Cuidar el capitalismo

Leonidas Montes L..

La economía, a veces vale la pena recordarlo, se sustenta sobre la base del intercambio. No en vano Friedrich Hayek, como reacción ante el desarrollo de la economía como una serie de modelos matemáticos con aspiraciones predictivas, propuso no hablar más de ciencia económica. Proponía, en cambio, hablar de “catalaxia”. Y la catalaxia es precisamente la palabra que en Grecia clásica se usaba para referirse al intercambio. Literalmente, catalaxia también quería decir “cuando un enemigo se hace amigo”. Hayek celebraba esta acepción ya que, como bien sabemos, el comercio y la apertura comercial cumplen precisamente con este objetivo. Dicho de otra forma, el intercambio nos acerca o nos hace amigos (solo piense en lo que hoy está sucediendo entre Chile y Perú). Pero muchas veces el intercambio nos puede hacer enemigos. Este es el fenómeno que hoy estamos viviendo en Chile.

El intercambio, como fenómeno económico, parte de una premisa fundamental. Como nos enseñaba Adam Smith, en un mercado competitivo el intercambio debe ser “honesto y deliberado”. Ambos adjetivos no son casuales. Puedo robarte tu billetera, lo que literalmente es un intercambio. Pero este no es ni honesto ni deliberado. Puedo firmar un contrato, el que leo con atención. Este intercambio puede ser deliberado, pero no necesariamente honesto si la letra chica esconde información. Con una componente racional y ética, el intercambio “honesto y deliberado” es la base de una economía social de mercado. Por eso los economistas, cuando analizamos las curvas de oferta y demanda, encontramos en la intersección aquel precio al cual se intercambia cierta cantidad. Y ahí vemos un excedente del consumidor y un excedente del productor. Esto es gráficamente simple, pero intelectualmente profundo. Cuando se produce un intercambio, en condiciones de mercado competitivo, tanto el consumidor como el productor se ven beneficiados. Y es precisamente ese beneficio mutuo, lo que antes podíamos llamar “lucro”, lo que mueve la economía.

El interés propio, en la naturaleza humana, es un impulso poderoso. Por esta razón David Hume argumentó que para establecer reglas de justicia debemos suponer que todos somos pillos. Y son estas reglas de justicia las que permiten una combinación virtuosa entre ese interés propio que “frecuentemente” promueve el interés general. Esta es la famosa mano invisible de Adam Smith. Hume y Smith sabían que el apetito por maximizar la utilidad puede desbordarse. Por eso desconfiaban de los empresarios y políticos. Un monopolista sin restricciones buscará el precio que maximice su utilidad. Entonces es necesaria la regulación que promueva o emule la competencia. Y un político irresponsable, por ganar más votos o popularidad, puede afectar el interés general. Es necesario un estado de derecho, con reglas claras, que restrinja este incentivo perverso.

Considerando la naturaleza humana y la importancia del intercambio, el capitalismo requiere de cierto cuidado. Es la tesis que Raghuram Rajan y Luigi Zingales, de la Universidad de Chicago, proponen en su Saving Capitalism from the Capitalists (2004). Dicho de otra forma, el capitalismo es como el fútbol: requiere reglas para que los jugadores puedan jugar un buen partido.

Las leyes del consumidor, o mejor dicho, los derechos del consumidor han evolucionado con el desarrollo de nuestra economía de mercado. En un sentido estrictamente económico, el intercambio genera beneficios a ambas partes. Pero el beneficio del consumidor requiere de ciertas garantías, de reglas claras para cuidar el intercambio. Lo que está sucediendo en Chile es algo propio de un país que se desarrolla. ¿Recuerda usted lo que significaba cambiar un producto hace solo unos 10 años en una gran tienda? ¿O si un artefacto salía fallado? Había que hacer el reclamo, llevar el aparato a un centro especial, etc. En definitiva, existían elevados costos de transacción para el consumidor. Hoy es mucho más sencillo. Y si nuestro país sigue creciendo, será cada vez más fácil.

El riesgo de este fenómeno es político: los consumidores poseen más votos que los productores. Esta realidad nos exige ser cuidadosos, sobre todo en un año electoral. El empate político entre el caso Cencosud y el caso BancoEstado es un ejemplo. Claramente ley pareja no es dura. Pero los abusos están latentes para la opinión pública. Y hay justificadas razones para ello. Sin embargo, como dijo alguien por ahí: no abusemos de los abusos.

En una carta del 20 de agosto de 1829, don Andrés Bello narra sus primeras impresiones al llegar a Chile. Echa de menos la pintoresca vegetación de su país, sus cultivos y la vida intelectual de Caracas. Agrega, sin embargo, que “en recompensa se disfruta aquí por ahora de verdadera libertad; el país prospera; el pueblo, aunque inmoral, es dócil”. Ciertamente gozamos de libertad y prosperidad, pero los chilenos ya no somos tan dóciles. A pasos de alcanzar el desarrollo, la prosperidad nos impone nuevos desafíos para cuidar el intercambio, que es la base de la economía.

El Sernac ha adquirido un poder que antes no tenía. El nuevo director de esta institución ha sido claro y enfático señalando que la defensa de los consumidores no es una caza de brujas. Es parte del desarrollo de una nueva institucionalidad cuyo objetivo es proteger a los consumidores frente a los productores. En definitiva cuidar el intercambio es, parafraseando a Rajan y Zingales, cuidar el capitalismo de los capitalistas. Solo así se logrará esa “catalaxia” que Hayek tanto admiraba.