Los primeros tres encuentros de Michelle Bachelet con jefes de Estado de otros países fueron una señal que no pasó desapercibida en el complejo mundo de las relaciones internacionales. Cristina Kirchner, Rafael Correa y Dilma Rousseff. Estos coqueteos en materia de relaciones internacionales fueron curiosos. Quizá obedecieron a una deliberada política exterior para criticar o desechar lo hecho por el gobierno de Piñera. Mal que mal la Alianza del Pacífico tuvo como promotor a Piñera. Si el gobierno de la Alianza puso su mirada en el oeste, el nuevo gobierno debía cambiarla al este. Por su parte, el canciller Heraldo Muñoz declaraba que “hay cierta arrogancia al pensar que somos un modelo, cuando no lo somos”. Basta darse una vuelta por las mejores escuelas de Políticas Públicas del mundo para constatar que el prestigio de Chile no es arrogancia. Es un hecho. Chile ha sido un ejemplo a seguir y las frías cifras avalan esta realidad. Países como Perú y Colombia se han desarrollado en base a nuestra experiencia.
Más curiosa aún resulta la reciente gira de Bachelet por África. Mientras promovía la lucha por la igualdad de género, aprovechó de visitar Angola. A casi nadie le importó que se reuniera con el dictador Jose Eduardo dos Santos. Dos Santos se educó en Azerbaijan, cuando era parte de la órbita soviética. Quizá inspirado por el socialismo de aquel entonces, tomó el poder y nunca lo ha soltado desde 1979. En ese país hay serios problemas de DD.HH. y la corrupción es grotesca y brutal. Aunque en Angola el 70% de la población vive con menos de 2 dólares al día, la hija del dictador, Isabel dos Santos, es la mujer más rica de África. Y claramente su fortuna – mejor dicho el botín familiar de más de 3.000 millones de dólares – no se debe a su habilidad para los negocios. Imagínese qué hubiera sucedido si Piñera hubiera ido de visita oficial a Angola, se reuniera y cenara con el dictador y más encima su ministro de Energía hubiera anunciado la compra de petróleo a Angola.
En una última curiosidad, el ministro de Defensa, Jorge Burgos, declaró que “los chilenos no estamos orgullosos de la actitud de la dictadura en la Guerra de las Malvinas”. Quizá estas declaraciones también obedecen a alguna desconocida estrategia diplomática. Todos sabemos que Chile apoyó a Inglaterra. Pero no hay que olvidar el contexto. Estuvimos al borde la guerra por las tres islas Picton, Lennox y Nueva. Después de un arbitraje ante la reina Isabel, iniciado bajo el gobierno de Allende, Argentina no reconoció el laudo arbitral en 1978. El Papa propuso otra solución en 1980. Fue aceptada por Chile, pero no por Argentina. En 1982 Argentina invadió las Malvinas, salvándonos de la guerra. Aunque desconozco esta historia en profundidad, tengo la impresión de que la Junta Militar hizo un buen trabajo para evitar la guerra con Argentina. ¿O sugiere el ministro Burgos que hubiera sido mejor esperar amistosamente que Argentina nos invadiera? A veces, en política exterior y diplomacia, sólo cabe especular.