El Congreso parecía el arca de Noé. Lo más granado de nuestra fauna política estaba reunido a la espera del mensaje presidencial. Michelle Bachelet llegó con la debida pompa que exige la ceremonia. Después de los saludos de rigor, antes de entrar a un salón privado, creí escucharle que tenía que hacer ‘un giro a la derecha’. Este tipo de salidas de libreto, junto a su sonrisa, le sientan bien.
A las 10 en punto entra al ruedo. La gran familia de la Concer tación la aplaude hasta que las palmas enrojecen. Algunas mujeres se esmeraban más de la cuenta, pero la euforia disminuye cuando Eduardo Frei, con voz profunda, invita a la Presidenta a rendirle cuentas al país.
Bachelet inició su discurso diciendo que este año ha sido intenso: de luces y sombras. Para despejar rápidamente lo urgente, reconoce nuevamente las falencias de diseño e implementación del Transantiago. Ya sabemos que las cosas se hicieron mal, pero lo reitera. Se pone colorada -esto, que es bastante poco común entre nuestros próceres de la Concertación, debe valorarse- y aclara que es hora de buscar soluciones. Sin embargo, aún no es claro que un zar del transporte y un administrador, junto a la inyección de US$ 290 millones, podrán corregir lo que el Estado hizo mal. Y esto último es importante, ya que de paso culpó a los privados, estrategia en la que reincide cuando trata algunos temas laborales y el vapuleado lucro en la educación.
La medida más esperada fue la disminución de la regla del superávit estructural del 1% al 0.5%, lo que produjo aplausos. Aunque muchos esperaban una baja al 0.75% y otros pregonaban derechamente su eliminación, dicho recorte es prudente en las actuales circunstancias. Así, con la billetera más gruesa, anuncia inversiones por 650 millones de dólares en educación, el compromiso central de su gobierno. En esto existe consenso generalizado en el objetivo, pero no en los medios, como son por ejemplo el nuevo marco de la LOCE y la creación de una nueva Superintendencia de Educación. Este es, sin lugar a dudas, nuestro gran desafío.
Positiva resulta la ampliación del límite de inversiones de las AFP en el exterior al 45% y junto a esto, la reforma previsional, considerando la pensión básica de $ 75.000. En el tema laboral hace un llamado a la responsabilidad de los empresarios recalcando la iniciativa del seguro de cesantía. De paso propicia más beneficios, más tribunales y la creación de una figura del defensor laboral. A mi juicio, lo laboral el discurso fue demasiado general, casi ambiguo.
En lo político realiza un duro llamado a la derecha a trabajar con ‘voluntad país’. Invita al respeto y a la responsabilidad usando algunos adjetivos gruesos contra aquellos movidos por la ‘ambición de poder’. Al margen de algunos casos aislados, la crispación política tiene causas contundentes. El Estado, en algunos casos emblemáticos de gestión, ha dado muestras de incompetencia que justifican el malestar.
Casi al final de su mensaje Bachelet realiza un homenaje al Cardenal Silva Henríquez y su sentido de justicia social. Este fue un oportuno guiño político a sus socios de la DC.
Fueron 108 minutos donde se habló de derechos ciudadanos y de los roles del Estado. Pero también hay que velar por los deberes. Michelle Bachelet repitió cuatro veces el ‘velo del pesimismo’. Aquellos parapetados detrás de ese velo, también tienen un rol que cumplir. Frente a tantas promesas, recursos e inversión, no hay que olvidar que el demonio -entre luces y sombras- siempre está en los detalles. Evidencias existen de sobra.