La Tercera, 5 de junio de 2016
Opinión

¿De regreso a la excepcionalidad chilensis?

Leonidas Montes L..

A menudo se habla de la «excepcionalidad» chilena. A ratos uno no sabe si es por razones históricas, culturales o simplemente obedece a nuestra aislada condición geográfica. O sea, si existe evidencia real de nuestra excepcionalidad o es simplemente un capricho provinciano.

Es cierto que tuvimos a un gran Andrés Bello que contribuyó y forjó nuestro rule of law. También es cierto que nuestra Constitución de 1833 fue fundamental para el desarrollo y el progreso del siglo XIX y parte del siglo XX. Y nos gusta jactarnos de nuestra estabilidad, de nuestra institucionalidad y nuestro apego a las leyes y las formas. Por eso, nos sentimos los ingleses de Latinoamérica, los alumnos mateos y aburridos del curso, como alguna vez nos definió The Economist. Una metáfora acertada si consideramos cómo era nuestro barrio latinoamericano.

Allende, en su famoso discurso ante la ONU de diciembre de 1972, comienza con un «vengo de Chile, un país pequeño», y continúa, quizá con mayor entusiasmo que rigor histórico, destacando nuestra excepcionalidad. Es cierto que, en medio de la Guerra Fría, Chile había iniciado su excepcional camino al socialismo, no con una revolución, sino con los votos. El primer año del gobierno de la UP fue económicamente excepcional y superó todas las expectativas. El sueño socialista parecía hacerse realidad en un pequeño país excepcional. Y el mundo nos observaba y seguía con atención.

En 1972 comenzó el nada excepcional fracaso de la ideología socialista. En un país polarizado, dividido y azotado por una inflación anual de casi un 700%, siguió el Golpe Militar, el famoso y sobrecogedor discurso radial de Allende y su suicidio. Salvador Allende se convirtió en un mártir excepcional. Y Chile cayó bajo una dictadura militar. En 1975 se produjo otro giro excepcional: de una economía asfixiada por el Estado, pasamos a un Estado enfocado en la economía. Así, con el famoso «Plan de Recuperación Económica», Chile inicia su proceso de liberalización de la economía.

La gran crisis de los años 1982-83 fue un golpe duro. El desempleo alcanzó el 25% y el PIB cayó un 27% esos dos años. Parecía que todo había fracasado. Hasta que apareció un chascón excepcional llamado Büchi. Eso sí, no era de Chicago, sino de Columbia.

Chile, todavía bajo una dictadura, retomaba la excepcional senda del crecimiento económico y el año 1988, el 55% de los chilenos vota contra la continuidad de Pinochet. Siguiendo la Constitución, en diciembre del año 1989 hay elecciones y finalmente el 11 de marzo de 1990 ocurre aquella excepcional y memorable ceremonia: Pinochet le entrega la banda presidencial a Patricio Aylwin.

Todo esto, por cierto, no fue fácil. Pero sucedió y los resultados están a la vista. El desempeño de nuestro PIB per cápita desde 1985, comparándonos con nuestros vecinos, sin lugar a dudas ha sido excepcional. De hecho, no existe en nuestra historia republicana un período de mayor progreso, en su más amplio sentido.

Después de un excepcional cambio de coalición gobernante, el año 2014 vuelve a la presidencia una popular Bachelet con su programa bajo el brazo. Entonces se pregonaba el fin del modelo, del lucro y de la mercantilización de una serie de «derechos universales». Para las abuelas y abuelos sesenteros, por fin se abrían las alamedas en un contexto regional donde brillaba el socialismo del siglo XXI. Apareció la aplanadora parlamentaria. Y enseguida se acuñó la desafortunada y eficaz retroexcavadora. Y qué duda cabe, nuestro barrio ha cambiado. Dilma Rousseff, acusando un golpe, fue destituida. La era K llegó a un vergonzoso fin. Venezuela vive una tragedia no sólo económica y política, sino también humanitaria. Fidel Castro llega a su fin y Cuba comienza a abrirse. Pese a todo, nuestra Presidenta Bachelet sigue firme con el programa, la «ciudadana Bachelet» se querella contra un medio.

Ante el riesgo de otra querella criminal, ahora sólo hablaré de cifras. Si en el gobierno de Piñera vivimos un crecimiento económico promedio del 5,3%, durante este gobierno hemos tenido una sostenida y creciente corrección a la baja. Esta semana fue el turno de la Ocde: redujo su pronóstico para el 2016 a 1,5% durante la visita oficial de Bachelet al organismo.

Si analizamos los Informes de Política Monetaria del Banco Central (IPoM), del FMI y la Cepal, las predicciones de nuestro crecimiento fueron cayendo periódica y persistentemente para el año 2014 y 2015. Por ejemplo, la predicción del IPoM marzo 2014 para ese año fue de 3,5% y para el año 2015, un 3%. El FMI, por su parte, en abril de 2014 proyectó un 3,6% para ese año y en abril de 2015 un 2,7%. Y la Cepal fue aún más optimista: en octubre de 2013 proyectó un 4% para 2014 y un año después un 3% para 2015. No obstante, el año 2014 crecimos un 1,9% y en 2015, un 2,1%.

Pero la caída en las proyecciones continúa: el IPoM de septiembre de 2015 proyectaba un 3% de crecimiento para el año 2016, pero el IPoM de marzo de este año ya la bajó a un 1,75%. Es sabido que la izquierda en general no le presta mucha atención a la economía, pero cuando el contexto ha cambiado tanto, cuando las proyecciones de crecimiento se han ido corrigiendo persistentemente a la baja y cuando la aprobación presidencial y del gobierno alcanza nuevos récords de rechazo, es incomprensible que nuestro gobierno se mantenga empecinado en un socialismo sesentero. Seguimos siendo «un país pequeño». Y quién sabe, quizá demasiado excepcional.