La naturaleza es nuestro activo más valioso. Y la verdad es que no hemos sabido administrarlo. Los economistas hemos sido malos economistas al ignorar lo más fundamental, que es nuestro hogar.
Hay algo grandioso en los parques eólicos. La naturaleza pone la fuerza del viento y el hombre produce energía limpia. Contemplar esas grandes estructuras que buscan la energía cinética girando y rotando sus aspas es toda una experiencia visual. Aunque pueden desplumar aves y el paisaje se ve comprometido, la mente se relaja contemplando el movimiento. Quizá es la conciencia que hace lo suyo: esos esbeltos cuerpos metálicos de cerca de veinte pisos de altura nos entregan energía limpia. Chile ha ido reemplazando carbón y gas por viento y sol. Y así avanzamos al ritmo de la naturaleza.
Este avance, que posiblemente quedará obsoleto en un futuro no tan lejano, nos permite reflexionar sobre nuestra relación con la naturaleza. Para los griegos el concepto de oikos significaba no solo el hogar, sino también el lugar que habitamos en un sentido más amplio. Y ya que la idea de “habitar” las instituciones se ha puesto de moda en el reciente discurso político, me permito un paréntesis sobre este concepto.
El latín habitare viene de habere, que es simplemente tener algo. El habitar tiene que ser algo frecuente, de largo aliento. El que está de visita no habita ese lugar. Solo está de paso. En cambio, el que habita está mucho tiempo. Para aquellos habituados o, mejor dicho, habituándose a habitar, esta palabra se puede relacionar con la propiedad, pero no con las instituciones. Podemos habitar una casa o un departamento, incluso la naturaleza (nuestro hábitat), pero no una institución del Estado.
Ahora volvamos al oikos, al hogar de los griegos. La palabra oiko-nomía combina hogar con nomos, que es la administración o gobierno de algo. Así la economía sería la administración o el gobierno del hogar. Y la palabra ecología es la combinación del oikos con el logos, una palabra grande que también es el estudio de algo. Por lo tanto, la ecología es el estudio del lugar que habitamos, de la naturaleza en su sentido más amplio.
Entender y estudiar la naturaleza es tarea de todos. Y tal como lo observó hace más de doscientos años Alexander von Humboldt en su pionero viaje por Latinoamérica, en la naturaleza todo se relaciona. Todo vive, se nutre e interactúa. El oikos como el hogar es parte de la naturaleza. Pero la naturaleza también es nuestro hogar.
Lo interesante es que la economía y la ecología finalmente están caminando de la mano. Estas son buenas noticias para la naturaleza. Y también para la economía.
Desde la época de Adam Smith la economía estudia la riqueza de las naciones, las finanzas y las instituciones. Pero la economía, analizada como la simple asignación eficiente de recursos escasos, ha ignorado e incluso dañado a la naturaleza. ¿Cómo es posible que la naturaleza, el bien más indispensable para la vida, no haya tenido la importancia económica que merece?
En 2019 el Reino Unido le encargó al economista Partha Dasgupta un estudio acerca de la economía de la biodiversidad. Hace poco más de un año estuvo en el Congreso del Futuro hablando de su Informe, un demoledor y alentador análisis que combina ecología y economía. La conclusión es simple: la naturaleza es nuestro hogar y la economía nos exige administrarla bien.
El Informe Dasgupta es un llamado a repensar la economía para proteger y mejorar nuestra prosperidad incluyendo y resaltando a la naturaleza. Esta no puede estar ausente. La naturaleza es nuestro activo más valioso. Y la verdad es que no hemos sabido administrarlo. Los economistas hemos sido malos economistas al ignorar lo más fundamental, que es nuestro hogar.
Con estas disquisiciones, vuelvo a mirar las aspas girando al ritmo de la naturaleza bajo la mano del hombre. Y, pese a todo, veo en esos grandes molinos de viento una luz de esperanza. Ya no hay que ser un Quijote o Humboldt para reconocer esta apremiante realidad. Basta con ser un economista.