Los que saben de educación conocen la excepcional historia de la escuela particular subvencionada Francisco Ramírez, en la comuna de San Ramón. Fue fundada hace 50 años por María Gatica en honor a su abuelo. Partió con nada. Ese sueño, alimentado por el compromiso y el esfuerzo, fue creciendo de a poco y vaya que dio resultados. Desde 2000 ha obtenido elevados puntajes en el Simce, alcanzando el primer lugar nacional en 2012 y 2013.
Este proyecto educacional tiene reglas claras y disciplina. Forma hábitos e involucra a los padres. No hay tomas, tampoco destrucción. En definitiva, hay una ética aristotélica para formar carácter y costumbres. También hay una dirección clara con un cuerpo docente comprometido. En fin, muchas razones y también emociones —nada más emocionante para los padres que el futuro de sus hijos— se conjugan y potencian en este admirable proyecto.
Hace unos diez días, Francesco Cámpora, hijo de María Gatica, compartió esta historia y terminó su columna contándonos acerca de la reunión que tuvieron con los padres. A los apoderados les dijeron que si el sueño del ministro Eyzaguirre se hacía realidad, el sueño de la señora Gatica no podría seguir adelante. Uno puede imaginar la reacción de la comunidad de apoderados. Inmediatamente después, como una sana o divina casualidad, el senador Montes transmitió la inquietud que también viven cientos de miles de apoderados. Habló del miedo que tienen muchos padres. Con una luz de sentido común, Montes declaró que “la mayoría de los colegios que aparecen legalmente con fines de lucro no tienen lucro”. Por fin un socialista sensato se atrevió a salir de la trampa del lucro, ese eslogan que todavía mantiene a muchos obnubilados y aturdidos.
Montes remató declarando lo obvio: “La reforma educacional tiene que ser de abajo para arriba, desde la escuela”. Ya vivimos el Transantiago, con los expertos mirándonos desde arriba. “La gente no entendió el plan”, recuerdo haberle escuchado a uno de ellos. En esta línea, Eugenio Tironi dio en el clavo para bajar a Eyzaguirre del Olimpo y, recogiendo la distinción micro y macro que hizo el ministro en relación a su plan educacional, lo acusó del mismo dogmatismo de los Chicago Boys. Y sin entrar en las diferencias de resultados, Tironi tiene razón.
El iluminado Eyzaguirre aprendió de educación con sorprendente rapidez. Quizá más preocupado de su futuro político, dialogaba y oía, pero no necesariamente recogía y escuchaba. Por eso transmitió cierta soberbia e irresponsabilidad. O ingenuidad y liviandad, tal vez. A diferencia de María Gatica, posiblemente nunca hizo clases en una escuela. Tampoco conoce todos los problemas que enfrentan en la práctica. En definitiva, el ministro olvidó que en muchas escuelas no hay patines dorados, pero sí hay sentido común, experiencia y buenos resultados.
Pero se le movió el piso político y lo intervinieron. Entonces cambió de actitud. Volvió mansito y cabizbajo al ruedo declarando “todavía no sé mucho de educación”. Ahora quiere aprender. Si el ministro despertó de su sueño dogmático, en buena hora.