Esta expresión se escucha a menudo en boca de futbolistas antes de un partido decisivo. Más allá del desempeño del equipo rival , esta afirmación es indudablemente una tautología . Pero algo de esto es lo que debe sentir el Gobierno en estos días, después de haber logrado, a pesar de las dificultades, la aprobación del Presupuesto. Se cerró, al menos por este año, el conflicto educacional. Es difícil proyectar si revivirá el próximo año.
Las experiencias comparadas sugieren que rara vez se puede mantener la intensidad de un movimiento social por un segundo año consecutivo. También ocurre que se han atendido, al menos parcialmente, las demandas estudiantiles, y hay una serie de proyectos en trámite que seguramente acapararán la atención de los ciudadanos.
Por supuesto, está el asunto de «la refundación del modelo educativo», pero pocas veces las democracias realizan cambios radicales, sino que avanzan gradualmente resolviendo los problemas que van emergiendo.
Las soluciones no van a ser perfectas, pero como sostuvo Vargas Llosa hace algunos años, en el marco de una visita a nuestro país invitado a las Conferencias Presidenciales de Humanidades, «en el campo colectivo… hay que resignarse a la mediocridad, a la democracia. La democracia es la mediocridad. … en el ámbito social, en ese entramado donde tenemos que coexistir con nuestras fantásticas diferencias, elijamos la mediocridad, los consensos, las concesiones, porque esa mediocridad es, nos guste o no, lo que ha hecho avanzar a las sociedades…». A la población, este argumento parece resultarle razonable. Por algo parece, a juzgar por las opiniones que expresan en diversas encuestas, privilegiar transformaciones pausadas y acordadas.
En años en que el capitalismo aparece especialmente cuestionado, sobre todo por la crisis de fines de 2008 que aún no cede del todo, la apuesta por cambios graduales aparece modesta. Sin discutir, a pesar de que podría argumentarse en contrario, que estemos en medio de una crisis del capitalismo, el problema para la centroizquierda es la ausencia de un paradigma alternativo.
Incluso el Estado de Bienestar -una construcción al interior del capitalismo- no tiene la legitimidad de antaño y, por tanto, no ofrece un proyecto particularmente atractivo. Desvanecidas las utopías, este sector no ha logrado construir un camino definido que seguir. Está lleno de sinuosidades y rutas que no llegan a ningún lado.
En este panorama, la nostalgia utópica vuelve a aparecer llevando habitualmente a un fraccionamiento muy grande para esta coalición, sobre todo en la esfera de la izquierda. De ello hemos sido testigos con más fuerza en el movimiento estudiantil, pero el mundo político no está exento de ese riesgo. La oposición está ensayando un acuerdo amplio, pero que, como quedó en evidencia en la discusión presupuestaria, es frágil.
Claro que fortalecerlo supone descolorar el arco iris y, por tanto, puede haber más gente que no se sienta acogida por este proyecto, que si algo lo caracterizaba era la aceptación de una diversidad amplia de posturas. Sin embargo, los tiempos no parecen estar para ello.
En ese escenario, no cabe duda de que el Gobierno tiene oportunidad de levantar cabeza. Según la encuesta Adimark, todavía es muy alta la desaprobación a la actual administración, pero sólo un tercio de la población se identifica con la oposición. Además, en los últimos cuatro meses han subido en diez puntos porcentuales quienes se identifican más con el actual gobierno, igualando a los que se identifican con la oposición.
Posiblemente esta pregunta refleja mejor las inclinaciones electorales de la población que la aprobación o desaprobación al Gobierno. Por cierto, para consolidar su posición, el Ejecutivo debe «jugar muy bien» los próximos meses. Para ello debe elegir apropiadamente su estrategia de juego. Mostrar un compromiso efectivo con la sociedad de oportunidades, al grado que le duela, debe ser un ingrediente fundamental de dicha estrategia.