El Mercurio
Opinión

Desatemos la philía

Leonidas Montes L..

Desatemos la philía

En Chile no se promueve ni se incentiva la filantropía. Al contrario, se entorpece. Y poco se agradece.

El concepto de philía, para Aristóteles, es la amistad entendida en un sentido amplio y profundo. Su fin no es sólo lo útil o lo placentero. También es lo bueno. Por eso entiende la philía como una forma de amar. De ahí viene la palabra filantropía, amor por la humanidad.

La filantropía está muy arraigada a la cultura norteamericana desde su independencia. No en vano la vida y huella filantrópica de Alexander Hamilton es el epítome de ese sueño americano.

A fines del siglo XIX, cuando unos pocos ricos eran demasiado ricos, Andrew Carnegie publicó su influyente “Evangelio de la Riqueza” (1889). El legado y las palabras de Carnegie, así como el ejemplo de otros como John D. Rockefeller y Henry Ford, fue seguido por muchos en los Estados Unidos. La filantropía, para estos magnates, es la hija buena del capitalismo. Y es la manera de retribuir lo ganado en vida. Esta idea de devolverle a la sociedad tiene una larga y virtuosa tradición que une, desde la fundación de los Estados Unidos, lo privado a lo público.

Recuerdo vívidamente un húmedo y caluroso verano en la Universidad de George Mason. Era un 26 de junio del 2006. Regresaba al hotel después de un intenso y desafiante seminario. Al encender el televisor, aparece Warren Buffet junto a Melinda y Bill Gates en un programa de Charlie Rose. El presidente de Berkshire Hathaway anunciaba públicamente que dejaría gran parte de su fortuna a la fundación de Bill y Melinda Gates. Esa conversación fue fascinante. E inolvidable.

Bill Gates era el hombre más rico del mundo. Había partido con su Fundación en 1999. Y ahora Warren Buffet le aportaba 37 billones de dólares. El sabio de Omaha sorprende con su simpleza y originalidad. No tenía interés en participar en el proyecto de Bill y Melinda Gates. Confiesa que prefería delegar. Y quien mejor que Bill Gates para eso. Si incluso era más rico que él. Y consultado por la opinión de sus tres hijos, solía decir que les iba a dejar “lo suficiente para hacer algo, pero no lo suficiente para hacer nada”.

Ese momento gatilló un impulso filantrópico solo comparable al de fines del siglo XIX. El 2010 un grupo de 40 billonarios se unieron a Buffet y Gates. Así se dio inicio al Giving Pledge, un llamado para dejar gran parte de las grandes fortunas a la filantropía. A la fecha, 211 billonarios, desde Paul Allen hasta Marc Zuckerberg, se han unido a esta causa. Lo curioso es que en esta lista hay sólo un latinoamericano, el brasileño Elie Horn. Más aún, cuando Carlos Slim fue consultado por los esfuerzos filantrópicos de Bill Gates, contestó que no tenía intención en convertirse en “Santa Claus”.

Basta leer “La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo” (1905) de Max Weber para comprender que la tradición protestante es diferente a la católica en su relación con el capitalismo. Desde los calvinistas, pasando por los presbiterianos escoceses y puritanos hasta los protestantes, la riqueza y el éxito son motivo de orgullo y admiración. Y existe esa idea de devolverle a la sociedad. Chile es un país católico. También austero, con una filantropía discreta, silenciosa y sin aspavientos. Pero algo está cambiando. Aunque no es fácil donar en Chile, la filantropía se está moviendo contra viento y marea.

En Chile no se promueve ni se incentiva la filantropía. Al contrario, se entorpece. Y poco se agradece. En un seminario en el CEP sobre Conservación y Filantropía, un profesor de Harvard dijo que Chile era el único país que conocía donde había que pagar para ser generoso. Nuestro sistema, condicionado por la ley de herencia, transpira desconfianza en el uso y el destino de lo propio. En un reciente estudio del Centro de Filantropía de la Universidad Adolfo Ibáñez se concluye que nuestra legislación filantrópica no solo es dispersa y deficiente, sino que está obsoleta. Donar es caro, lento y engorroso. Cambiar todo esto no es fácil. Pero tampoco es tan difícil confiar en la philía.