Los votantes han mirado con distancia a la Alianza no tanto por sus postulados políticos sino que por su escaso compromiso con la equidad. Quizás sea injusto, pero sin dudas la presencia de la derecha ha sido más bien difusa.
América Latina es la región más desigual del mundo. A su vez, entre los países de esta región, Chile es de los menos equitativos. El 20 por ciento de los hogares de más altos ingresos accede a una proporción del ingreso nacional que supera en más de 13 veces la que obtiene el 20 por ciento de los hogares de menores ingresos. En Corea del Sur, en cambio, esta razón es un poco más de cinco y en España o Italia un poco más de seis. Esta realidad sugiere que nuestra situación distributiva se mantendrá por mucho tiempo en la esfera de la política. La preocupación por la desigualdad no sólo surge cada tanto en el debate público sino que se hace sentir cada vez que se rasguña la superficie de los innumerables estudios de opinión pública que se han venido acumulando en los últimos años. Todo indica, además, que su importancia crecerá si se considera que preocupa especialmente a las personas con más educación que han subido su proporción entre los votantes en los últimos años. Por la importancia que esta dimensión parece tener para la población, no deja de extrañar la escasa presencia que tiene esta discusión en la Alianza. El debate público al respecto pareciera estar monopolizado por la Concertación y, como la Oposición le ha dejado el campo relativamente libre, le ha bastado articularlo muy imperfectamente en torno a unos pocos conceptos como el crecimiento con igualdad o con equidad. Por cierto, la coalición oficialista ha hecho crecer significativamente el gasto social, ayudada por la economía, y ha obtenido logros valiosos que le han cambiado la vida a innumerables familias. Pero no parece que ello sea suficiente para mantener el monopolio del que disfruta en esta dimensión.
Los votantes han mirado con distancia a la Alianza no tanto por sus postulados políticos sino que por su escaso compromiso con la equidad. Quizás sea injusto avalar esa percepción, pero no caben dudas de que al respecto la presencia de la derecha ha sido más bien difusa. No es que haya estado del todo ausente, pero habitualmente más vinculada a un planteamiento muy incompleto respecto de igualdad de oportunidades. Posiblemente, este enfoque esté en la línea correcta. En primer lugar porque las diferencias de ingreso no son fáciles de corregir. La persistencia de las mismas se nota no sólo en los 15 años de gobierno de la Concertación sino que retrocede otros 35 años (para los que hay datos que se pueden comparar con cierta confiabilidad). Por esto es probable que la opinión pública no esté esperando cambios inmediatos en esta dimensión, aunque sí políticas que muestren una real preocupación por esta situación de desigualdad y permitan abrigar esperanzas de que en el futuro esta situación pueda corregirse, por lo menos parcialmente.
En segundo lugar porque la población parece dispuesta a aceptar grandes diferencias salariales y no manifiesta una demanda por añejas políticas redistributivas. Hay, en la práctica, un gran respaldo a la economía de mercado reflejado, entre otros aspectos, en el apoyo a la apertura comercial, en la escasa votación para grupos que sostienen un camino de desarrollo alternativo, en la sensación ampliamente compartida de que Chile avanza por un buen camino y en una demanda por una política social sensata que gire en torno a una buena educación y un grado razonable de seguridad en atención de salud y de protección en la vejez. En ocasiones, los planteamientos de la Alianza parecen desconocer estos altos grados de aceptación y por ello le sugirieran a la opinión pública más bien una defensa de intereses antes que de ideas y propuestas en beneficio de la comunidad.
No cabe duda que hace 20 años la posibilidad de que se instalase una economía de mercado podía ponerse en duda. Después de todo, importantes líderes de la actual coalición oficialista defendían la propiedad estatal de la banca o de las empresas «estratégicas» o cargas tributarias gigantescas. Incluso favorecían una empresa estatal de comercialización de alimentos. Pero nadie puede afirmar que esas ideas reflejan adecuadamente el pensamiento concertacionista actual. El país ha evolucionado y requiere nuevos desafíos. Más allá de los ciclos y de una legítima discusión respecto de políticas que pueden, en el margen, acelerar o retrasar el crecimiento económico es difícil argumentar que una coalición tenga en esta dimensión una ventaja clara sobre la otra. El debate de los siguientes años es cómo transformar Chile en una sociedad de oportunidades, ámbito en el cual la Alianza, por lo menos a los ojos del electorado, le ha dejado el campo bastante libre a la Concertación. Si quiere seguir creciendo electoralmente no cabe duda que debe reparar este error.