El Mercurio
Opinión

Destino trágico

Leonidas Montes L..

Destino trágico

El nuevo síndrome de las víctimas que son héroes es también una autodefensa contra la crítica, la reflexión y la historia.

Las tragedias griegas han jugado un rol fundamental en la historia de la humanidad. Su influencia, con el paso del tiempo, se mantiene viva y vigente. La tríada de Esquilo, Sófocles y Eurípides es una gran cúspide del pensamiento occidental. También una evolución cultural donde se aprecia el nacimiento de la conciencia del hombre. Ese coro trágico, inmutable y aterrador que representa al destino y a la voluntad de los dioses, abre las puertas a la naturaleza humana. Sófocles es la bisagra que permite dicha transición. Y es Eurípides quien finalmente libera la conciencia humana frente al destino.

En las tragedias griegas la figura del héroe es fundamental. El héroe trágico, alimentado por la hubris (esa soberbia que nos lleva a creernos dioses), al final se convierte en víctima. Lo interesante es que en la tradición clásica los héroes pasan a ser víctimas. Y hoy muchas víctimas pasan a ser héroes.

Los héroes ganan el reconocimiento. También la fama y la gloria. En cambio, muchas víctimas exigen el reconocimiento y anhelan la fama (la gloria se la dejamos a los clásicos). Como víctimas, buscamos refugio en grupos o identidades, en tribus o colectivos. Los seres humanos naturalmente necesitamos que nos acojan, que nos apañen.

Pero la imagen de víctima también puede convertirse en un escudo moral. En estos tiempos de redes sociales, donde la inmediatez manda, las flechas y lanzas del destino pueden cambiar rápidamente de dirección. Aunque sea solo por segundos, una víctima puede convertirse en héroe. Pasamos del destino trágico a un destino virtual: si el destino del héroe trágico es ser víctima, el destino virtual nos puede convertir en héroes. En política todo esto es conocido. Basta seguir el debate dentro de la Convención. La influencia de las redes sociales es evidente.

En relación con este nuevo destino virtual, el diputado Winter deslizó una seria autocrítica. Argumentó que su sector tiene un problema con Twitter, “una cierta pulsión” bajo la cual “si no condena rápidamente un hecho, con la poca información que tiene, como que viene una sensación de que te conviertes en cómplice”. Es el miedo a la funa que empuja a bailar al ritmo del coro digital. Es más fácil sumarse a las víctimas. Y ser otra oveja disfrazada de héroe.

Este fenómeno también se refleja en el tránsito de un lenguaje de deberes a una narrativa de derechos, de las obligaciones a las prerrogativas y de la responsabilidad a las demandas. Por eso es necesario recordar el claro y simple significado de la palabra responsabilidad: es responder en un sentido muy amplio. El que responde es el que promete y ofrece. No es el que exige o demanda.

Todo esto nos lleva a pensar en el viejo debate por la autonomía liberal y la responsabilidad. Mucho se ha criticado al liberalismo. Y se olvida que la libertad exige responsabilidad. Es difícil abrazar la libertad y esa capacidad para trazar nuestros propios proyectos de vida. En cambio, es más fácil responsabilizar al otro o sumarse al coro de víctimas o héroes virtuales. El liberalismo es también un sano antídoto para no creernos héroes ni víctimas. Y para no creerles a todos los que se creen héroes.

El nuevo síndrome de las víctimas que son héroes —y de algunos héroes que pasan a ser víctimas— es también una autodefensa contra la crítica, contra la reflexión y contra la historia. Es la cultura del negacionismo, la cancelación y el efecto tribu que llama al rebaño. Una cultura que, poco a poco, construye su propia realidad. Lo trágico es que, en la ansiedad y premura de las redes sociales, el clásico “solo sé que nada sé”, se convierte en el “solo sé que sé” de cada uno. Cambiamos la humildad socrática por la soberbia, esa hubris que nos hace creernos héroes. Así la tragedia griega vuelve a estar presente, pero ahora en modo digital.