Hace meses me rondaban las ganas de volver a ver «Los buenos muchachos» y «Tiro de gracia». Después caí en cuenta que ambas películas fueron estrenadas en 1990. Recuerdo nítidamente la noche de invierno en que vi «Tiro de gracia» y salí a la calle pensando que si algún día escribía o filmaba una película me gustaría que fuera como esa. Son las cosas que pasan por la cabeza cuando uno tiene veinte años. Pavese escribió que no hay que volver a los lugares donde uno ha sido feliz, y quizás esto me había frenado de volver sobre ambas cintas. Así, me senté a verlas con cierto miedo, temeroso de sumar otra decepción a las ya acumuladas.
«Los buenos muchachos» continúa siendo una película delirante, genial, sin pausa, llena de onda y de energía. Sorprende lo mucho que se parece a lo que Scorsese filmó recién, «El lobo de Wall Street». Ambas siguen a un criminal desde su infancia, una carrera que es una versión torcida del sueño americano, en la que el protagonista se rodea de una pandilla, acomete todo tipo de excesos y delitos y termina perdiendo los pies gracias a las drogas y la euforia. Ambas tienen voces en off , que se mueven entre el protagonista y su mujer. Ambas se estructuran en torno a una sucesión de secuencias algo rápidas, que sin embargo toman otro ritmo en el clímax de la historia, cuando se relata un día infernal en extensión y complejidad. Todo esto hace de Scorsese un director muy fiel a sí mismo o un director que, a falta de ideas, recurre a lo que mejor sabe hacer. «Los buenos muchachos» corre con la suerte de tener a un mujer más potente junto al protagonista, los personajes secundarios, sin ser más complejos, tienen mayor relevancia y no cae en las largas peroratas que suelta Leonardo DiCaprio en «El lobo…», que terminan lateando. Sí, «Los buenos muchachos» es una película que ha envejecido bien, tensa, aunque -y esto daría para largo- es escasa en emoción y en verdades. Se disfruta, se ríe, pero deja pocos residuos, pocas marcas en el cuerpo.
A su lado, «Tiro de gracia» es una cinta más convencional, más vieja escuela, más «seria». Relata el regreso de Terry Noonan (Penn) al barrio de su infancia en Hell’s Kitchen, Manhattan, convertido en un policía dispuesto a infiltrar la banda de su mejor amigo de juventud (Gary Oldman). Aunque la cinta utiliza elaborados movimientos de cámara, su interés proviene de sus torturados personajes, que parecen anudados a un destino que no pueden elegir, tal como no pueden evitar que su barrio sea colonizado por el desarrollo inmobiliario al gusto de los yuppies . Vista hoy, la cinta no sale tan bien parada en algunas de sus soluciones dramáticas, que se sienten algo apuradas, algo forzadas para que la historia avance; sin embargo, vaya que tiene atmósfera. Su director, Phil Joanou (1961), que filmó esta cinta cuando no tenía ni treinta años, nunca llegó a cumplir las expectativas que se tenían sobre él, pero logró imprimirle a esta película una atmósfera lúgubre y ceremonial, como si se tratara de una misa donde prácticamente nadie se salvará de pagar sus pecados. Sus gánsteres no son rápidos, astutos y gozadores, sino que están encerrados en las propias trampas que pusieron para sí. La cinta, confieso, no me movió de la misma manera que hace casi 25 años, pero aún exige verse en un respetuoso silencio.
«Los buenos muchachos»
Dirigida por Martin Scorsese
Con Robert DeNiro, Ray Liotta y Joe Pesci.
«Tiro de gracia»
Dirigida por Phil Joanou.
Con Sean Penn, Ed Harris, Gary Oldman y Robin Wright.