El Mercurio, lunes 13 de febrero de 2006.
Opinión

Dudas en la orilla

Lucas Sierra I..

Estoy en la orilla. En los tobillos siento ese frío eléctrico del agua helada. Bajo mis pies, el cosquilleo nervioso de infinitas pulgas de mar. El horizonte es transparente. El aire luminoso y afilado. La espuma alba y el agua de un tautológico azul marino. Vacaciones y todo es casi perfecto. Casi, pues una duda me asedia.

Cuarenta kilómetros al sur, en este mismo mar, se proyecta el tubo de desagüe de la planta de celulosa que Celco construye cerca del río Itata. Es una planta tan grande como su acontecida hermana del río Cruces, cerca de Valdivia. Son las más grandes de Chile. Originalmente, se llamaba “Itata”, pero los viñateros de la zona, conscientes del valor de las denominaciones de origen, se opusieron. Ahora se llama “Nueva Aldea”.

No soy un ecologista profundo, ni siquiera uno superficial. No creo que la naturaleza sea sagrada o que posea un valor independiente de las personas. En principio, no me parece incorrecto concebirla como un recurso para aumentar el bienestar humano. Pero aquí, en esta orilla, estas convicciones no me alivian. Al contrario, son el preámbulo de mi duda.

Los antecedentes de “Nueva Aldea” no son auspiciosos. La experiencia de su predecesora en el río Cruces reveló voluntarismo, desinformación, asimetría e ineficacia regulatoria. Mucho de lo que se ha sabido ha sido gracias a la cercanía de Valdivia y su universidad. Nada parecido existe aquí: escasa población frente a un mar formidable, pero mudo. Celco dijo que aprendió la lección y la Corema de la VIII Región tiene buena fama. ¿Garantía suficiente? Difícil saberlo: la confianza suele perderse una sola vez.

Entre esta orilla y el proyectado tubo está Cobquecura, el poblado más grande. Depende del turismo, que depende del mar: playas, mariscos y olas para los surfistas. El municipio y la comunidad se oponen. No al proyecto, sino a su desagüe y al desprecio que éste refleja por el mar. Saben que la corriente viene del sur, por lo que cualquier cosa que se bote allá llegará a ellos.

Dicen, además, lo mismo que en Valdivia: estas plantas son avanzadas en su tipo, pero este tipo está atrasado tecnológicamente. Usan derivados de cloro, muy contaminantes. Sugieren mirar otros países, donde se usa ozono en vez de cloro o hay plantas de circuito cerrado, por lo que no hay residuos líquidos y sí ahorro de agua.

Muy razonable, pienso yo, aunque se trata de países ricos. ¿Serán esas mejores tecnologías un lujo que pueden darse ellos y no nosotros, no todavía, al menos? Quizás. Pero algo aquí, en esta orilla, me dice que no. Maldita duda.