La Tercera, 2 de abril de 2017
Opinión
Economía

Economía y neutralidad economistas

Leonidas Montes L..

Algunos intelectuales suelen referirse con cierto recelo e incluso resentimiento o desdén a la hegemonía de la economía y de nuestros economistas en el quehacer nacional. Aunque la palabra «hegemonía» tiene una carga gramsciana, hay algo de cierto en este fenómeno. La preeminencia que ha tenido la economía en nuestra historia reciente es tan indiscutible como el éxito de nuestras políticas económicas. Sin lugar a dudas el rol público que han jugado los economistas chilenos ha sido fundamental. Y el resultado está a la vista: al menos hasta el 2015 los últimos treinta años han sido el período más exitoso y próspero de nuestra historia republicana. Nuestras políticas públicas han inspirado a otros países convirtiéndonos, como dijera Sebastián Edwards, en «la estrella más brillante del firmamento latinomericano». De ser otro país del montón, nos transformamos en un país digno de emular en Latinoamérica (ver gráfico).

Gráfico: PIB per cápita de Chile relativo a promedio ponderado Brasil, Venezuela, Mexico, Argentina y Peru (usd ppp 2010, fuente: Luders, Díaz y Wagner, 2016)

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Si el camino chileno hacia el socialismo terminó con una economía en ruinas y una inflación de 606% durante el año 1973, con el famoso «Plan de Recuperación Económica» de 1975 se inició el proceso de liberalización de la economía liderado por los Chicago Boys. Desde entonces los economistas han tenido un rol preponderante. Hay razones históricas y prácticas que explican esta influencia. Por de pronto, muchos chilenos de la PUC y de UChile fueron a estudiar economía en la exigente Universidad Chicago. Más tarde, el año 1981, se crearon las becas Mideplan. Al comienzo un alto porcentaje de esos pocos beneficiados salía a estudiar economía. Pero recientemente, gracias al ministro Andrés Velasco, el número de becas para estudiar en el extranjero ha aumentado de manera significativa. Para que se haga una idea, en los primeros 25 años los becados deben haber sido unos 70 estudiantes por año. Y en los últimos diez años hemos becado a casi 1.000 estudiantes anuales para que continúen sus estudios en el extranjero. Además, año a año se ha ido ampliando el abanico de intereses en otras disciplinas. Esto es sano y es propio de una sociedad que progresa. Más oportunidades generan nuevos intereses y nuevas prioridades. En definitiva, se amplía el saber.

Esta nueva realidad y diversidad intelectual, por cierto más multidisciplinaria, ha promovido una sana competencia. Quizá por eso los economistas ya no tienen esa tremenda influencia que solían tener y a ratos ostentar. Aunque parezca una ironía, los economistas somos víctimas del éxito que nos ha traído la buena y sana economía que hemos promovido. Pero esa lógica de influencia que dio tan buenos resultados ha evolucionado y cambiado. Y hoy existe una nueva realidad.

Si hace algunos años era común escuchar con veneración a los economistas haciendo predicciones sobre el futuro, hoy existe mayor escepticismo o simple pragmatismo respecto al poder predictivo de la ciencia económica. Milton Friedman, en su famoso y controvertido «Essays in Positive Economics» (1953) distingue entre la economía positiva y normativa. La primera se relaciona con «lo que es». La segunda, con «lo que debería ser». Su afán por entender la economía como una ciencia dura lo llevó incluso a afirmar que la validez de una teoría se sustenta en su capacidad predictiva. Esta idea, muy debatible por cierto, explica en gran parte esa inclinación predictiva que todavía emerge de vez en cuando. Y ese sitial que hemos ocupado los economistas hablando desde la cima de la ciencia de «lo que es» e incluso de «lo que debería ser».

A veces nuestros más destacados y admirados economistas hablan desde esas alturas. Y al bajar desde el olimpo a la realidad de los mortales se generan algunos problemas. Por ejemplo, Eduardo Engel, quizá el más respetado de nuestros economistas, criticando unas declaraciones del ex Presidente del Banco Central, lo acusó de «partidista» deslizando sospechas «sobre la ecuanimidad que tuvo al dirigir con autonomía la política monetaria». En una reciente entrevista radial, José de Gregorio – sin lugar a dudas otro portento entre los economistas – declaró: «Yo no milito, yo estoy registrado. Me carga el concepto militante, me refiché el otro día». Y refiriéndose a su «conflicto permanente» aclaró «Yo soy economista». Ambos episodios reflejan el obvio conflicto que genera el sitial de supuesta neutralidad. La mayoría de los economistas sufrimos, por así decirlo, ese complejo dilema hamletiano del «conflicto permanente».

El destacado profesor de Chicago, George Stigler, un par de años después de ser galardonado con el Premio Nobel de Economía 1982, publicó un ensayo titulado «Economía. ¿Una ciencia imperial?». Su respuesta fue categóricamente afirmativa: «la economía es una ciencia imperial». Para bien o para mal, quizá esto es lo que está cambiando para los economistas.