El Mercurio
Opinión

Educación del país: aprendizaje colectivo

José Joaquín Brunner.

Educación del país: aprendizaje colectivo

Suele decirse que mientras mayores son los riesgos generados y percibidos por una civilización, más necesario se vuelve aprender y cambiar.

Si miramos a nuestro alrededor desde una perspectiva educacional y de aprendizaje descubrimos rápidamente que —como sociedad— estamos en un momento especialísimo. En efecto, enfrentamos la necesidad colectiva de nuevos conocimientos, nuevas destrezas y nuevas formas de vida y comportamiento para poder adaptarnos a los nuevos entornos. La pandemia por covid-19 es el mejor ejemplo de esa necesidad; mas no la única.

Por lo pronto, accede al gobierno de golpe (súbitamente, de una vez) una generación que inició su educación formal en tiempos de democracia, creció en medio de una sociedad de oportunidades expansivas (aunque desiguales), desarrolló una visión crítica del modelo de sociedad imperante y promete ahora enmendarlo.

Su élite, con abundantes estudios y experiencia social de protesta, ha de vérselas ahora con la intrincada administración del Estado y la gobernabilidad del país. Debió aprender rápidamente a ajustar y refinar su discurso. Y lo ha hecho. Lo que viene es más exigente. Debe adquirir las habilidades del poder, de la realpolitik, propias de la gestión. Y abandonar toda esperanza de una revolución para asumir el lento, arduo, gradual camino de las reformas, siempre limitado, insuficiente, de una épica modesta.

Reconozco que el emergente grupo gobernante, y su líder, han mostrado una positiva curva inicial de aprendizaje: modulación del lenguaje político, talante moderado, visión programática reformulada, conformación de equipos, sensibilidad al momento histórico, cierto pragmatismo y seguimiento de los ritos republicanos. Pero este curso recién comienza y las pruebas difíciles están por delante.

Desde un ángulo distinto, vivimos la inédita experiencia de un proceso colectivo de reelaboración de las normas básicas de nuestra organización como sociedad; nuestra Carta Fundamental. Este es siempre un momento esencial en la educación y aprendizaje de los países. Lo hacemos en condiciones que elegimos: sin romper con la actual Constitución, mediante un plebiscito y diseñando una elección con características extraordinarias (paritaria, con listas de independientes y escaños reservados). A la vez que bajo circunstancias impuestas por la historia: estallido del 18-O, masiva marcha-protesta del 25-O y acuerdo nacional del 15-N.

Pues bien: la Convención Constituyente, con todas sus tensiones y riesgos de desborde, sus sesgos de representación ideológica, sus peculiaridades de comportamiento y laberíntica división y organización del trabajo, se ha transformado en el símbolo de este momento intensamente educativo y de variados aprendizajes que estamos viviendo.

Sobre todo las élites tradicionales han (¿o hemos?) debido aceptar, de golpe también, que la sociedad chilena —en virtud de su propia modernización y expansión productiva, tecnológica y simbólica—había devenido en un sistema muchísimo más complejo, diverso, entremezclado, heterogéneo y de masivas aspiraciones y reclamaciones de bienestar y derechos de lo que hasta aquí habíamos concebido y aceptado. Esto significa que la situación de poder, y las relaciones entre clases y grupos están en una fase de profundos reacomodos.

En estas circunstancias aparecen imperativos de aprendizaje por doquier. El empresariado, como pudo vislumbrarse en Enade, está obligado a salir de su comfort zone y a hacerse cargo —por primera vez en medio siglo— de una pluralidad de nuevas visiones (post neoliberales) que surgen dentro del capitalismo global: de bienestar socialdemócrata, buen vivir decolonizador, Estado misional, valores asiáticos, matrices productivas alternativas, crecimiento cero o decrecimiento, etc. En breve, todo un nuevo currículum con asignaturas teóricas, prácticas y de política pública que enseñar y aprender. Las escuelas de negocio harían bien en atender.

Los partidos del espectro de las izquierdas —espectro que se vuelve cada día más amplio y diverso— tendrán que aprender a competir entre sí, mientras renueven sus concepciones ideológicas y desaprenden conocimientos, hábitos y destrezas adquiridos durante las revoluciones del siglo XX. Ese pasado (socialismos reales) se encuentra en ruinas y al frente no hay un horizonte que sustituya al gris, asfixiante y totalitario sueño comunista.

Algo similar ocurre con las derechas que están forzadas a desprenderse —intelectual, ideológica y, sobre todo, emocionalmente— de algunas de sus creencias más preciadas: la excepcionalidad histórica chilena, la efectividad del autoritarismo, la justificación de la dictadura, la superioridad de clase y la superdefensa del status quo a través de mecanismos constitucionales, legislativos y de orden fáctico.

Por último, la sociedad en su conjunto necesitará aprender a convivir pluralistamente dentro de una nueva institucionalidad, al mismo tiempo que se adapta a los cambios del entorno internacional: nueva geopolítica mundial (China y los valores asiáticos); cuarta revolución industrial y sus impactos ciber-físicos, y el calentamiento global y sus efectos desastrosos sobre la población y los países, para nombrar solo tres.

Suele decirse que mientras mayores son los riesgos generados y percibidos por una civilización, más necesario se vuelve aprender y cambiar. Esto vale no solo para la educación formal impartida en los colegios, sino también para las demás modalidades no escolarizadas de educación y aprendizaje. Sobre todo, la educación imprevista o aleatoria que resulta no planificadamente de múltiples actividades e intercambios de la vida cotidiana, a través de una gran variedad de canales, eventos y situaciones. Esta educación permite que una sociedad aprenda, colectivamente, a enfrentar los descomunales desafíos que nuestra época y nuestro país tienen por delante.