El Mercurio, 25 de noviembre de 2012
Opinión

Educando a Fernando

Sergio Urzúa.

Fernando es un niño especial. Hoy tiene 12 años, pero lo conozco desde pequeño. Sufre el síndrome de Asperger, una discapacidad social del espectro autista, pero que le da funcionalidad y completa independencia. Su caso demuestra la precariedad de nuestro sistema educativo e ilustra lo peor del subdesarrollo: la discriminación en un sistema que debería ser inclusivo, la falta de recursos, y la ignorancia e indiferencia de quienes deberían educarlo.

Al momento de buscar un colegio, los padres de Fernando tenían como objetivo evitar que fuese discriminado. Su lógica era simple: la condición no ameritaba un tratamiento especial, por lo que podría asistir a cualquier colegio. Consideraron como primera opción matricularlo en un establecimiento municipal. Quizás por haber vivido en EE.UU. por varios años, pensaron que el sistema público tendría la capacidad para educar a su hijo. Rápidamente se dieron cuenta de su error. Un sistema caracterizado por un gran número de alumnos por curso y con docentes poco preparados no ayudaría a Fernando; de hecho, probablemente lo perjudicaría. Continuaron la búsqueda entre colegios subvencionados y privados. Una y otra vez Fernando fue rechazado. Los establecimientos argumentaban que él sería un problema. Pero el problema no era el niño, sino los colegios. Finalmente, luego de meses de búsqueda y gracias a la abnegación de sus padres, fue matriculado en un colegio suficientemente inclusivo para los estándares chilenos. Así pudo asistir a una sala de clases donde podría desarrollarse y educarse como cualquier niño.

Pero a cuatro años de haber comenzado el proceso educativo, Fernando nuevamente fue discriminado. Esta vez no fueron los colegios, sino su maestra. Ella le recomendaba no dar la prueba Simce, pues anticipaba que el niño no rendiría. La inmediata negativa de sus padres logró convencer a la profesora de su discriminatoria sugerencia, permitiendo a Fernando rendir el Simce junto a sus compañeros. Pero la historia no terminaba allí. El subdesarrollo le pondría más trabas.

Mientras esperaban con ansias los resultados de la prueba, sus padres fueron informados de que nunca los conocerían, pues el ministerio no los entrega. Pero entonces, ¿cómo podrían saber dónde reforzar al niño? ¿Cómo anticipar y prevenir las dificultades que enfrentaría en el futuro? Imposible saberlo. No fueron los colegios ni los profesores los que impedían a Fernando mejorar: el responsable era el sistema.

En tiempos en que las re- formas educacionales se miden en millones de dólares, es necesario recordar que en la práctica éstas tienen nombre y apellido. Terminar con nuestro subdesarrollo educacional no es sólo un asunto de recursos, requiere un cambio de mentalidad. Gracias a la preocupación y perseverancia de sus padres, Fernando tuvo una oportunidad. ¿Qué ocurre con los menos afortunados?