La Tercera, 28 de julio de 2013
Opinión

El cuento del lobby

Leonidas Montes L..

Todos recordamos haber escuchado en nuestra niñez el clásico cuento del lobo. O haberlo leído con nuestros hijos. La historia es simple. La moraleja, también. El niño que cuida el rebaño de ovejas asusta una y otra vez al pueblo con la llegada del lobo. Los ciudadanos se preocupan, salen a buscarlo y no lo encuentran. Finalmente el lobo aparece realmente. Pero la gente no le cree al niño. Algo similar nos está sucediendo en Chile con el cuento del lobby.

En Chile el lobby no está regulado. Pero tenemos una historia de intentos. Un proyecto de ley, promovido por los diputados Burgos y Tohá, ingresó al Congreso el 2003. Después de cinco largos años, se aprobó en Comisión Mixta. Inmediatamente fue vetado por el gobierno de Bachelet. La Cámara de Diputados lo empujó nuevamente, pero el proyecto se quedó en el Senado. El año 2008 hubo un nuevo intento con un proyecto de ley más ambicioso. Éste fue aprobado por el Senado en julio de 2009. Pero esta vez se cayó en la Cámara de Diputados. Se le retiró la suma urgencia en enero del año 2010.

El año 2012, el gobierno volvió a la carga con un tercer intento. En junio del 2013 el proyecto fue aprobado por la Comisión de Constitución de la Cámara de Diputados. Ahora sólo depende de los parlamentarios que esta iniciativa avance y no sufra el destino de sus antecesores. Mientras se avanza, los parlamentarios podrían adelantarse con algunas medidas tan simples como hacer pública su agenda diaria y registra quiénes asisten a las sesiones de las Comisiones.

La verdad es que después de 10 años de discusión legislativa, todo esto parece como el cuento del lobo. Pero lo que es peor, sufrimos la inquietud del cuento del lobo. Estamos asustados del lobby porque no sabemos si está. En Chile el lobby ha operado de manera oculta. Sabemos que existe, pero no sabemos cuándo y cómo aparece. Tampoco cuánto se gasta en lobby. Ni siquiera sabemos quiénes realmente hacen lobby. Algunos lobbystas lo reconocen abiertamente. Otros simplemente pretenden seguir trabajando como si fueran lobos disfrazados de oveja. Lo que sí sabemos es que en Estados Unidos las empresas gastan cifras muy elevadas en lobby. Ciertamente Estados Unidos tiene una larga tradición con el lobby y su regulación. Ya en 1875, Sam Ward, “El rey lobby,” después de admitir soborno ante el Congreso, habría declarado: “no puedo decir que estoy orgulloso, pero no estoy avergonzado de mi ocupación”.

A medida que los países se desarrollan, las exigencias públicas aumentan. Naturalmente hacer lobby como protegido de un rey en el siglo XVIII, no es lo mismo que hacer lobby como amigo de un Presidente en el siglo XXI. El mundo ha cambiado. Y Chile también: estamos bien informados y nuestra sociedad es mucho más exigente. Actualmente la sociedad de la información impone nuevos requerimientos sociales y políticos a las democracias modernas. La transparencia ha aumentado. Y el concepto de accountability, esta idea de rendir cuentas a la ciudadanía, es cada vez más estricto. Por ejemplo, ¿se imagina usted que, una vez terminado este gobierno, un ex Ministro se convierta en un exitoso lobbysta? Probablemente hoy sería impresentable.

Se puede sostener que el ejercicio del lobby, en cuanto a influir para obtener algún beneficio particular, es inherente a la historia de nuestra civilización. Adam Smith, un gran conocedor de la naturaleza humana, insistentemente nos recuerda que el interés de algunos no siempre coincide con el interés público. Pero Adam Smith también es un férreo defensor del interés propio. Por eso no debemos olvidar que todos tenemos derecho a defender nuestros intereses y, si es necesario, a organizarnos para ello. El problema es cómo lo hacemos en la arena pública: a escondidas o a rostro descubierto.

El intercambio y la competencia se basan en el hecho de que la información está disponible, y no oculta. Y la democracia moderna exige que las autoridades rindan cuenta. En cambio, en Chile el lobby puede seguir operando furtiva y sigilosamente. La transparencia y el accountability son los principios que hacen urgente regular el lobby.

Desde una perspectiva pública, el lobby es importante. Y es muy necesario en una democracia. John F. Kennedy definía a un lobbista como “una persona que puede explicar en 10 minutos algo que cualquiera de mis asesores demoraría semanas”. En muchas discusiones de interés público el lobby, contrastando argumentos a favor o en contra, facilita, aporta y enriquece el debate.

El proyecto que actualmente se está discutiendo no es el óptimo. Es simplemente un “Proyecto de Ley de Transparencia en la Actividad de Lobby y las Gestiones que representen Intereses Particulares”. En otras palabras, está enfocado exclusivamente en las autoridades públicas y en la transparencia de sus agendas. Dicho de otra forma, no regula a los lobbystas, sino a los que son objeto del lobby. No obstante, en un estudio de Horizontal y la Escuela de Gobierno de la UAI que analiza el tema del lobby, se concluye que este proyecto es un primer paso muy importante. Después vendrá el registro de lobbystas y el financiamiento de las campañas políticas.

El lobby, dado nuestro nivel de desarrollo económico y político, debería ser una actividad transparente y legítima. No podemos seguir escondiendo esta realidad. Después de 10 años de discusión y dos fracasos legislativos, ahora existe un tercer intento con posibilidades. No es la ley que algunos quisiéramos, pero es un gran avance. Así que no hay que perder la esperanza. Por ahí dicen que la tercera es la vencida. Capaz que esta vez sea verdad y aparezca el lobo.