El Mercurio
Opinión

El enemigo público

Leonidas Montes L..

El enemigo público

La fiesta de acusaciones constitucionales continúa. Derrotar a algún enemigo público parece ser el objetivo. Y ya no se trata de tener mejores pensiones. Lo importante es destruir el sistema.

Hace ya tiempo me pregunto por qué Carl Schmitt, un intelectual que despierta resquemores en Europa y el mundo anglosajón, suscita tanto interés en Chile. Quizá pocos lectores han escuchado hablar de este controvertido jurista conocido como el «Kronjurist» del nacionalsocialismo alemán. Una mente brillante. También aterradora. Fue nazi y antisemita. Al mismo tiempo, un ferviente católico que nunca se arrepintió por pavimentar el camino a Hitler. No en vano un libro sobre él se titula “A Dangerous Mind” (2003).

Al comienzo pensé que Renato Cristi podía ser una de las causas de su influencia en Chile. Cristi conoce muy bien a este autor. Publicó “Carl Schmitt and authoritarian liberalism” (1998) y ha sostenido que Jaime Guzmán sería el Carl Schmitt chileno. Sin embargo, el peso intelectual y político de este jurista alemán va mucho más allá del gremialismo. ¿Cómo no va a ser curioso que este intelectual sea un referente para un espectro que abarca desde Jaime Guzmán hasta representantes del Frente Amplio?

Cuesta creerlo, pero Schmitt entusiasma a marxistas desencantados, fanáticos en búsqueda de culpables, comunitaristas románticos e incluso católicos expiando males. Y su retórica algo críptica, inspira cierta voluntad de poder. Aunque en sus “Ideas de Perfil” (2015) Carlos Peña da valiosas pistas sobre este fenómeno, quizá todo esto se relaciona al renacimiento de una suerte de teología política. El mismo Karl Schmitt, vaya sorpresa, se definía a sí mismo como un “teólogo de la política”.

Este enemigo feroz de la libertad sostiene que lo central de la política es la distinción entre amigo y enemigo. El enemigo es el otro, el extraño, el que no coincide y debe ser convertido. Algo tan atávico como la guerra – el enfrentarse al enemigo – definiría a la política. Como suelen citar los paladines de Schmitt, “solo es enemigo el enemigo público”. Bajo esta narrativa surge una suerte de metafísica religiosa en la que lo político avanzaría al ritmo del uno contra el otro.

Quizá estemos viviendo algo de todo esto. La política pareciera haber perdido su sentido aristotélico, liberal y republicano. A causa del nuevo sistema electoral, se ha atomizado. Tenemos dieciséis partidos representados en el Congreso. Pero también se ha teologizado. El fanatismo refundacional y utópico está a la orden del día. La fiesta de acusaciones constitucionales continúa. Derrotar a algún enemigo público parece ser el objetivo. Y ya no se trata de tener mejores pensiones. Lo importante es destruir el sistema.                                                                           

Cualquier espectador imparcial observaría con incredulidad y perplejidad lo que está pasando con nuestras pensiones. Los economistas ya advirtieron que el primer retiro iba a abrir una puerta difícil de cerrar. Así fue. La promesa que sería uno solo, quedó en nada. Y ahora que tendremos vacuna, y la economía comienza a recuperarse, esa peligrosa puerta se vuelve a abrir.

Veamos algunas cifras. Hacia fines de octubre 9.715.978 millones solicitaron el retiro de sus fondos previsionales. Fue un proceso impecable. El dinero llegó rápido y bien. Sin embargo, más de dos millones retiraron todos sus ahorros. Y ahora se estima que otros 2,3 millones quedarán sin pensiones. O sea, a futuro unos 4.5 millones de personas quedarán fuera del sistema, sin pensiones. Estas cifras son inquietantes. Pero al parecer no importan.

Todo esto resulta increíble. Se sigue abriendo esa puerta giratoria. Y el hemiciclo – ese espacio de deliberación parlamentaria – se usa como púlpito para todo tipo de homilías. Lo más triste es que el acuerdo previsional, tan añorado y exigido por la ciudadanía, sigue entrampado. Y embriagados por alguna teología de la política, actuamos como si todos fuéramos enemigos públicos.