La Tercera, 3 de mayo de 2015
Opinión

El Estado como nuevo chamán

Leonidas Montes L..

En los 60, Chile oscilaba entre el sueño socialista del hombre nuevo y el capitalismo. Pero las fuerzas intelectuales detrás de la economía estaban vivas y activas mucho antes de la lucha ideológica.

La Cepal, dependiente de las Naciones Unidas, inició sus actividades en Santiago en el año 1948. En ese entonces, como era común en el mundo académico, se cultivaba un perfil económico de corte keynesiano. La Cepal construyó el maravilloso edificio de Emilio Duhart. Y allí se gestaron y promovieron las teorías de la independencia y de la sustitución de las importaciones. Estas ideas tuvieron una tremenda influencia en Chile y en Latinoamérica. Fue el apogeo de un Estado productor y un mercado protegido.

En 1953, Albion Patterson iniciaba el Plan Chillán para promover ciertos proyectos agrícolas. Entonces surgieron los primeros contactos con Theodore W.Schultz, el chairman del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago que obtuvo el Premio Nobel de Economía en 1979. Después de infructuosas negociaciones con la Universidad de Chile, en 1956 la Pontificia Universidad Católica de Chile firma un convenio con el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago para promover el intercambio de profesores y becas para los mejores alumnos chilenos. Este fue el origen y la cuna de los Chicago Boys.

En un comienzo, cuando se favorecía el rol de la planificación y del Estado, los Chicago Boys eran un pequeño grupo de idealistas que predicaban y enseñaban las bondades del mercado y de la iniciativa privada. Los Chicago Boys eran una curiosidad en Chile. Su influencia era prácticamente inexistente y posiblemente eran considerados como revolucionarios. Ni siquiera Jorge Alessandri entendía esto de tener tanta libertad económica.

El camino al socialismo de Allende dejó a la economía en una crisis severa. En 1973,la inflación alcanzó un 606,1%, algo inimaginable cuando hoy nos preocupamos si la inflación excede el 5%. Pero los Chicago Boys estaban preparados y tenían sus ideas muy claras. Se cuenta que El Ladrillo estaba en el escritorio de los oficiales más importantes después del Golpe. Pero con los precios fijos, un cóctel de tarifas y el rol asfixiante del Estado, al inicio no fue fácil promover las ideas de libertad económica.

El 20 de marzo de 1975, Milton Friedman, un economista que participaba activamente del debate público mundial, llegó a Chile acompañando a Arnold Harberger. Fue una visita intensa y polémica. Se reunió con Pinochet y promovió una serie de medidas que serían conocidas como el “shock therapy”. Para Friedman, Chile debía controlar la inflación. En lenguaje simple, planteó que el enfermo “sufría de un virus llamado déficit fiscal con complicaciones monetarias”. Pero el famoso “Plan de Recuperación Económica” ya había sido preparado bajo el liderazgo de Jorge Cauas, con la ayuda de los Chicago Boys. Y fue lanzado hace 40 años, el 24 de abril de 1975, justo un mes después de la visita de Milton Friedman.

A algunos les gusta hablar de la hegemonía de Chicago, como si su influencia fuera un legado de sombras. Pero Chile le debe mucho al proceso de liberalización que comenzó con el paradigmático Plan de Recuperación Económica.

Lo que está sucediendo hoy en Chile, donde nos movemos del mercado a lo público, o de la libertad económica al Estado, es tan notable como preocupante. Poco a poco el Estado va adquiriendo una imagen de chamán que todo lo puede mejorar.

Por de pronto, a partir de algunos evidentes casos de corrupción entre la política y los negocios, la responsabilidad pareciera recaer casi exclusivamente en los privados. Así se desvía o canaliza la desconfianza hacia el sector privado. Y la solución suele ser mayor fiscalización estatal. Pareciera que el escepticismo frente al Estado se ha convertido en una suerte de fanatismo desmedido. Y en este afán de exaltar a lo público y al Estado como la solución a todas nuestras cuitas, incluso hemos llegado a olvidar que también hay empresas públicas.

Hace algunos años esto no era así. Por ejemplo, las empresas públicas, donde todos somos accionistas minoritarios, estaban sujetas a un férreo escrutinio público. Pero, al parecer, esto ha cambiado. El valioso informe de la Comisión Engel, una iniciativa que como ciudadanos debemos agradecer, valorar y celebrar, es un reflejo de esta aprensión. Un capítulo está completamente dedicado a la “Confianza en los Mercados”. Si bien la preocupación, a la luz de la experiencia reciente, es legítima y pertinente, no se hace mención alguna a las empresas públicas. Ni siquiera en la breve sección de gobiernos corporativos. Toda la atención pareciera enfocarse en las empresas privadas.

Quizá todo cambió y las empresas de todos los chilenos estarían exentas de estas irregularidades. Sin embargo, ese genio maligno cartesiano, que remece y despierta a cualquier liberal, me hace dudar. De hecho, una serie de informes y pagos truchos de varias empresas estatales asaltan mi memoria. Y pienso ergo existo: ¿Debemos pensar que las boletas o las facturas ideológicamente falsas son una práctica exclusiva de algunas empresas privadas? Me temo que podríamos llevarnos más de alguna sorpresa si revisáramos con el mismo celo la contabilidad de Codelco, Enap o EFE, por mencionar sólo algunas. Y más sorpresas, posiblemente, con el gobierno corporativo de Enami. En fin, es sano recordar algunas ideas de la escuela de Chicago. Los dos profesores de Chicago, Milton Friedman y George Stigler, ambos premios Nobel de Economía, también dudarían del viejo chamán. Y de la supuesta expiación que ha inspirado nuestra batalla contra el lucro.