El Mercurio, 23 de febrero de 2014
Opinión

El gran escape

Vittorio Corbo.

«El gran escape: Salud, riqueza, y los orígenes de la desigualdad» es el título de un libro reciente del profesor de la Universidad de Princeton Angus Deaton, un reconocido experto mundial en desarrollo y pobreza. El libro explica la historia de la humanidad escapándose de las penurias y la muerte prematura, de cómo personas han logrado mejorar sus vidas e indicar el camino para que otros puedan hacerlo también.

Esta mejora incluye una drástica reducción de la pobreza y de la mortalidad de los lactantes e infantil; mejoras en la nutrición y en la salud, y un aumento significativo en el acceso de la población a bienes y servicios, tanto en cantidad como en calidad. Estos logros, según Deaton, han sido posibles gracias a una combinación de alto crecimiento económico, avances científicos en el control de las enfermedades y gobiernos que no solo han facilitado el crecimiento con una oferta adecuada de bienes públicos e infraestructura, sino que, también, han sido responsables frente a sus ciudadanos.

El alto crecimiento expande las oportunidades para que las personas puedan vivir una vida mejor, y se logra a través de políticas e instituciones que crean un ambiente propicio para ahorrar, invertir, aumentar el empleo, mejorar el capital humano e innovar, y como tal, es un importante determinante de la reducción de la pobreza, lo que documenta muy bien el autor.

No hay una receta única para lograr un crecimiento alto y sostenido, pero sí hay cosas que ayudan: (1) políticas monetarias y fiscales orientadas a mantener la estabilidad de precios y cuentas externas y fiscales sostenibles; (2) mercados competitivos; (3) una apertura externa que permita capturar las ventajas de la globalización; (4) un sistema judicial que facilite el cumplimiento de los contratos y, en general, el cumplimiento de la ley, y, (5) un sector público eficiente, que provea los bienes públicos necesarios, no entorpezca el desarrollo de las actividades productivas y que presente bajos niveles de corrupción.

En cuanto a los avances en nutrición, estos se relacionan a la mejora en los niveles de ingreso de la población, que le ha permitido tener acceso a una dieta más nutritiva. Los avances en salud están asociadas a importantes innovaciones de la segunda mitad del siglo pasado -el reconocimiento del origen bacteriológico de importantes enfermedades, especialmente infantiles, la invención de los antibióticos y las vacunas y el control de las pestes-, como también a las mejoras en la higiene y la salud pública derivada de la provisión de agua potable y alcantarillado.

Inicialmente, estos avances estuvieron concentrados en el mundo desarrollado, pero a medida que avanzó el siglo, gracias a la globalización y la revolución en las tecnologías de la información y las comunicaciones, se fueron extendiendo al mundo como un todo. Pero estos avances en salud requieren de recursos y capacidad de gestión y aquí el crecimiento económico y la capacidad del Estado han sido fundamentales.

Estos avances en salud permitieron reducir significativamente la mortalidad de los lactantes (niños menores de un año) y la mortalidad infantil (niños menores de cinco años). En el caso de la población adulta, los avances en salud se han debido, principalmente, a la introducción de medicamentos para reducir la presión arterial (diuréticos y otros) y el colesterol y, más recientemente, a la reducción en el consumo de cigarrillos.

El resultado de estos avances en salud ha sido una explosión en la población mundial, que pasó de cerca de mil millones de personas a comienzos del siglo 19, a los 7.900 millones que es hoy.

Como muy bien lo presenta Deaton, los avances más significativos en mejorar la calidad de vida de sus habitantes se observan en países que gracias a «buenas» políticas y al fortalecimiento de las instituciones han podido dar un salto significativo en su nivel de ingreso per cápita. Deaton resalta que ni la ayuda externa ni los booms en precios de productos primarios son buenos sustitutos para la creación de un ambiente favorable al crecimiento. Por el contrario, tanto la ayuda externa como un mal uso de los booms de precios de productos primarios muchas veces llevan a mantener o profundizar políticas e instituciones que afectan negativamente al crecimiento y al bienestar de la población.

Sin embargo, el progreso no ha sido parejo entre países y al interior de los países. De hecho, la desigualdad de los ingresos medios entre países, y la desigualdad de ingresos al interior de los países, ha aumentado en los últimos 50 años. De acuerdo con Deaton, el aumento en la desigualdad entre países se comenzó a gestar a partir de la revolución industrial y tomó otro empuje en los últimos 50 años con los avances en crecimiento de Corea del Sur, Hong Kong, Malasia, Singapur, Taiwán y Tailandia, y, más recientemente, China e India.

Pero aún hay un gran número de países que no han avanzado mucho. Esto es particularmente cierto en el caso de África, tal vez con la excepción de Botsuana. Como resultado, la brecha entre los ingresos medios de distintos países se ha ampliado. De hecho, cerca de 10 países tienen hoy un nivel de ingreso per cápita menor al que tenían hace 50 años, dos de ellos en América Latina y el Caribe: Haití y Nicaragua.

En cuanto al aumento en la desigualdad de ingresos al interior de los países, según Deaton -y la mayor parte de la lectura especializada-, los factores determinantes han sido las nuevas tecnologías y la globalización, que han aumentado significativamente la demanda por capital humano y las oportunidades de la gente con talento, mientras que la oferta no ha crecido a la misma velocidad: como resultado, la desigualdad ha aumentado, aunque los impuestos y las transferencias han contribuido a hacer, en el margen, la distribución menos desigual.

En forma paralela, la pobreza a nivel mundial ha tenido una fuerte reducción gracias al crecimiento mundial y, en los últimos 35 años, al alto crecimiento de China a partir de 1978 y de India, desde 1991.

Algunas lecciones para Chile

Chile ha avanzado significativamente en el último siglo y especialmente en los últimos 30 años en mejorar las condiciones de vida de la población. En cuanto a mortalidad infantil y esperanza de vida al nacer, Chile estaba entre los peores países de América Latina y del mundo a fines del siglo 19 (Historia del Siglo XX, S. Correa y otros). Sin embargo, hoy tiene una esperanza de vida infantil similar a la de los países del sur de Europa y una esperanza de vida al nacer algo menor a la de Estados Unidos. Además, en los últimos 30 años la reducción de la pobreza, en cualquier métrica, también ha sido sustancial.

Estos logros han sido posibles, en gran parte, gracias al alto crecimiento. Así tenemos que Chile es el país de América Latina que más acortó su brecha de ingreso per cápita con los países avanzados. Para mantener un alto crecimiento y seguir avanzando en mejorar el bienestar de la población es fundamental remover escollos a los aumentos de productividad y enfrentar como país y con urgencia los problemas para desarrollar fuentes de energía a un precio razonable y con un horizonte de mediano y largo plazo. Los avances en calidad de vida se han beneficiado también por una preocupación temprana por la salud pública y, en los últimos 40 años, por los avances en nutrición infantil.

En cuanto a la desigualdad en la distribución del ingreso, que en nuestro caso ya es alta a nivel internacional, Chile ha logrado reducirla en los últimos años, pero el progreso en reducirla ha sido lento. Aquí, el reto está en focalizarse en lo importante, en un país integrado al mundo -con una fuerte penetración de la revolución de la informática y las comunicaciones-, la demanda por capital humano aumenta sustancialmente.

Si el crecimiento de la oferta de capital humano está restringido por la mala calidad de la educación preescolar, básica, media y técnica que recibe una parte sustancial de la población, el resultado va a seguir siendo una gran y creciente brecha entre los ingresos de las personas con oportunidades para adquirir capital humano de calidad y los con talento, sacándole ventajas de ingresos al resto de la población.

El sistema tributario y de transferencias del Estado puede ayudar a reducir la desigualdad en la distribución del ingreso, especialmente si el sistema tributario acota sus efectos negativos en la eficiencia económica, el ahorro y la inversión, y reduce regímenes especiales que se prestan para la evasión y la elusión de las personas con altos niveles de ingreso. Pero los avances serán muy lentos si no nos enfocamos en la causa fundamental: las reducidas oportunidades que tiene una parte importante de la población para acceder a los frutos que genera una economía exitosa e integrada al mundo.