La Tercera, 10 de marzo de 2018
Opinión

El legado de Bachelet

Leonidas Montes L..

A fines de marzo del 2013 Bachelet regresó a Chile con la confianza ganadora. Chile la necesitaba. Y ella volvía porque quería a Chile (de ahí su lema: “Yo quiero a Chile”).

Se formó la «Nueva Mayoría». Las marchas estudiantiles clamaban por cambios profundos. Bachelet los abrazaba con la promesa de grandes reformas. Surgió la metáfora de la retroexcavadora, se publicaba «El Otro Modelo» y Piketty era recibido con honores. Era el entusiasmo del triunfo. Y de las transformaciones.

En menos de un año su popularidad cayó abruptamente. Pero ella se mantenía firme y avanzaba. Bachelet sabía lo que era mejor para los chilenos. Con esta actitud, propia de un socialismo más bien clásico, intentó mover el eje de su gobierno muy a la izquierda (no olvidemos su reciente visita oficial a Cuba). Pero el progreso y los cambios que han vivido los chilenos no estaban para esos bollos. Hoy Chile es un país más liberal con ciudadanos mucho más exigentes.

El gobierno comenzó con una especie de nostalgia sesentera. Los abuelos cómplices del modelo marchaban con sus nietos. Y así se alimentó una especie de cruzada contra lo existente, contra lo que se había construido. Había que reconstruir, partir con una tabula rasa. Y criticando lo malo, los chilenos dejamos de ver lo bueno. El dogmatismo se convirtió en el refugio ante la desconfianza y la sospecha. Y Chile se transformaba en un país donde campeaba la crítica. La Concertación fue enterrada porque sus líderes ya no representaban las verdaderas causas. Así fuimos perdiendo esa capacidad de conversar, de empatizar para lograr acuerdos y consensos. Bajo este gobierno, esa 

Todo esto derivó en reformas poco rigurosas y desprolijas. Ese merecido liderazgo que teníamos en políticas públicas serias y bien hechas se puso en tela de juicio. Pero también hubo aciertos. Como olvidar la política energética de Pacheco, las propuestas de la Comisión Engel, la despenalización de las tres causales de aborto o el acertado manejo de las relaciones internacionales que finalizaron con la firma del TPP 11. En efecto, Bachelet mantuvo siempre la idea de que Chile era un país abierto al mundo. Pero al final el balance de este gobierno, muy centrado en la figura de una Bachelet demasiado a la izquierda, no es favorable.

El nuevo gobierno tiene el desafío de recuperar el optimismo y de volver a mostrar lo positivo. Para eso hay que recobrar esa cultura de conversación y de acuerdos. El animal spirits y las expectativas deben ser guiados y acompañados con ideas y contenidos. El crecimiento y la inversión son muy importantes y necesarios. Pero no suficientes para prolongar este ciclo político. Este es el gran desafío y la oportunidad histórica: retomar, como la denominó Alejandro Foxley, esa segunda transición. Y para ello será necesario la empatía para per-suadir y no el dogmatismo para sólo con-vencer.