El fenómeno local en torno al lucro es interesante desde un punto de vista sociológico, cultural y también económico. Como si todas las fuerzas contrarias al capitalismo se hubieran unido contra una palabra, en Chile el lucro se ha convertido en un término execrable. El movimiento estudiantil, hay que reconocerlo, ha sido exitoso en construir y promover un potente y eficaz relato contra el lucro. Como suele suceder en estos casos, todo esto comenzó como un fenómeno espontáneo que poco a poco fue convirtiendo a esta palabra en un ícono abominable. Este proceso partió con la constatación de una ley: las universidades son corporaciones sin fines de lucro. Siguió con la colusión de las farmacias. Y lo exaltó el caso La Polar. Esta tríada de hechos fue explosiva para simbolizar en el lucro la cara oscura de una economía de mercado. Y los daños que esta errada percepción han causado, están a la vista.
Naturalmente se generó un agudo malestar contra la ausencia de regulaciones efectivas. Si recordamos que la regulación debe promover la competencia para el beneficio de los consumidores, la rabia es justificada. Nuestra sociedad, y esto hay que celebrarlo, reaccionó contra los abusos. Pero la opinión pública recogió y absorbió esta crítica al lucro sin mayores consideraciones. El lucro se convirtió, de manera irreflexiva, en un símbolo del laissez faire desenfrenado, del anarco-capitalismo o de un mercado salvaje. Y este discurso se extendió al mercado, la economía y recientemente, a los técnicos. No en vano el Senador Navarro se refirió al destituido Ministro Harald Beyer como “el guardián del lucro”. Incluso un destacado comentarista mencionó, con sana ironía, que Beyer tendría que regresar “a la cuna del lucro”. El lucro huele mal. Y en todo esto, algo de sentido común se ha perdido.
Sin entrar en esas profundas disquisiciones propias de los juristas, el lucro es simplemente ganancia. El tema está en cómo se obtienen esas ganancias. Hay aquí, sin lugar a dudas, una cuestión ética. Si bien la cruzada contra el lucro surge ante casos puntuales donde no se cumple la ley o lisa y llanamente se abusa, la economía de mercado y el lucro tienen sólidas bases morales.
El padre de la economía, Adam Smith, inicia su “Riqueza de las Naciones” afirmando que existe en el hombre una propensión para ”trocar, permutar y cambiar”. Esto es, desde las primeras épocas, el hombre ha intercambiado de distintas formas, partiendo por el trueque. El intercambio pareciera ser, especula Smith, algo inherente a la naturaleza humana. Nos dice: “nunca he visto a un perro intercambiar un hueso con otro”. Un perro le puede quitar a mordiscos un hueso a otro perro, pero eso no es intercambio para el padre de la economía. De hecho Smith se refiere al “intercambio honesto y deliberado”. Estos dos adjetivos están cuidadosamente elegidos. Literalmente si un ladrón me apunta con una pistola y me quita la billetera, existe intercambio. Pero no es un ejemplo de un “intercambio honesto y deliberado”. El intercambio es humano sólo cuando es “honesto y deliberado”. Esto quiere decir que el intercambio, que es la causa de cualquier ganancia, tiene una base ética. Y la ganancia o el lucro, que es siempre consecuencia del intercambio, tiene un sustento moral. Más aún, el lucro, si proviene de un “intercambio honesto y deliberado” y es fruto del trabajo, del esfuerzo o simplemente de la suerte, es necesario para la sociedad. Así, la justificación y exigencia moral respecto al lucro resulta evidente.
En general los estudiantes universitarios hoy están mejor. Y tienen más oportunidades que antes. Una mejora es la baja de tasa del Crédito con Aval del Estado (CAE) de un 6% a un 2%. Y quiero destacar un ejemplo de las nuevas oportunidades para los jóvenes universitarios. El año 1981 se inició el exitoso programa de Becas Presidente de la República. Entre 1981 y el año 2000 se entregaron, en promedio, 57 becas de postgrado al año para PhD o Master en el extranjero. Durante esos 20 años no era fácil ganar una beca. Sólo los mejores postulantes eran elegidos para estudiar en las mejores universidades del mundo. Pero las oportunidades para estudiar en el extranjero, se ampliaron. Entre el año 2000 y el 2012 se entregaron en promedio 447 becas de postgrado al año. O sea casi 8 veces más becas que en el período anterior. Para que se haga una idea, el año 1984 se entregaron sólo 14 becas. Y el 2009 se repartieron 1.316 becas. Injusto para los egresados el 1984, dirán algunos. Un privilegio para los que se recibieron el 2009, dirán otros. Ni lo uno, ni lo otro: una mejora para el país después de 25 años de sostenido crecimiento.
Cuando se habla de educación superior de calidad estamos todos de acuerdo. Pero cuando se habla de educación superior gratuita para todos, surgen luces de alerta. Si quieren destruir a la Universidad de Chile y a las demás universidades públicas, esta es la manera más efectiva. Para explicar este punto, voy a terminar con una anécdota ilustrativa. Hace años, en un seminario internacional un colega economista me contó que en su curso tenía cientos alumnos. Y se quejaba porque no tenía fondos para ayudantes. Entonces le pregunté cómo corregía todos esos exámenes, “muy simple, me dijo, les pongo a todos entre un 1.0 y un 2.0. Unos pocos reclaman. Esos los reviso”. Evidentemente fue una respuesta de economista. Pero, sin dar nombres, hacía clases en una Universidad gratuita que tiene unos 300.000 estudiantes y que en el pasado tuvo su época de gloria. El lector juzgará.