El Mercurio, 21/8/2011
Opinión

El momento actual

Vittorio Corbo.

En momentos en que los países avanzados están pasando por una etapa de deterioro en sus perspectivas de crecimiento y Europa enfrenta además una crisis de deuda soberana con un pronóstico poco claro, un grupo de países en América Latina, y Chile en particular, han seguido creciendo con fuerza.

La resiliencia y el alto crecimiento de América Latina son el fruto de importantes reformas estructurales implementadas en los últimos 25 años, donde destacan las reformas de políticas e instituciones orientadas a mantener los equilibrios macro, fortalecer la solvencia fiscal, asegurar un sistema financiero sano y crear una economía de mercado abierta al comercio internacional.

El caso chileno destaca tanto por la calidad de sus políticas e instituciones como por ser el único país entre los principales países de la región que desde comienzos de los 80 ha logrado acortar, en forma importante, su brecha relativa de producto per cápita con los países avanzados. Y, al mismo tiempo, avanzar en forma significativa en la mejora de sus indicadores sociales.

Numerosos estudios muestran que el progreso observado en estos indicadores ha sido principalmente el fruto del alto crecimiento y, en menor medida, de la focalización del gasto público en los grupos más pobres de la población.

En el último tiempo destaca que, viviendo realidades diametralmente opuestas, tanto en los países avanzados, que sufren el rigor del ajuste y que tienen pobres perspectivas de crecimiento, como en los países emergentes, que crecen con fuerza y avanzan en mejorar los indicadores sociales, han ocurrido importantes manifestaciones de insatisfacción.

Las primeras se pueden entender muy bien, pero las segundas requieren de un análisis más profundo para evitar que las respuestas de política terminen mermando la capacidad de crecimiento, obstaculicen el desarrollo social y no resuelvan los problemas que se requiere resolver.

Estudios recientes en el área de la economía de la felicidad, todavía en etapa exploratoria, muy bien cubiertos en el libro de Carol Graham, The Pursuit of Hapiness: An Economy of Wellbeing (Brookings Institution Press, 2011), nos pueden ayudar en este análisis.

Estos estudios muestran que una vez que se toman en cuenta los efectos de las variables socioeconómicas tradicionales (ingreso, estado marital, edad, residencia, estatus de empleo y otras variables) como determinantes del «bienestar» queda una dispersión en los resultados que puede atribuirse a factores adicionales como desigualdad de oportunidades, expectativas frustradas, el tiempo de traslado al lugar de empleo, la protección al consumidor, entre otras.

En el caso chileno, que hoy está creciendo a la tasa más alta de los últimos 14 años, que la inflación está controlada, que el desempleo cae y los salarios reales suben, pareciera que son dos los factores más importantes detrás de la insatisfacción que se manifiesta en protestas y en las encuestas.

Primero, y el más emblemático, es el problema de las diferencias de calidad en la educación la que genera importantes inequidades. Un segundo factor, como lo muestran las encuestas, tiene que ver con los problemas de tiempo, recorridos y frecuencias que significó para sus usuarios la implementación del Transantiago, donde los problemas de gestión e incentivos han sido difíciles de corregir.

Dada su importancia para el país y el lugar central que tiene en la coyuntura actual es conveniente extenderse en el tema de la educación. Los problemas de calidad se concentran en la educación preescolar, pre-básica, básica y media que recibe más del 90% de la población que acude a escuelas municipales y privadas subvencionadas, especialmente a las primeras. Estos son principalmente estudiantes provenientes de hogares de los tres quintiles de menor ingreso de la población.

Sin embargo, hay que reconocer que aunque en los últimos 30 años se ha logrado un gran avance en ampliar la cobertura y, en menor medida, en mejorar su calidad, estos no han podido reducir en forma significativa la brecha de oportunidades que surge principalmente por el status socioeconómico de los estudiantes.

Aunque los diagnósticos sobran, el país ha sido incapaz de resolver este problema que es de larga data y el cual radica, según los especialistas, en problemas de gestión, de calidad de los profesores, de alineamiento de las remuneraciones con el desempeño, de selección de directores y de financiamiento, en resumen de incentivos, de gestión y de recursos.

En la educación superior se ha avanzado significativamente en acceso pero hay problemas de costo, de financiamiento y de calidad. Sin embargo, el problema no es que no sea gratuita, la educación superior tiene una alta rentabilidad privada y, por lo tanto, proveerla en forma gratuita es un subsidio costoso y mal focalizado. El problema central es que los alumnos que se educan en colegios públicos tienen restringido su ingreso a planteles universitarios de calidad y, lo que es peor aún, tampoco tienen muchas oportunidades de acceder a un buen sistema de educación técnico profesional.

Esto enfatiza un elemento que ha sido dejado de lado en parte de la discusión: no podemos pensar en reformas o mejoras al sistema educacional tratando cada etapa como un elemento separado, mejorar el acceso a la educación universitaria y profesional requiere no sólo de crédito barato, aunque es una importante ayuda, sino también de una profunda mejora en la calidad de la educación que reciben los jóvenes de menores ingresos antes de llegar a la etapa universitaria.