La Segunda, 11 de noviembre de 2014
Opinión

El Muro: relativismo y arrogancia

Leonidas Montes L..

En casi todo el mundo, la conmemoración de los 25 años de la caída del Muro fue una ocasión política para celebrar y reflexionar. Basta escuchar las palabras de Angela Merkel, quien ha tenido una historia política similar a la de Bachelet. Ambas vivieron en la RDA y compartieron el sueño socialista. En Chile, en cambio, salvo algunas tibias excepciones, la caída del Muro pasó sin pena ni gloria. Partiendo por nuestra Presidenta, casi no hubo palabras de nuestros prominentes y agradecidos socialistas.

Es comprensible y humano que muchos próceres de nuestra izquierda estén agradecidos por haber sido acogidos por la dictadura de Honecker. Incluso se podría justificar que hayan apoyado recibirlo en Chile con su familia por razones humanitarias. No obstante, olvidar, o simplemente ignorar la realidad, resulta, a lo menos, moralmente cuestionable.

Una vez en Chile, Erich Honecker declaró que “nuestros maravillosos recuerdos de la RDA son el testimonio de una sociedad justa y nueva. Y permaneceremos siempre fieles a esas cosas”. Quizá esas palabras y añoranzas de un pasado mejor y un futuro de fidelidad todavía resuenan en el grupo de los agradecidos. Para muchos socialistas, el agradecimiento o los maravillosos y nostálgicos recuerdos son tan potentes que pueden borrar la realidad histórica. La indiferencia moral de nuestra izquierda dura se refleja en el silencio. Y en algunas acciones. Basta recordar el brinco adolescente de Bachelet cuando le avisaron que el Gran Fidel la recibiría.

Esta paradoja moral obedece a que parte de la izquierda sesentera todavía considera que los derechos humanos son el patrimonio de su sector. Se miran el ombligo y no ven la realidad más amplia. Sólo pareciera importarles lo que pasó en Chile. Y lo que les pasó a ellos. No importa lo que aconteció en la RDA. O lo que pasa en Cuba. Para algunos, Fidel sigue siendo “un faro de esperanza”. Y para qué hablar de lo que sucede en Venezuela. Sería una expresión de la democracia, esa democracia mal entendida. Con estas actitudes la moral, el valor de la libertad y la democracia se relativizan.

Este relativismo es consistente con el carácter y la cultura del socialismo duro. El monopolio de los DD.HH. es sólo una expresión de este fenómeno. La reciente narrativa de la reforma educacional —el fin de lo que mucha gente valora— es otra prueba de esa arrogancia intelectual. Con un paternalismo sordo, sólo pretenden imponer lo que ellos creen que es lo mejor para la sociedad. Y esta manera de ver las cosas, tan propia de los socialistas sesenteros dueños de la verdad, parte de un gran supuesto: hay que cambiar lo que piensa y cómo piensa la gente. Vaya seguridad. Y vaya error. Sólo basta ver las encuestas. Y recordar por qué cayó el Muro.