La Segunda, 4 de marzo de 2014
Opinión

El país de Andrés Bello

Leonidas Montes L..

Nuestra deuda con Venezuela va más allá del privilegio de haber contado con una de sus grandes figuras. Andrés Bello sentó las bases de nuestro estado de derecho. Su código civil, su invaluable aporte a nuestra Constitución de 1833, sus múltiples y variados escritos, su participación en el debate público a través de agudas columnas de opinión, su legado para la Universidad de Chile —con ese espléndido discurso inaugural que debería ser lectura obligatoria para los alumnos de esa casa de estudios— lo convierten en uno de nuestros hombres públicos más relevantes. Basta leer un poco de historia o consultar la obra de nuestro gran historiador Iván Jaksic para aquilatar la estatura, dimensión e influencia de este gran intelectual. No en vano, “The Economist” inició una columna semanal acerca de Latinoamérica llamada Bello, en su honor.

Chile ha tenido históricamente una estrecha relación con Venezuela. Pero ante lo que vive hoy su pueblo existe una preocupante ambigüedad. Afortunadamente, se han alzado voces autorizadas, como Camilo Escalona, para condenar lo que está sucediendo en ese país. Pero desgraciadamente en Chile tenemos un doble estándar en materia de derechos humanos. Se ha engendrado una especie de maniqueísmo instrumental, donde todo lo que diga relación con la dictadura de Pinochet o la derecha no puede ser comparado con lo que sucede en regímenes totalitarios inspirados por las más diversas y peregrinas ideas de extrema izquierda.

En Chile recibimos a Honecker, quien dirigió con mano férrea a millones de alemanes encerrados detrás de un muro. Pero claro, él había acogido a muchos chilenos en el exilio, su asilo en Chile sólo podría explicarsecomo un acto de reciprocidad. Pero nada puede justificar lo que sucedió tras ese muro de Berlín. Algo similar ocurre con Cuba. No es casualidad lo que acaeció en la última cumbre de la Celac en Cuba: el Presidente Piñera visitó a las Damas de Blanco; Bachelet no lo hizo.

También tenemos el caso del PC chileno y Corea del Norte. Cuando murió el “Querido Líder” Kim Jong-il, el PC chileno no trepidó en enviar una carta firmada por el diputado Guillermo Teillier y el dirigente Carlos Insunza. En la misiva, dirigida al heredero y actual líder norcoreano, Kim Yong-un, el PC expresó sus “condolencias por el fallecimiento del compañero Kim Jong-il” y deseó que su hijo prosiguiera “la lucha por la construcción de una próspera sociedad socialista, por la reunificación del país, la defensa de los intereses del pueblo coreano en contra de las maniobras del imperialismo norteamericano”.

El nuevo líder de la “república” tardó poco en aprender las brutales prácticas de su padre y abuelo. Y ni siquiera el reciente informe de las Naciones Unidas denunciando lo que ocurre en Corea del Norte cambió las cosas: el PC chileno, en democracia, pasa piola.

Algo similar ocurre con Venezuela. El legado chavista ha socavado el estado de derecho. Los estudiantes se manifiestan, pero emerge la violencia de Estado. Y nuestros dirigentes estudiantiles de la Universidad de Chile, en vez de leer a Andrés Bello, escriben otra histórica carta de apoyo a la dictadura venezolana. No les importaron los muertos ni los heridos. Tampoco que no haya libertad de prensa (expulsaron al equipo de CNN, entre otras cosas), ni que los militares estén detrás de la represión ni que Leopoldo López termine en la cárcel. ¿Qué diría Andrés Bello?

Por último, ¡qué diferencia entre la inmediata y clara condena del Presidente Piñera y el doble estándar del secretario general de la OEA, José Miguel Insulza! Desgraciadamente, a juzgar por sus recientes declaraciones, este último parece estar más preocupado de lo que está sucediendo con el cambio de gobierno en Chile, que de la crisis enVenezuela.

Como se puede ver, en todo esto hay una importante moraleja: el gran corazón, a la izquierda, puede nublar la razón.