El Mercurio
Opinión

El péndulo de Aristóteles

Leonidas Montes L..

El péndulo de Aristóteles

Hay en el ambiente tenues destellos de un sano espíritu liberal, republicano y democrático.

Pese a que vuelven las restricciones a la libertad —el Leviatán no descansa en momentos de crisis—, hay algo en el aire que permite respirar cierta moderación política. Quizá son las primarias. Votaron pocos, pero la señal fue contundente. En esta misma dirección, el reordenamiento y sinceramiento del Frente Amplio, ese Frente cuyo problema era ser demasiado amplio, contribuye al ambiente. Los liberales tomaron conciencia de la situación y lo que estaba en juego. Y los más moderados aquilataron las circunstancias y sus consecuencias. Ese movimiento ya no es un juego. Tampoco un proyecto de amigos transformadores. Es la realidad política con sus luces y sombras, con chispazos de sensatez ante el individualismo de los “septones” que apuntan con el dedo.

Hay en el ambiente tenues destellos de un sano espíritu liberal, republicano y democrático. Aunque ese espíritu a ratos se enreda y distorsiona, se respira algo distinto. El jueves el Senado aprobó la Ley de Migraciones. En medio de los conflictos entre un gobierno débil y un parlamentarismo de facto, Congreso y Gobierno se dieron la mano. Tal vez la madurez y sensatez políticas están de vuelta. Estos signos de moderación recuerdan al gran filósofo Aristóteles. El sano equilibrio —ese justo medio— parece encontrar cierto cauce, alejándose de los extremos pendulares.

Algunos siguen añorando a Chávez, defienden a Maduro y quisieran ver en la sucesión a la nueva figura del régimen, el flautista “Nicolasito” Ernesto Maduro. Otros admiran a los Kirchner, adoran a Cristina y Alberto Fernández y alientan a Máximo Kirchner, quizá futuro heredero. También están los que quieren derrocar a Piñera a como dé lugar. Pero todos ellos convergen —vaya modernidad la nuestra— al alero de los que todavía ven a Cuba como un faro de esperanza. La buena noticia es que en Chile la democracia representativa, con sus virtudes y defectos, respira. Y camina a paso lento, pero seguro.

Aristóteles comienza su “Ética a Nicómaco” afirmando que cada persona persigue la eudaimonía, lo que generalmente se traduce como felicidad. Pero la felicidad y la moral están relacionadas con la política, con la polis, con los demás. Y la civilidad es el pegamento que une ese vínculo virtuoso entre ciudadanos y sociedad. La civilidad, qué duda cabe, está en crisis. Hoy la palabra —el logos— se reemplaza por la ofensa, el desprecio y la descalificación gratuita. Por eso las recientes señales políticas en términos de moderación son alentadoras. Por eso también es importante no olvidar, como nos dice el estagirita en su “Política”, que “el hombre es el mejor de los animales cuando alcanza su desarrollo, pero también es el peor de ellos cuando se aleja de las leyes y la justicia”. La violencia, en todas sus expresiones, nos acerca a lo más animal que hay en nosotros.

Ciertamente tenemos un largo, intenso y corcovado camino por delante. Los partidos políticos tienen una gran responsabilidad y oportunidad en las definiciones para la Constituyente. No solo se trata de buscar y elegir las candidaturas. Se trata de conducir y guiar un proceso que marcará nuestro futuro.

La “Ética a Nicómaco” termina con un llamado a la política, a investigar la legislación y “en general la materia concerniente a las constituciones”. Y Aristóteles cierra invitándonos a “ver qué cosas salvan o destruyen las ciudades, y cuáles a cada uno de los regímenes, y por qué causas unas ciudades son bien gobernadas y otras lo contrario. Después de haber investigado estas cosas, tal vez estemos en mejores condiciones para percibir qué forma de gobierno es mejor, y cómo ha de ser ordenada cada una, y qué leyes y costumbres ha de usar”. Esa investigación se ha estado haciendo. Ahora solo resta confiar en las mejores condiciones que auguran este nuevo impulso del péndulo aristotélico.