El problema no es el mercado, sino el Estado en su rol redistributivo. Mientras los países desarrollados logran reducir de forma significativa el índice de desigualdad a través de impuestos, pero sobre todo a través de transferencias directas, las políticas sociales de Chile prácticamente no logran reducir en nada la desigualdad.
Es frecuente escuchar a políticos de izquierda arrogarse la voz del pueblo, como si ellos tuvieran una conexión inmanente que los dispensa de cualquier mediación. Mientras la derecha defendería los intereses de las élites, la izquierda sería la defensora del pueblo. Después de la masacre electoral que sufrió la izquierda en el reciente plebiscito cabe preguntarse a qué pueblo o pueblos representa hoy.
En primer lugar, llama la atención la alta votación de la opción Apruebo en el exterior. La izquierda parece, entonces, representar mejor al votante extranjero, ese que vive en Australia o Canadá o que estudia en Europa o Estados Unidos gracias a las Becas Chile, que al pueblo chileno. Gozar del alto estándar de vida que garantizan los países desarrollados llama a empatizar con las sentidas demandas ciudadanas por condiciones de vida más dignas. El problema radica en cómo alcanzarlas. La izquierda concentra su discurso en la redistribución, como si el problema se resolviera atacando la concentración de poder olvidándose completamente del desarrollo económico. Pero es cosa de mirar a los países con altos estándares de vida, como son los países nórdicos, Alemania, Francia, Canadá, Nueva Zelandia, entre otros, para advertir que todos ellos son países que están en la distribución superior del PIB per cápita. Por cierto, el crecimiento económico por sí solo nos llevará necesariamente a generar mejores condiciones de vida para todos, se requiere la acción del Estado para la política social, que es donde Chile también falla. Si comparamos el índice de desigualdad de Chile con el de los países con alto estándar de vida antes de pagar impuestos y recibir transferencias del Estado, se advierte que Chile no es muy distinto de los países más desarrollados e igualitarios e incluso presenta indicadores de menor desigualdad que muchos de ellos. El problema no es el mercado, sino el Estado en su rol redistributivo. Mientras los países desarrollados logran reducir de forma significativa el índice de desigualdad a través de impuestos, pero sobre todo a través de transferencias directas, las políticas sociales de Chile prácticamente no logran reducir en nada la desigualdad.
En segundo lugar, se observa una distancia sideral entre el Frente Amplio y el pueblo chileno. Mientras ellos promovían la plurinacionalidad, múltiples sistemas de justicia, el derecho al aborte libre, la educación estatal, el fin de los derechos de agua, el derecho de los seres sintientes; el pueblo de Chile (así lo reflejan las encuestas) se siente uno solo, desea un solo sistema de justicia, se encuentra dividido respecto del aborto, aprecia nuestros emblemas patrios y tradiciones como la cueca y el rodeo, le gusta el fútbol, el asado y la empanada, le gusta ir los domingos al mall, aspira a tener su auto propio y casa propia, viajar al extranjero y gozar de los bienes materiales que generan las sociedades de consumo. En otras palabras, el Frente Amplio y la izquierda en su conjunto representaron en el plebiscito a un pueblo imaginario.
Esta diferencia entre lo que el pueblo quiere y lo que debería querer permite entender en profundidad la frase del Presidente Boric sobre el resultado del plebiscito: “No puedes ir más rápido que la gente”. La frase no es sino la expresión de la supremacía moral de esta generación que viene a salvar al pueblo, ya no de la derecha y la oligarquía, sino incluso de sí mismo. Luego de la avalancha de críticas que recibió el Presidente por su frase, aclaró su sentido diciendo que “pretender estar adelantado a tu época es una forma elegante de estar equivocado”. Falso, estar adelantado es una forma elegante de decirle a la gente que es imbécil. Y ahí radica el principal problema de este gobierno, que gobierna para un pueblo imaginario en un país imaginario en un mundo imaginario, que por cierto es mucho mejor que el real y el que no es capaz de verlo es imbécil o malvado. Al parecer ignoran que la mera existencia de supremacía moral echa por la borda el fundamento de la democracia.