La Tercera, 20 de enero de 2013
Opinión

El verdadero progresismo liberal

Leonidas Montes L..

El creador del famoso concepto de “creative destruction”, Joseph Schumpeter, en su monumental History of Economic Analysis (1954) se refirió a lo que sucedió en Estados Unidos con el concepto “liberal”: “The enemies of the system of private enterprise have thought it wise to appropriate its label [liberal]”. Friedrich Hayek también notó, con la misma perspicacia, que el término “liberal”, relacionado en el mundo anglosajón a aquella rica tradición intelectual que es el liberalismo, había sido apropiado por la izquierda. Y recientemente en Chile la izquierda pretende apropiarse del término progresismo. Se habla de “ideas progresistas”, de un “polo progresista”, de una “agenda progresista” e incluso de un “frente progresista amplio”. El promotor de esta campaña ideológica pareciera ser Guido Girardi, a quien el candidato Andrés Velasco tildara como el paladín de las malas prácticas. De ser así, apropiarse de un término que tiene más afinidad con el verdadero liberalismo que con el socialismo, sería sólo el reflejo de otra mala práctica. En definitiva, vincular el progreso a la izquierda, si nos atenemos a la historia y a la realidad actual de muchos países en Europa, puede resultar sino erróneo, al menos irónico.

Fíjese en el siguiente detalle: durante este gobierno se comenzó a hablar de personas en situación de pobreza y no de “pobres” per se. Esto es más que una cuestión meramente semántica. En la tradición liberal, que valora y dignifica las capacidades de las personas, corresponde hablar de una situación de pobreza. Esto es, una condición ajena a la persona. Pero, ¿cómo se puede salir de la pobreza? La respuesta liberal es promoviendo sus capacidades sobre la base de la libertad – que va asociada a la responsabilidad- y respetando la dignidad de la persona. En cambio, el simple asistencialismo de izquierda es una receta que condena a los pobres a la pobreza.

El crecimiento económico que ha experimentado Chile en los últimos 25 años ha tenido efectos sociales de gran envergadura. Según la penúltima encuesta CEP el 78% de los chilenos piensa que el Estado debe apoyar a los más pobres “a través de programas que mejoren sus capacidades (como educación o capacitación)”, y sólo el 18% que esto debiera ser “a través de bonos”, observándose además una tendencia creciente a confiar cada vez más en las capacidades de las personas y no en un Estado asistencialista. Hoy la mayoría de los chilenos ya no quiere más Estado, sino un mejor Estado y más oportunidades. Es más, de acuerdo con la misma encuesta CEP, la gran mayoría de los chilenos piensa que para surgir en la vida se necesita “buena educación”, “trabajo duro” y -lea bien- “tener ambición”. O sea para ser exitoso se requiere buena educación, trabajar duro y tener ambición. Dicho de otra forma, se está gestando una base liberal sobre la cual se puede construir una sociedad mejor.

En la Enade, Camilo Escalona realizó un discurso político. Aunque naturalmente aspira a ser ministro del Interior de Michelle Bachelet, su frase “al alma de Chile le duele la desigualdad”, nos debe hacer reflexionar. Quizá este es el gran desafío que enfrenta no sólo la derecha chilena, sino también el capitalismo del siglo XXI. Pero para combatir la desigualdad la izquierda promueve añejas recetas que ya han fracasado. Es tan común como erróneo escuchar los llamados a subir los impuestos para perjudicar a los más ricos y aumentar el gasto público o el tamaño del Estado, como si la solución sólo dependiera del Leviatán. Obviamente subir los impuestos a un 75% como lo hizo el Presidente francés, François Hollande, no es la solución (hasta Gérard Depardieu dejó de ser francés). Y para qué hablar de la crisis del Estado de Bienestar que viven muchos países europeos. Aunque el diagnóstico sobre el fenómeno de la desigualdad es una realidad irrefutable -ciertamente hay mejoras graduales como nos muestra un estudio de Claudio Sapelli-, la pregunta y la gran diferencia con la izquierda está en cómo enfrentar este desafío sin perjudicar el progreso económico y social.

Las diferencias de fondo surgen cuando hablamos de la igualdad y de la igualdad de oportunidades. Quienes ven la igualdad como un fin en sí mismo, o la desigualdad como la causa de todos los males, están equivocados. No hay que ser experto en teoría de la evolución ni en genética para darnos cuenta que la igualdad no existe. Es sólo una utopía. Somos iguales ante la ley, pero no somos iguales entre nosotros. Y afortunadamente esto es así. Por lo demás la desigualdad, vale la pena recordarlo, la desigualdad promueve ese espíritu de superación que, como dice Adam Smith, acompaña al hombre desde su nacimiento hasta la tumba. Lo que hay que combatir es la desigualdad de oportunidades. ¿Y cómo se hace esto?, promoviendo la competencia.

En la actual discusión de las ideas, ya no se trata de la añeja disputa ideológica entre izquierda y derecha por más o menos Estado. Debemos reconocer que el Chile del siglo XXI simplemente necesita un mejor Estado. Ya no se trata tampoco de un mercado laissez faire, sino de un mercado verdaderamente competitivo, donde las regulaciones promuevan la competencia, eliminando las capturas y erradicando los abusos (piense en los servicios que facilitan la entrada, cuando quiere pagar, e imponen barreras de salida, cuando quiere dejar de pagar). Naturalmente esto abarca desde el sector privado, pasando por la política, hasta llegar al Estado. Chile tiene la gran oportunidad de alcanzar el desarrollo. Pero esto también requiere de un verdadero progresismo liberal que promueva una sociedad más justa, abierta y con mayores oportunidades. Articular un discurso en torno a estos fundamentos es el gran desafío.