El Mercurio, domingo 8 de agosto de 2004.
Opinión

El voto femenino

Harald Beyer.

«Es difícil saber si la situación reflejada en las actuales encuestas – que las mujeres no están votando más por Lavín que los hombres- se mantendrá en el tiempo».

En los 12 últimos meses se ha acrecentado la posibilidad, alguna vez lejana, de que una mujer se instale en el Palacio de la Moneda. Para que ella se materialice es, desde luego, indispensable que Soledad Alvear o Michelle Bachelet obtengan la nominación de la Concertación. Ahí, más allá de las declaraciones de buena crianza, parece haber bastante menos apego a estas alternativas que el existente entre los votantes. Pero aun si una de ellas supera esa valla tendrá al frente a un candidato que ya obtuvo una vez una alta votación y que, a pesar de los años que lleva en esta posición, se encuentra todavía en forma para correr en la pista electoral.

Se ofrecen diversas hipótesis para explicar la envidiable posición política alcanzada por ambas ministras. Ninguna de ellas es demasiado convincente y la verdad es que intentar desentrañar las causas de este fenómeno no deja de tener un sesgo machista. No hay razones de fondo para pensar que el electorado no pueda cifrar sus esperanzas públicas de manera equivalente en una mujer o un hombre. Es cierto que son pocos los países que eligen mujeres en los altos cargos del Estado, pero eso parece ser más el resultado del poco apego que tienen las mujeres por la cosa pública. Si esto es el resultado de preferencias efectivas o de imposiciones culturales artificiales es un debate interminable, pero el hecho es que en ningún país del mundo se observa una participación elevada de la mujer en la esfera política. Tal vez por eso sorprenda que en este remoto país no sólo exista una sino que dos con posibilidades de convertirse en Jefe de Estado.

Pero las mujeres no sólo tienen dos muy buenas representantes compitiendo por el sillón presidencial, sino que su voto será clave en estos procesos electorales que se anticipan sumamente reñidos. En estos momentos ellas aparecen en diversas encuestas manifestando un voto que es muy similar al de los hombres tanto en su inclinación hacia el candidato de la Alianza como hacia las alternativas femeninas de la Concertación. Esta situación no deja de llamar la atención porque las mujeres habitualmente votan más conservadoramente que los hombres. Este es un fenómeno que se observa no sólo en nuestro país, sino que en los más diversos rincones del planeta.

En el caso de nuestro país esta realidad ha sido evidente en toda la historia política electoral chilena y también en la reciente. En la elección presidencial de 1989, por ejemplo, el Presidente Aylwin – probablemente la figura más conservadora que pudo encontrar la Concertación para que la representara en ese momento- obtuvo 7,4 puntos porcentuales menos entre las mujeres que entre los hombres. Patrones similares se han repetido en las diversas elecciones que han ocurrido desde ese entonces. En la primera vuelta de 1999, el alcalde de Santiago obtuvo entre las mujeres más del 50 % de los votos válidamente emitidos y el Presidente Lagos recibió de ellas una votación que fue 5,5 puntos porcentuales inferior a la de los hombres. Estas diferencias, sin lugar a dudas, son fundamentales a la hora de definir una elección estrecha. Más aún cuando las mujeres que emiten su voto superan en cantidad a los hombres.

Es difícil saber si la situación reflejada en las actuales encuestas – que las mujeres no están votando más por Lavín que los hombres- se mantendrá en el tiempo. Podría afirmarse, algo ofensivamente me parece, que se está produciendo un comportamiento solidario de género: mujeres votando por mujeres. Sin embargo, la experiencia en las elecciones de diputados no permiten avalar este argumento. En la elección de 2001 en todos los distritos que la Concertación llevó candidatas las mujeres votaron en menor proporción que los hombres por este conglomerado político. Por otra parte, como lo revela la última encuesta del CEP, las mujeres no evalúan tan bien al Gobierno como los hombres. Hay, entonces, espacio para pensar que esta situación podría cambiar en los próximos meses. Pero también puede ser que ella responda a cambios profundos. Por ejemplo, hay evidencia para otros países que las mujeres casadas votan más conservadoramente que las que no lo son. En ese sentido, que en las dos últimas décadas se observe una caída en la proporción de mujeres casadas menores de 40 en 13 puntos porcentuales puede cambiar radicalmente el panorama político chileno. Si se repite la experiencia de otros países, éstas no son buenas noticias para la Alianza, pero tampoco es inevitable que pierda la ventaja en el electorado femenino. Tendrá que pensar en un discurso que también apele a este nuevo electorado femenino.