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Elección pública

Elección pública

«En política, vaya sorpresa, el interés propio puede ignorar el interés general. Los ejemplos abundan».

Con mayor entusiasmo que reflexión, se suele desacreditar o incluso menospreciar a economistas como Milton Friedman y Friedrich Hayek. Aunque Friedman pertenece a la escuela de Chicago y Hayek a la escuela austríaca y existen profundas diferencias entre ambos, lo más fácil es definirlos como “neoliberales”. Este epíteto sería argumento suficiente para no leerlos e incluso repudiarlos. Ambos economistas, que visitaron nuestro país durante la dictadura, se han convertido en chivos expiatorios. Todo lo que hemos sufrido o lo que no hemos logrado sería consecuencia de su hechizo neoliberal.

Pero hay otro importante economista que también visitó Chile. Me refiero a James Buchanan (1919-2013), quien recibió el Premio Nobel en 1986. Aunque sería más fácil catalogarlo como otro “neoliberal”, pertenece a la escuela de Virginia y su mayor interés se centró en la democracia constitucional. Recordarlo es importante para los tiempos que vivimos.

Además, justo este 2022 se celebran los 60 años de la publicación de su clásico e influyente “Calculus of Consent: Logical Foundations of Constitutional Democracy” (1962), escrito junto a Gordon Tullock. Este libro inició una rama de la economía que hoy se conoce como el “public choice” (teoría de la elección pública). Esta rama de la economía pretende explicar y comprender el comportamiento y la toma de decisiones en la arena política. Para ponerlo en simple, y como sugiere el título, los acuerdos en asuntos públicos pueden calcularse o, mejor dicho, entenderse a la luz de la racionalidad económica.

Desde Maquiavelo, pasando por el “Leviatán” de Hobbes hasta llegar al gran Adam Smith, conocemos la importancia del interés propio. Por eso la economía descansa en esa simple idea del homo economicus que maximiza su utilidad. Las decisiones políticas tampoco escapan de esa premisa que nos ayuda a comprender la realidad. Como diría David Hume, es mejor suponer que todos somos de carne y hueso. La economía política de Buchanan parte de este supuesto.

Si Milton Friedman decía que somos libres para elegir, Buchanan se preocupaba por cómo eligen los que tienen responsabilidades públicas. No pueden ser libres. Deben existir reglas en el juego político. Y si la política se refiere a las reglas del juego, las políticas, en cambio, se refieren al comportamiento que adoptan esos actores. Pero en política, vaya sorpresa, el interés propio puede ignorar el interés general. Los ejemplos abundan.

Lo notable es el giro de Buchanan. En ese entonces la economía se centraba y encerraba en modelos teóricos alejados de la realidad. La teoría del equilibrio general la llevaba. Pero Buchanan volvía a la realidad de la política usando la economía. Ese puente, e incluso cierta afinidad filosófica, se reflejan en la notable correspondencia entre James Buchanan y John Rawls.

Al igual que Rawls, Buchanan pensaba que hay una ética kantiana en el constitucionalismo. En ese proceso los constituyentes se alejan del homo economicus y tienden a adoptar la ley moral kantiana como regla general de comportamiento. Pero para lograr ese anhelo kantiano se deben equilibrar los intereses del Estado con la sociedad y cada persona. Me temo que no logramos ese anhelo. Tampoco ese equilibrio.

Desde la “Riqueza de las Naciones” de Adam Smith conocemos y entendemos la importancia de los incentivos perversos y la necesidad de contar con reglas claras y precisas. El “rule of law”, el Estado de Derecho o simplemente las reglas del juego con sus pesos y contrapesos, son fundamentales. El texto constitucional nos presenta más incentivos perversos y ambigüedades que reglas claras y precisas. Tal vez por estas y otras razones, nos diría el viejo Buchanan, la ciudadanía ha comenzado a percibir que hicimos una mala elección pública.