El Mercurio, 11/6/2011
Opinión

Elogio de la mediocridad

Lucas Sierra I..

La sociedad parece estar movilizada. Una ciudadanía en la calle: manifestaciones, paros, tomas, huelgas de hambre.

Hay un cierto estado de crispación colectiva que no se veía desde hace tiempo.

Algunos lo celebran. Los ciudadanos, dicen, por fin han despertado. Una verdadera democracia se estaría fraguando en medio del inconformismo que camina a paso firme por la calle. Otros, en cambio, se alarman. Ven en la barricada un camino directo al caos. De nuevo la UP, se ha oído decir a los apocalípticos.

Pura exageración. Toda democracia debe poder tolerar un grado importante de agitación social. Ésta no debe entenderse como un síntoma de debilidad, sino, por el contrario, como un signo de que sus raíces han alcanzado tal profundidad, que los remezones de la acción directa de los ciudadanos no la comprometen mayormente. En lugar de agitación caótica hay, en el fondo, ejercicio de derechos constitucionales, como el de reunión y de libertad de expresión.

Pero sí hay un peligro. No está en la movilización misma, insisto, sino en la respuesta que el sistema político pueda dar frente a ella. El sistema político debe oír, procesar y decidir sobre las demandas que vienen de la calle. Pero lo que no puede hacer es trasladar la decisión a la calle. Debe resistir a toda costa esta tentación. ¿Por qué?

Porque como foro de decisión política, la calle es el paradigma de la desigualdad. Carece de reglas que permitan recibir y contar con neutralidad todas las opiniones. Desde el punto de vista de las decisiones, la calle es el espacio del oportunismo y la fuerza, en el que los intereses de ciertos grupos particulares -los mejor organizados- se presentan e imponen como si fueran universales. Toda la igualdad de la urna se esfuma en la desigualdad de la barricada.

Hay signos del sistema político que son preocupantes, pues tienen el efecto de trasladar la decisión a la calle. El telefonazo presidencial para abortar el proyecto Barrancones, por ejemplo, fue un precedente cuya gravedad aún no puede dimensionarse completamente.

Hay otros signos que todavía no se materializan, pero van, de una u otra manera, en la línea de permitir que se decida en la calle. Por ejemplo, la insistencia en financiar con platas fiscales primarias para elegir todos los cargos de elección popular. ¿Por qué se propone esto cuando todos sabemos que necesitamos urgentemente partidos políticos fuertes y profesionales? Si se les quita a los órganos de los partidos la facultad de proponer candidatos, se les deja con poco y nada. No se trata de prohibir las primarias, por supuesto. Pero el subsidio fiscal sólo debe ir a las primarias para definir los candidatos presidenciales, no los candidatos a todos los cargos. Si se subsidian todos, esta decisión, que es fundamental en el juego de la política, se traslada la calle.

Otros ejemplos son la iniciativa popular de ley y, más importante, la posibilidad de aumentar las decisiones que se pueden adoptar por plebiscito. Hay suficiente evidencia comparada sobre los perversos efectos de estos mecanismos, que son incapaces de neutralizar los intereses particulares que empujan los grupos mejor organizados, y de alinear el poder para decidir con la responsabilidad por la decisión, sobre todo en materia fiscal.

Hay una utopía en la sociedad movilizada. Frente a ella, las instituciones de la democracia representativa, escribió una vez Vargas Llosa, aparecen como «mediocres». Sus ritmos lentos, burocráticos, la deliberación, los filtros y la negociación, empalidecen frente a la poesía eruptiva de la política en la calle.

Pero no hay que olvidar que ha sido esa mediocridad, como lo recordó el mismo peruano, la que «ha hecho avanzar a las sociedades y la que nos ha ido alejando más de la barbarie.» Por esto, frente a la crispación colectiva, hay que profundizar las instituciones que representan a los ciudadanos en democracia, y no debilitarlas por la vía de trasferir sus facultades a la acción directa de éstos. En otras palabras, mejorar la mediocridad.

COMO FORO DE DECISIÓN POLÍTICA, LA CALLE ES EL PARADIGMA DE LA DESIGUALDAD. CARECE DE REGLAS QUE PERMITAN RECIBIR TODAS LAS OPINIONES.