El Mercurio, lunes 21 de agosto de 2006.
Opinión

En la caverna

Lucas Sierra I..

Hay que hacer algo en materia de seguridad. ¿Un nuevo ministerio?

No sé a usted, pero a mí la idea de un Ministerio de Seguridad Pública me perturba. Desde el nombre en adelante: la voz «seguridad» asociada a los órganos políticos evoca pesadillas. Basta recordar, por ejemplo, los «servicios de seguridad» del régimen militar. O la constante invocación, durante el mismo régimen, a la «seguridad nacional», ese verdadero fetiche de la política represiva.

La seguridad es inherente al problema de la convivencia humana, pues tiene que ver con una de nuestras pulsiones más atávicas: el miedo al otro, como bien lo puso Hobbes. Por esto, es una carta recurrida en política. Es muy fácil tocar la cuerda del miedo, esa que nos retrotrae a la oscuridad de la caverna. Por esto, también suele ser muy irresponsable, ya que esa oscuridad es fértil en irracionalidad.

Además de evocar pesadillas por su nombre, el proyecto que crea un Ministerio de Seguridad Pública no parece muy racional en términos de diseño institucional. En Chile, la seguridad ha sido, básicamente, tarea del Ministerio del Interior. El proyecto la traspasa al nuevo ministerio, y deja a Interior nada más a cargo del «orden público».

El orden público estaría asociado a la estabilidad política. Por ejemplo, que no se genere un estado permanente de manifestaciones callejeras. La seguridad pública, en cambio, estaría asociada a la delincuencia más común. Esta distinción funciona analíticamente, pero no siempre en la práctica. Las manifestaciones de los estudiantes secundarios lo demostraron: mientras algunos gritaban contra la LOCE, otros escapaban con un horno microondas entre manos.

El proyecto se oscurece aún más respecto de su estructura territorial. El nuevo ministerio tendría secretarías ministeriales en las regiones, pero sólo para «asesorar» a los intendentes y gobernadores, que seguirían a cargo del orden y seguridad pública bajo el Ministerio del Interior. Esto reintroducirá el problema de la doble dependencia de las policías, generará conflictos de competencias e incentivará una imputación recíproca de culpas entre los dos ministerios, la que sólo redundará en irresponsabilidad política.

En fin. Antes que crear un nuevo ministerio parece más razonable mejorar lo que existe. El Ministerio del Interior podría ser reestructurado con el fin de que pueda responder bien a su razón de ser. Poner a las dos policías bajo su dependencia podría ser uno de los pasos en tal sentido. Éstos no se pueden dar, sin embargo, en la oscuridad de la caverna.