El Mercurio, 28/3/2010
Opinión

En sus puestos, listos, ya …

Harald Beyer.

Comienza una nueva época. Las dos coaliciones principales todavía no asumen en plenitud el rol que por tanto tiempo tuvo la otra. El gobierno recién asumido, en particular el Presidente, ha dejado varios flancos abiertos que no tienen nada de sutiles. No es raro, entonces, que la agenda, a pesar de estar aún dominada por el sismo del 27 de febrero, ponga mucha atención a ellos. Aquí ha habido un mal juicio político, quizás alentado por encuestas que, por su naturaleza, registran con rezago el desenvolvimiento de la trama. Si el gobierno pierde o enreda el control de la agenda, su gestión se complica, y esa posibilidad crece si esos flancos abiertos se prolongan. Evitar estas situaciones forma parte de los manuales básicos de la política. Sobre todo que cuando se cierran, como quedó demostrado con LAN, las críticas, aunque pueden no desaparecer, se desplazan a ámbitos que las tornan frágiles.

Estos flancos abiertos han ocultado, claro que ya se comienza a notar, el mal estado en el que quedó la Concertación después de la derrota del pasado 17 de enero. No sólo hay mucha dispersión en sus filas, sino que las dos décadas en el gobierno no parecen haber servido de mucho a la hora de delinear propuestas de interés para la población, como, por ejemplo, en la esfera de la reconstrucción. Apenas unas cuestiones dispersas que no está claro cómo se insertan en una estrategia más acabada. Menos se ven planteamientos que puedan contribuir a elaborar un proyecto político renovado. Se podrá argumentar, y en alguna medida ello es correcto, que hay que darle más tiempo a la oposición para rearticularse y definir un camino. Pero ésta no es una coalición nacida en los últimos dos meses. Tiene una historia y experiencia largas que durante sus años en el gobierno, más allá de los cuestionamientos al respecto, y en particular a la falta de renovación y competencia por los liderazgos, nunca dejó de debatir sobre los más diversos asuntos.

Nada de ello parece haber dejado huella, y el proyecto futuro que abrazará la oposición resulta bastante impredecible. Obviamente, no es razonable y tampoco necesario que éste sea global. Las coaliciones políticas no requieren de órdenes morales comprehensivos, menos aún en sociedades modernas donde las demandas por sentido se satisfacen a través de una pluralidad de instituciones. Pero incluso un acuerdo mínimo, que renueve el animus societatis de la coalición, no se ve tan fácil de alcanzar. En gran medida, ello es el reflejo de las distintas miradas que persisten sobre lo que se hizo en las dos décadas de gobierno. En particular, hay críticas profundas que no se condicen con los indicadores económicos, sociales y políticos disponibles. Prima la sensación de que se hizo lo que se pudo, y no lo que se quiso. En esto hay un divorcio muy grande entre los principales líderes políticos y referentes intelectuales y la familia, aunque no el votante, concertacionista. Los primeros, quizás muy ensimismados por el poder, gastaron poco tiempo en convencer a la familia que el camino adoptado era el correcto. Por ello no hay real convencimiento, y la paradoja es que ese hecho, ampliamente percibido por una parte importante de su electorado histórico, fue una explicación central en el cambio de gobierno.

Pero ése no es el único divorcio. Los políticos de la Concertación se han separado de los intelectuales, académicos y tecnócratas afines. Hace rato que el esfuerzo de éstos para influir en los primeros y articular un proyecto renovado no encuentra terreno fértil. La Concertación, salvo contadas excepciones, hace oídos sordos y aspira a una suerte de interlocución directa con la ciudadanía -una nueva utopía- que, en la práctica, la ha aislado y la lleva a una reflexión circular. Así es fácil perder el rumbo, y, con ello, la posibilidad de recuperar el poder político más temprano que tarde decrece significativamente.