«En la base de los problemas de la Concertación se encuentra el hecho de que el espacio político efectivo para la Democracia Cristiana se ha reducido enormemente».
Las dificultades de la Concertación para sostenerse como coalición política parecen ir en aumento. Es cierto que en el último año la alianza oficialista ha tenido un respiro. La economía está bien encaminada, sus partidos parecen ordenarse detrás del Presidente, avanzan o se aprueban en el Congreso proyectos claves para el Gobierno y levanta dos candidatas que aparecen como grandes cartas presidenciales. Pero hay algunas debilidades de carácter estructural que permiten predecir que los meses que restan hasta fines de 2005 no serán nada fáciles para este hasta ahora exitoso conglomerado político.
A la base de los problemas de la Concertación se encuentra el hecho de que el espacio político efectivo para la Democracia Cristiana se ha reducido enormemente. Hay que recordar que este partido se consolidó en un período de enorme polarización como fueron los 60 y las dos décadas posteriores. En esas circunstancias un partido de centro goza de un amplio espacio. Son extraordinariamente atractivos porque representan una garantía de estabilidad que atrae al electorado que rehúye de los extremos, lo que les permite crecer hacia ambos extremos políticos, lo que de paso mueve a los partidos de izquierda y derecha a posiciones más extremas.
El ambiente polarizado que durante tantos años acompañó al país comenzó a diluirse con el retorno a la democracia y a estas alturas parece haberse consolidado definitivamente. Los extremos se acercaron y el espacio disponible para la Democracia Cristiana se redujo dramáticamente. En este acercamiento de los polos ideológicos ha sido fundamental el creciente desapego que muestran los ciudadanos hacia los partidos y las clasificaciones ideológicas tradicionales. La mitad de los electores se encuentra en esta situación. Pero más importante que aquello es que estos no son ciudadanos defraudados del sistema político o económico. Son votantes moderados de escasas lealtades políticas que hay que conquistar.
En este escenario, los polos son atraídos hacia el centro. El desplazamiento de Lavín y de la Alianza por Chile en los últimos años es un ejemplo de esto. La izquierda también ha vivido ese proceso de acercamiento al centro, quizás sí de manera menos notoria, pero de forma gradual hace mucho más tiempo. El Gobierno de Lagos, comprometido, entre otros factores, con la apertura comercial y una política fiscal equilibrada, no sólo ha terminado de sancionar el camino para la izquierda, sino que también ha mostrado que la economía de mercado también goza de aceptación en el votante de izquierda; de otra forma no se podría explicar la popularidad de su Gobierno.
Pero es claro que esta recomposición del cuadro político deja en una posición muy incómoda a la Democracia Cristiana, la que de elegir 38 de los 45 candidatos a diputado que presentó en 1989 pasó a elegir sólo 23 de los 54 que presentó en 2001. El fenómeno se ha repetido en otros países donde el partido ha perdido toda relevancia y ha sobrevivido bien ahí donde representa claramente uno de los polos políticos, avalando la idea de que en este mundo menos polarizado no hay demasiado espacio para los partidos de centro. En este escenario, la Concertación se ve obligada a abrirle espacios a la DC de una forma algo artificial. Desde luego el partido de la flecha roja, aunque a estas alturas no parece la mejor alternativa, reclama su derecho a instalar como abanderado de la coalición una o un candidato de sus filas. Es difícil para sus socios negarse, sin provocar una tensión mayor que afecte el desempeño de la coalición en las elecciones parlamentarias y presidenciales de 2005. Después de todo, aunque ha perdido votación, la DC tiene electores leales que pueden definir la suerte de la Concertación. Con todo, cuesta creer que estos equilibrios artificiales se puedan mantener por plazos demasiado prolongados.