Intenta despejar malentendidos sobre la salida de Arturo Fontaine de la dirección del CEP. Pero admite que hubo «desprolijidades» en el proceso. También reconoce que le sorprendió una entrevista concedida por el propio Fontaine cuando ya sabía que iba a ser reemplazado. Anuncia los cambios que vienen para la entidad, como la creación de una fundación que permita recaudar recursos adicionales.
por Eduardo Sepúlveda M.
El abogado Enrique Barros, académico, ex presidente del colegio de abogados y jurista asesor de Chile ante la demanda peruana por límites marítimos en La Haya, fue uno de los 14 miembros del consejo directivo del Centro de Estudios Públicos que se reunieron puntualmente a las 9:00 del viernes 7 para nombrar al sucesor de Arturo Fontaine en la dirección ejecutiva del CEP. Solo hubo cuatro inasistencias, de miembros que estaban fuera de Chile. Fue tanto el interés en asistir, que hubo un par de consejeros que se fueron desde el aeropuerto a la sede de Sótero Sanz para no perderse el debate. «La sesión fue muy serena y mostró las ventajas de tener un directorio de gran nivel. La proposición de acuerdo del Comité Ejecutivo fue analizada en detalle y claramente mejorada. Un juicio generalizado fue que la forma incompleta en que había salido la noticia del cambio de director había resultado perjudicial, pero que el daño era remontable porque el CEP tenía intactas sus energías», explica Barros.
A continuación el abogado recuerda cómo se vinculó a la institución: «Al regreso de mi doctorado en München, a comienzos de los 80, como joven intelectual lleno de esperanzas, me arrimé temprano al CEP, en búsqueda de aire fresco y del sueño en un país democrático y desarrollado, como los que admiraba luego de casi cinco años en Alemania. En contraste, a comienzos de los 80 regía en mi facultad en la Universidad de Chile una especie de dictadura perfecta. En el CEP encontré el espacio de libertad que buscaba».
Concede esta entrevista para aclarar la discusión que se instaló en las semanas que siguieron al trascendido y posterior reconocimiento de que Arturo Fontaine dejaba el cargo de director del organismo después de 30 años.
«Es absurdo que la crítica a la Casen, que por lo demás resultó bien virtuosa para el país, o la participación en el Museo de la Memoria sean motivos para la ‘defenestración’ del director, como se ha escrito. Para qué decir del lucro en las universidades, sobre el cual publicamos en conjunto con Arturo dos artículos bien críticos en este mismo diario. Que luego nos hayamos distanciado respecto de otros temas, como el de la Superintendencia, es una diferencia de opinión. Pero más allá de eso, el CEP tiene una orientación reticente a la ideología, que cree en el discernimiento de políticas públicas sobre la base de información dura, que permite un análisis de lo público a la luz de la experiencia y la razón», subraya.
-Arturo Fontaine dijo que «tras 31 años en la dirección del CEP, yo hubiera esperado menos precipitación a la hora de hacer un cambio de este tipo. Era innecesario hacerlo así». ¿Usted comparte estos juicios?
-No quisiera negar ciertas desprolijidades que me son bien sentidas, aunque comprensibles. Arturo Fontaine ha sido un gran director del CEP y un amigo entrañable. Así y todo, el tema ha sido planteado por completo fuera de contexto durante estas semanas. No se trata de la simple remoción de un director al que el CEP debe mucho, sino del resultado de un proceso de reflexión acerca del futuro del CEP.
-¿En qué consiste ese proceso?
-Hace ya un buen tiempo con Arturo Fontaine y David Gallagher conversamos si el CEP era una institución que duraba una sola generación y se extinguía con nuestra vida intelectual útil, o si pasaba a la próxima generación. La pregunta quedó abierta. Luego volvió a rondar en una jornada de trabajo con los académicos. Finalmente, hace algunos meses el tema se planteó en el Comité Ejecutivo. Ahí comenzó un período de deliberación acerca del camino a seguir para que esa preciosa criatura que es el CEP pudiera vivir 30 años más. La percepción fue que quien brillantemente ha conducido al CEP por más de 30 años no tenía por qué asumir la responsabilidad de encabezar un plan de trabajo proyectado a la próxima generación.
-El mismo día en que se le comunica a Fontaine que ya no seguirá siendo el director del CEP apareció una entrevista en que él destacaba la destreza política de Michelle Bachelet, vaticinaba un triunfo de Longueira en las primarias y por primera vez se refería a la destitución de Harald Beyer. ¿Fue esa entrevista un gatillante de su salida?
-Me sorprendió esa entrevista, porque Arturo fue siempre muy reticente a la exposición en los medios. Además, fue dada cuando el presidente del CEP ya le había informado de los planes del Comité Ejecutivo, que se reuniría precisamente el día en que apareció la entrevista, para discutir la nominación de un nuevo director. Pero la entrevista, en sí misma, no puede merecer reproche alguno.
-¿Cuánto influyó el hecho de que Fontaine no firmara la carta de respaldo a Harald Beyer, ex subdirector del CEP, en el momento más clave de la acusación constitucional?
-Fue siempre una política de Arturo Fontaine no firmar cartas públicas que pudieran comprometer la independencia del CEP. Personalmente estuve a cargo de la defensa de Harald. En mi caso, y de muchos abogados que trabajan conmigo, varios de ellos opositores al gobierno, fue un hermoso desafío defender con todas nuestras ganas a Harald, simplemente porque no merecía ser destituido. Me habría gustado un gesto público más notorio de Arturo, porque fue profesor de Harald y él lo llevó al CEP. Pero no lo puedo culpar por no haber hecho una excepción a su política de no firmar declaraciones colectivas, a las cuales también les tengo tirria. La misma reacción tuvo Harald.
-Las críticas de Fontaine al proyecto de superintendencia de educación superior, el seminario en el CEP donde tomó fuerza la crítica a la Casen, sus artículos contra el lucro y contra los empresarios de la educación que aparecieron en Ciper, ¿fueron parte del cuadro?
-El CEP ha sido siempre un instituto independiente. Está en su ADN el amor por la libertad política y económica sujeta a reglas de justicia. El director o consejeros del CEP nunca han estado ligados a opciones políticas. En el CEP se fue libre en el pasado de suscribir el Acuerdo Nacional, de votar «No» en el plebiscito o de apoyar en conciencia a un candidato de la Concertación. No es un órgano de partido ni vocero de la derecha política. Pretende que los principios liberales y republicanos vivifiquen la cultura política de Chile. Ese aire liberal, que ventea en el CEP, es por completo transversal. La bulla de los tambores de la tribu que reclama adhesión nunca ha sido escuchada en el CEP.
-Fontaine confidenció en una entrevista que «la explicación que yo he recibido es que el CEP necesita iniciar una nueva etapa, y por ello necesita un nuevo director». ¿De qué se trata esa nueva etapa?
-Es una idea que ha sido puesta en movimiento. El CEP responde a una inspiración que se conservará, como lo ha dejado en claro el Consejo del viernes pasado. Esa es la vocación de los empresarios que lo financian y de los académicos de absoluta excelencia que desarrollan en el CEP su actividad intelectual. Pero hay trabajo por delante. La tarea de los consejeros y de los miembros del Comité Ejecutivo de mi generación es poner en marcha un proceso de renovación, que concluirá en que dejemos espacio a otros que vienen de atrás, que no han vivido el mismo Chile que nosotros.
-¿Cuáles son las tareas que vienen?
-Ya sabemos lo que es permanente: la excelencia académica, la independencia, la apertura al debate leal e informado, el amor a la libertad bien ejercida. Pero hay cuestiones a que abocarse. Por ejemplo, jamás se ha revisado el gobierno corporativo. Por eso, el cambio del director luego de 30 años puede ahora resultar sorpresivo. Es una tarea del Comité Ejecutivo y del Consejo establecer cierta liturgia en la manera de tomar las decisiones. El director y los académicos, por su parte, deberán preparar un plan de trabajo que supone redefinir las materias de estudio y de discusión, y los talentos que se deben atraer. En fin, todo esto parte del entendido de que este barco ha tenido una exitosa navegación y que goza de un pequeño pero excepcional cuerpo académico.
-El clima político actual, que parece dominado por lo que pide la calle, ¿hacía que Fontaine ya no fuese la persona correcta para liderar el CEP en este nuevo contexto?
-Todos esos temas deben analizarse con la perspectiva de un centro de estudios de excelencia que no rehúye los temas más relevantes. El debate con actores sociales, como los estudiantes, es muy enriquecedor. Otra cosa es limitarse a seguir la voz de la calle. Los estudiantes influyen en la opinión y en las prioridades del país, pero no están en situación de diseñar políticas públicas consistentes. Si uno se deslumbra en exceso con su fuerza y su candor, bien sabemos que eso termina inevitablemente en tragedia. El papel del CEP es discutir esas ideas y revisar la viabilidad de las políticas públicas que las encarnan. Lo contrario es simplemente infantilismo revolucionario que no puede ser más ajeno a un instituto que tiene por misión entender las ideas, discutirlas y proponer políticas públicas que funcionen para hacerlas carne.
-¿Es efectivo que estaba menos productivo el CEP?
-El CEP tiene la restricción de que no recibe ingresos propios. Se financia con contribuciones anuales de muchos donantes. La productividad tiene que ver con la capacidad académica y se mira de acuerdo a ese parámetro. Los investigadores son de absoluta excelencia y dedicación. Nada hay que objetar en ese sentido.
«Otra cosa es que en esta nueva etapa se haya previsto la constitución de una fundación que tenga un patrimonio inicial que pueda incrementarse en el futuro, y cuyos ingresos sean completamente aportados cada año al CEP. Se trata de una propuesta filantrópica que esperamos se pueda armar durante este año. Estos recursos son adicionales a los que se aportan año a año por los donantes. Desde luego que este modelo de financiamiento permitirá contratar nuevos excelentes académicos, especialmente jóvenes, y aumentar la actividad».
-¿Y cómo afectará esa iniciativa el funcionamiento actual del CEP?
-El modelo de gobierno conservará el principio de que nadie puede tener control o influencia decisiva en la administración. El CEP no es el brazo intelectual de nadie. Por lo mismo se tomó tempranamente la iniciativa de no realizar investigaciones por encargo de empresas o agencias públicas.
-Existe la teoría de que Fontaine se fue «desapegando» con el tiempo del espíritu fundacional del CEP. ¿Usted comparte ese punto de vista?
-Fontaine es un intelectual muy complejo. Es profesor de filosofía en la U. de Chile, novelista, analista político y un humanista de muchos intereses. Tiene algo de personaje renacentista. La orientación del CEP comprende las humanidades y la ciencia aplicada. Es natural que los intereses tan diversos de su director y la naturaleza del CEP no lo hagan comparable al ejecutivo de una empresa. Así y todo, la dirección del CEP en esta nueva etapa supone concentrarse en la gestión académica, lo que se hace harto pesado luego de 30 años a cargo de la institución.
-¿Estaba Fontaine demasiado cerca de la Concertación? El hecho de que aceptara la invitación de la ex Presidenta Bachelet para integrar el directorio del Museo de la Memoria, ¿fue un factor?
-El Museo de la Memoria es una iniciativa que no contradice los fines y objetivos del CEP. De hecho, Óscar Godoy es también director. Se trata de un ejercicio de expiación que es una tarea nacional. Por otro lado, el CEP ha tenido contactos con todos los gobiernos de este país que han estado dispuestos a escucharlo. De hecho, el Presidente Lagos y sus asesores, por ejemplo, estuvieron en continuo contacto con sus investigadores. El propio Harald Beyer participó en varias comisiones de la ex Presidenta Bachelet. Históricamente, la idea de las comisiones transversales, para discutir problemas públicos que requieren acuerdos o análisis comprensivos, fue una iniciativa que el CEP inauguró en materia de administración de justicia.
-Beyer tendrá el desafío de suceder a Fontaine, quien convirtió a la entidad en lo que es hoy, un referente esencial de la discusión pública. ¿Qué expectativas hay con respecto a él?
-Es probable que Harald Beyer tenga un liderazgo menos carismático que Arturo Fontaine. Es una persona muy culta, pero menos comunicativa. Pero en el CEP hay talentos complementarios, como el propio Lucas Sierra, que deberán tomar un rol más protagónico en esos respectos. Por su parte, Harald es un académico de fuerte espíritu público. Su paso por la política fue muy breve, porque fue objeto de una acusación política que en nada afecta su integridad. Lo importante es que contó con un apoyo transversal de académicos. Es una persona capaz de trabajar en equipo y de notable espíritu público, que ha colaborado con todos los gobiernos precedentes sin interés alguno.
-Considerando que Beyer fue ministro de un gobierno de un signo político bien definido, ¿es un buen nombre, o conspira contra el deseo de independencia del CEP?
-Harald Beyer estuvo poco más de un año de ministro y 25 años de académico. El Consejo está cierto de que su paso por la política no marca su identidad, sino más bien, al contrario, le permite entender la política. Cualquier gobierno futuro podrá contar con los estudios y seminarios de discusión del CEP como ha ocurrido en todos los gobiernos democráticos.