El Mercurio
Opinión

Esa esquiva responsabilidad

Leonidas Montes L..

Esa esquiva responsabilidad

«De tanto mirarnos el ombligo, a ratos levantamos la vista. Eso sí, generalmente es un guiño para buscar culpables»

Dos jóvenes chilenos que estudiaron ingeniería, Daniel Undurraga y Juan Pablo Cuevas, junto a un amigo sueco, Oskar Hjertonsson, la rompieron. Cornershop fue valorizada en unos tres mil millones de dólares. Este emprendimiento se convirtió en el primer “unicornio” made in Chile, esto es, la primera tecnológica que en poco tiempo supera la barrera de los mil millones de dólares. Otro joven ingeniero, Eduardo della Maggiora, que trabajó en África y es campeón de Ironman, creó Betterfly, una empresa tecnológica que ya está avaluada en 300 millones de dólares. En NotCo, Danny Meyer y Matías Muchnik también han hecho de las suyas. Y, por mencionar solo algunos, existen otros emprendimientos, como Cumplo, Agrotop, Fintual, Osoji, Compara, Kura Biotech, Phage Lab, Cowork Latam, Recorrido y Niu Sushi, que también la llevan.

Por otro lado, Crystal Lagoons, otra empresa con una historia fascinante, inicia un nuevo gran proyecto en Arizona. Un chileno, Fernando Fischer, desarrolló y patentó una tecnología para mantener el agua limpia y cristalina. Hoy sus lagunas están en todo el mundo. También leo que Explora, pese al duro golpe que han recibido los hoteles por la crisis del covid, no solo asumirá la administración del Parque Nacional Patagonia donado por Tompkins, sino que prepara inversiones millonarias más allá de nuestras fronteras.

Estos ejemplos, a los que se suman muchos otros de empresas más tradicionales, deberían enorgullecernos. Pero pareciera que el ambiente en Chile no está para estos bollos. Un pesimismo rampante inunda nuestra tierra. Y como si la sequía del valle central contagiara nuestro ethos, vemos y masticamos polvo. Nuestro lenguaje y nuestra realidad —suelen ser compañeros de ruta— definen el ambiente. Ya nos hemos acostumbrado a escuchar que Chile es el país más desigual del planeta, que el manejo de la pandemia es un desastre, que nuestras instituciones no sirven para nada. En definitiva, que todo está mal. Y en este ambiente, el Presidente Piñera sería el imán de lo negativo, el hoyo negro que todo lo absorbe.

También nos acostumbramos a culpar al “modelo” de todos nuestros males. Las malas pensiones, la educación, la escasez y calidad de la vivienda, la salud, los abusos, la contaminación e incluso lo que nos impide un despertar alegre sería también responsabilidad del modelo. En esta nueva retórica, la economía ya no nos importa tanto.

Chile tiene esa sorprendente capacidad de mirarse el ombligo. Somos una isla larga y angosta. Un país rico en contrastes. Una nación con un estado de ánimo bipolar. Pareciera que el vértigo pendular nos fascina. Si nos creíamos los majestuosos jaguares de Latinoamérica al alero del “modelo”, ahora nos parecemos a una escurridiza huiña que le gruñe. Y nuestro animal spirits keynesiano, que parece ser más animal que espiritual, más emocional que racional, oscila. Ya dejamos la sensatez de la economía como algo del pasado, y ahora entramos a esa narrativa del edén, del paraíso de las profundas transformaciones.

Pero de tanto mirarnos el ombligo, a ratos levantamos la vista. Eso sí, generalmente es un guiño para buscar culpables. Por ejemplo, si se habla de Venezuela, la mirada rápidamente regresa a Chile para acusar a Piñera. Si se trata de las empresas y los emprendedores, se acude a esa vieja teoría del valor que enfrenta al sucio capital con el trabajo digno de los explotados. Así caemos en la hegemonía de la responsabilidad del otro. Si hasta la empatía se ha convertido en un instrumento para asignarle responsabilidad a algo o a alguien.

Entonces me acuerdo de todos nuestros emprendedores que, contra viento y marea, con esfuerzo y trabajo, con responsabilidad y creatividad, han sacado lo mejor de sí para ser exitosos. Ellos no buscaron culpables. Solo alzaron la vista y fueron responsables.