OPINIÓN / El Mercurio
Opinión

Esa esquiva simpatía

Leonidas Montes L..

Esa esquiva simpatía

El poderoso y revolucionario legado de Adam Smith para la economía eclipsó su rica y original filosofía moral

Aunque reconocemos a Adam Smith (1723-1790) como el padre de la economía, su prestigio intelectual surge con la publicación de su “Teoría de los sentimientos morales” (TSM) en 1759. Más tarde, en el simbólico año 1776 aparece “Una investigación acerca de la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones” (RN). Su gran proyecto original era escribir un libro de ética, uno de economía política y otro de jurisprudencia. Pero no pudo cumplir con su tercera promesa. Sabemos, eso sí, que pocos días antes de morir exigió que se quemaran casi todos sus apuntes. Solo permitió que se rescataran algunos escritos, publicados después de su muerte como “Ensayos filosóficos” (1795). Desgraciadamente, los manuscritos de su tercer libro se convirtieron en cenizas.

Durante sus últimos años, Adam Smith olvidó su RN. Solo siguió trabajando y perfeccionando su TSM. La sexta y última edición fue publicada pocos días antes de su muerte. Y casi un tercio de esta edición corresponde a lo que agregó al final de su vida. Si irónicamente la TSM fue el libro que lo hizo famoso y al que le dedicó sus últimos esfuerzos, la historia puso su mirada en la RN. La influencia de esta última opacó su TSM. Su poderoso y revolucionario legado para la economía eclipsó su rica y original filosofía moral.

En cierta medida esto condujo a un naufragio del verdadero liberalismo. Las ideas de Kant y Bentham —el padre del utilitarismo— fueron predominantes. Y en la economía moderna triunfó el enfoque que postulaba Bentham: la maximización de la utilidad. Sobre estos hombros se sostiene el edificio de la economía neoclásica. Esta apabullante influencia eclipsó el pensamiento moral del padre de la economía. La TSM pasó al olvido. Fue ignorada. Peor aún, incluso la RN ha sido mal interpretada. Todo esto ha contribuido a diversas caricaturas sobre la figura de Adam Smith, un pensador muy citado y poco leído.

El principio que guía la ética de Adam Smith es el concepto de simpatía. La TSM se inicia con la siguiente frase: “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, evidentemente existen en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la fortuna de otros, y hacen que la felicidad de los demás le resulte necesaria, aunque no derive nada de ella excepto el placer de contemplarla”.

Como el hombre es un animal social, la simpatía es un fenómeno inherente al ser humano y a la sociedad. Vivimos con otros, pero vivimos “simpatizando”. La simpatía, como fenómeno moral y social, no es solo un contagio de sentimientos, como pensaba David Hume, el mejor amigo de Adam Smith. Es cierto que un llanto nos conmueve y una risa nos alegra. Pero Adam Smith pensaba que todo esto no es suficiente para simpatizar. Ponernos en los zapatos del otro nos exige también conocer las causas de los sentimientos que gatillan una conducta. Esta es la clave de la simpatía smithiana. No es solo un sentir “con” el otro. Es la empatía, esto es, sentir “en” el otro, proyectándose hacia el otro.

Simpatizamos primero sintiendo. En seguida, usando la imaginación, nos ponemos en los zapatos y en la situación del otro. Pero en este proceso simpatético debemos también evaluar las circunstancias del otro. Hay que sentir, pensar y deliberar sobre la situación del otro. La moral para Smith es, por así decirlo, una combinación entre sentimientos y razón, una especie de in medio virtus aristotélico entre sentir y pensar. No en vano el hombre virtuoso, para el padre de la economía, es el que une la mejor cabeza con el mejor corazón.

Poco a poco ha ido renaciendo el interés por el amplio legado de Adam Smith y su TSM. En estos tiempos de carencia o ausencia de empatía, qué refrescante y esperanzador resulta rescatar a uno de los grandes pensadores liberales del siglo XVIII. Sobre todo durante estos días, ad portas de un complejo y desafiante año 2020.