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Esa triste nostalgia

Leonidas Montes L..

Esa triste nostalgia

El problema surge cuando los jóvenes quieren volver a ser más jóvenes. El caso de los indultos tiene algo de esto.

A partir de Hipócrates y siguiendo con Galeno, el lenguaje médico está marcado por la influencia del griego clásico. La ciencia médica es un verdadero diccionario de palabras griegas. Ahí están la anatomía, la fisiología, la farmacología o la neurología, y afecciones como la hipoacusia o la dislexia. Todas tienen sus raíces en la lengua griega. Sin embargo, existe una palabra de origen médico muy especial. Aunque fue acuñada por un médico desconocido, trascendió la medicina.

En 1688, Johannes Hofer, un joven suizo de apenas 19 años, presentaba su “Dissertatio Medica de Nostalgia, oder Heimwehe” a la Universidad de Basilea. En su investigación analizaba el comportamiento de algunos soldados. Se dio cuenta de que lejos del hogar echaban de menos su tierra y sufrían de melancolía (lo que hoy conocemos como depresión también es de origen griego: para Hipócrates, esta enfermedad del alma era un exceso de bilis negra donde mélas es negra y kholé, bilis).

Eso sí, el joven investigador notó que apenas los soldados volvían a casa, recuperaban su buen ánimo. Hofer acuñó la hermosa palabra nostalgia, un término de origen griego donde nóstos es regreso o vuelta a la patria, y álgos, dolor, pena o tristeza. Por lo tanto, nostalgia es el dolor o la tristeza por querer regresar al hogar o volver a la patria. Tal vez por eso para los griegos la pena más severa era el ostracismo. El exilio, ya lo vivimos en Chile, deja huellas y heridas muy profundas. La nostalgia, bien lo sabemos, también es dolor.

Durante las guerras la nostalgia fue considerada una enfermedad. Los franceses, por ejemplo, intentaron combatir esta afección sin buenos resultados. Pero lo cierto es que, desde la Odisea y el regreso a Ítaca, pasando por los ensueños de Platón y múltiples poetas, el significado y sentido de la nostalgia nos acompaña.

Basta recordar las clásicas “Coplas a la muerte de su padre”, de Jorge Manrique: Recuerde el alma dormida,/ avive el seso y despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida,/ cómo se viene la muerte/ tan callando,/ cuán presto se va el placer,/ cómo, después de acordado,/ da dolor;/ cómo, a nuestro parecer,/ cualquiera tiempo pasado/ fue mejor. Para qué hablar del nostálgico Marcel Proust y su monumental “En Busca del Tiempo Perdido”. O ese bello poema de T. S. Elliot: “Home is where one starts from. As we grow older/ The world becomes stranger, the pattern more complicated” (Four Quartets, 1940). La nostalgia es un sentimiento muy profundo que gatilla la memoria, remece la ficción, atiza la poesía y resucita el olvido. Lo curioso es que la nostalgia no fue acuñada por un poeta o un filósofo, sino por un médico desconocido.

Ahora bien, la nostalgia también tiene influencia en la política. Esta nos lleva al pasado, a esa lejanía, ausencia o pérdida de poder. En política los grandes sufren la nostalgia, mientras los jóvenes añoran ser grandes. Nada más cierto si observamos nuestro paisaje político. La nostalgia, ese regreso a casa, está latente en el discurso y en nuestra psique sociopolítica. Ella tiende a borrar los malos recuerdos e iluminar los buenos. Así, los viejos recuerdan los mejores tiempos pasados y los jóvenes deben luchar por los nuevos tiempos mejores. Es cierto que la nostalgia surge cuando nos alejamos del poder. Pero también es cierto que el poder debe abrirse a las nuevas generaciones. Los jóvenes del Frente Amplio lo están viviendo. Pero también lo están sufriendo.

El problema surge cuando los jóvenes quieren volver a ser más jóvenes. El caso de los indultos tiene algo de esto. Hay cierta nostalgia presidencial, un regreso al pasado octubrista. Quizá es la nostalgia la que no ayuda a escuchar. Basta recordar que el Apruebo Dignidad descansa sobre un Apruebo que no ocurrió. Y sobre una dignidad cuyo verdadero sentido debemos recuperar.