La Tercera, 7 de agosto de 2016
Opinión

Estrellas solitarias de la pichanga

Leonidas Montes L..

Según la última encuesta Cadem, un 78% de los chilenos cree que el país va por un mal camino. Sólo un 15% cree que va por buen camino. Un 88% cree que en el momento actual la economía chilena está estancada o en retroceso. Sólo un 10% cree que está progresando. Un 70% desaprueba la forma como Michelle Bachelet está conduciendo su gobierno. Sólo un 20% la aprueba. Un 76% desaprueba el desempeño del actual gabinete de la Presidenta Bachelet. Sólo un 13% lo aprueba. También podemos seguir con las grandes reformas del programa. Un 59% está en desacuerdo con la reforma tributaria. Sólo un 20% la aprueba. Un 64% está en desacuerdo con la reforma educacional. Sólo un 28% la aprueba. Y un 62% está en desacuerdo con la reforma laboral, con sólo un 19% que la aprueba.

Cualquier observador objetivo e imparcial se preguntaría por qué, pese a todo, Bachelet permanece firmemente aferrada a su voluntad y su programa si la gente manifiesta ese nivel de rechazo. Ya parece un cliché, pero a estas alturas el cuestionado programa transformador, esa obra gruesa que la gran mayoría rechaza, sigue siendo la biblia de Bachelet y de la Nueva Mayoría. Es el pilar y sostén que incluso les permite ignorar las encuestas. De acuerdo a algunos iluminados, lo que sucede es que la gente querría reformas aún más radicales. Pese a la nueva realidad latinoamericana y al rotundo fracaso del populismo, para ellos el rechazo sólo sería un llamado a profundizar más las reformas. En definitiva, los chilenos querrían reemplazar el vilipendiado «modelo». Sesudos asesores que erraron en su diagnóstico de nuestra realidad, frívolos aduladores que deambulan por los pasillos del Palacio y zahoríes de diversa especie se pelean por encontrar más razones para la razón. Quizá todas estas razones son las que a ratos obnubilan y enceguecen a Bachelet. Ella y su equipo creen estar en lo correcto y sólo siguen adelante, marchando al unísono del programa con la mirada y la frente en alto.

Pero en el gabinete, que cuenta sólo con un 13% de aprobación, hay casos dignos de destacar. En medio de la decadencia del prestigio de nuestras políticas públicas –basta recordar la reforma tributaria, laboral y educacional -, el caso de energía es una excepción. El ministro Pacheco ha hecho una notable gestión, liderando un ministerio que enfrentaba grandes desafíos. Y vaya que hay logros. Basta ver las cifras y las nuevas leyes. La semana pasada, 84 oferentes se presentaron a la última licitación y se espera una nueva baja sustantiva de los costos de energía. El ministro de Energía ha hecho algo que es simple de decir, pero no es fácil implementar: ha promovido la competencia.

Dentro del gabinete, Pacheco es un ministro peculiar. Habla inglés perfecto, tiene muchos contactos, fue al Grange y vivió largo tiempo fuera. Pero ¿cuál es la razón o la causa de su éxito?

Dentro del gabinete, Pacheco es un ministro peculiar. Habla inglés perfecto, tiene muchos contactos, fue al Grange y vivió largo tiempo fuera. Pero ¿cuál es la razón o la causa de su éxito? Se podría especular que el ministro Pacheco, un hijo de la elite local y de las marchas del 68, despertó hace tiempo del sueño sesentero. No en vano hizo una exitosa carrera como ejecutivo internacional. Esto le permitió conocer el mundo. Y también amasar una fortuna que le permite cierta independencia, esa independencia económica que los republicanos clásicos tanto valoraban. Es evidente que su mujer no necesita una jugosa y suculenta pensión de Gendarmería. Quizá todo esto también ayuda. Como su vida está asegurada, no les teme a los vaivenes políticos y está dispuesto a pisar huevos. Cuando muchos de nuestros líderes se desvelan fraguando burdas estrategias comunicacionales, Pacheco no pierde el sueño con las declaraciones y el qué dirán. Pero ¿existirá otra razón o causa que explique el éxito de su cartera?

Hay otra explicación: ha podido trabajar solo, con autonomía y cierta independencia en su cartera. Quizá su camino estaba más despejado: Energía se escapó de los gritos de la calle y del sagrado programa. Con esa libertad, Pacheco se interiorizó de los desafíos, escuchó, vio lo que había que hacer y le echó para adelante promoviendo, ni más ni menos, que la competencia, esa palabra que adoran los economistas de Chicago y que en su sentido más amplio muchos miembros de la Nueva Mayoría prefieren ignorar. Es más, habla de lo que pasa en el mundo, de nuevas tecnologías, de energía solar, etc. ¡Qué diferencia si comparamos su mirada de futuro con lo que sucede en casi todas las demás carteras!

También ocurre algo similar con la solitaria tenacidad del ministro Valdés. En la soledad política debe defender la responsabilidad fiscal, frenando al coro populista. Volviendo a la analogía del fútbol, si La Roja nos ha deslumbrado con su juego, el equipo de Bachelet ha convertido nuestro emblemático y admirado juego en el campo de las políticas públicas en una pichanga de barrio. Y el ministro de Hacienda debe jugar como un llanero solitario. Una barra nostálgica lo alienta imaginando esas memorables atajadas de Claudio Bravo y a veces el inolvidable «a correr del Pato Yáñez».

Al entrar a este largo e incierto segundo tiempo, nuestra Presidenta parece seguir sumida en el voluntarismo y el determinismo del programa. Pero su reinado enfrenta la cuenta regresiva. Ella debe imaginar esa eventual ironía de la historia, ese capricho que sólo maneja la diosa fortuna. Sueña que es marzo del 2018. Se encuentra en el Congreso. Hay vítores, aplausos y también algunas lágrimas. Debe sonreír para la fotografía. Pero despierta desconcertada cuando se le aparece nuevamente Piñera.