El Mercurio, 27 de agosto de 2016
Opinión

«Hay una inercia de la Presidenta que hace muy difícil revertir la situación política»

Harald Beyer.

Para explicar el dilema en el que, a su juicio, se encuentra hoy La Moneda: «Los momentos de indefinición son muy graves, porque no producen amigos ni derrotan enemigos».

Harald Beyer, director del Centro de Estudios Públicos (CEP), ha parafraseado a Nicolás Maquiavelo para explicar el dilema en el que, a su juicio, se encuentra hoy La Moneda: «Los momentos de indefinición son muy graves, porque no producen amigos ni derrotan enemigos».

Hace una semana, el think tank dio a conocer una encuesta realizada entre el 9 de julio y el 7 de agosto, que marcó una desaprobación histórica de la Presidenta Michelle Bachelet, del Gobierno y la clase política. En esta entrevista, Beyer desglosa las cifras, desmitifica algunas de sus conclusiones y apunta al rumbo de la actual administración.

-La Presidenta Bachelet aparece en la encuesta del CEP por debajo de todos los mandatarios de América Latina, incluso de Nicolás Maduro. ¿A qué lo atribuye? ¿Qué efectos tiene en un país con un modelo de gobierno marcadamente presidencialista?

-Las comparaciones entre países son complejas, porque distintas coberturas o metodologías de las encuestas pueden explicar una parte importante de las diferencias. Dicho eso, no cabe duda que la evaluación de la Presidenta Bachelet es muy pobre. Creo que ello se explica, por un lado, por una gestión que no ha satisfecho a los chilenos y, por otro, por una pérdida de confianza en ella muy brusca. La razón principal por la que los chilenos votaron por la Presidenta, de acuerdo con la propia encuesta CEP, es porque confiaban en ella y defraudó sus expectativas. Así, el castigo es muy fuerte. En un sistema presidencialista, los cambios de rumbo son muy complejos, porque la Presidenta es también la Jefa de Gobierno. Esto se agrava si el gabinete, como creo todos perciben, es muy débil. Hay una inercia de la Presidenta que hace muy difícil revertir la situación política. A menos, por cierto, que dé claras señales de cambio y lo lidere. Algo de eso pareció desprenderse de su mensaje, a propósito de las reformas al sistema de pensiones. Pero ello se ha ido diluyendo, porque en lugar de liderar el proceso, ha dejado esto en manos de ministros que transmiten solo desacuerdos.

Cuando los gobiernos están en problemas deben hacer un giro brusco. Nada de eso ha ocurrido.

-En un momento el Gobierno anunció un giro hacia el llamado «realismo sin renuncia», que suponía gradualidad, pero las encuestas siguen castigándolo. ¿Por qué?

-Cuando los gobiernos están en problemas, y el Gobierno de la Presidenta Bachelet sin dudas está en esta situación, deben hacer un giro brusco. Nada de eso ha ocurrido. La Presidenta insiste en que la eligieron para llevar adelante el programa, pero eso no es cierto. Es abundante la evidencia empírica que sugiere que no son las políticas específicas que promueve un candidato las que llevan a su elección. Esa rigidez e incomprensión de los procesos democráticos ha sepultado las posibilidades de la Presidenta y del Gobierno de remontar en las encuestas y lograr a través de esta vía mayores posibilidades de promover su agenda y darle sustentabilidad en el largo plazo.

-La Nueva Mayoría ha exigido un cambio de gabinete para revertir el actual escenario.

-No le vendría mal un cambio de gabinete, siempre que este sirva para darle cohesión al Gobierno y retomar una agenda de cambios, quizás no tan estructurales, pero valiosos. Con todo, creo que es muy difícil que pueda revertir la situación actual. Por cierto, en algún momento va a recuperar algo de apoyo; suele suceder en el último año de gobierno. Pero también va a depender de la capacidad de gestionar adecuadamente el Gobierno en los próximos meses.

-Usted ha señalado que el Gobierno trabaja pensando en las élites, pero que la población se ha desmarcado de la visión refundacional que se le atribuye a la actual administración. ¿Cuán profunda es la disociación entre la ciudadanía y el Ejecutivo?

-La agenda está muy motivada por la visión de un sector de intelectuales públicos que ha desplazado a otro grupo que tuvo mucha influencia durante los gobiernos de la Concertación. Hay visiones distintas de sociedad y de cómo aproximarse a los problemas públicos entre estos dos grupos. En este «choque» de visiones, las demandas ciudadanas han quedado muy olvidadas. El primer grupo defiende la idea de transformaciones estructurales sobre la base de antecedentes como, por ejemplo, que en diversas encuestas la población demanda cambios profundos o que han aparecido con fuerza los movimientos sociales reclamando cambios radicales. Pero es legítimo preguntarse qué se entiende por cambios profundos o si acaso estos movimientos sociales no son más que expresiones propias de democracias consolidadas, que expresan problemas efectivos, pero no necesariamente comparten las soluciones. Para dilucidar estos asuntos se requiere una deliberación del mundo político que no ha ocurrido con la intensidad necesaria y que más bien se abandera en torno a una de estas visiones, y mientras tanto posterga la solución de problemas que la población quiere que se aborden. Creo que aquí está la base del cuestionamiento creciente de la población a la política.

-¿Es complejo «enderezar el timón» con una Presidenta que marca un 15%?

-Indudablemente que es difícil, pero sobre todo, porque se inicia un ciclo electoral, donde un gobierno con tan baja aprobación comienza a ser un pasivo para el oficialismo. La Nueva Mayoría va a comenzar, ya de hecho lo está haciendo, a analizar su futuro y sus posibilidades electorales y posiblemente en ese rediseño el Gobierno no tenga la influencia que podría tener en otras circunstancias.

-«Es la economía, estúpido», es una frase que se le suele atribuir a un ex asesor de Bill Clinton para reflejar que el factor económico influye en la evaluación de un Presidente. ¿Cuánto impactó en la Mandataria y su Gobierno?

-Indudablemente que influyen en el margen. De hecho, hay varios estudios empíricos que sugieren que el deterioro de las expectativas económicas ayuda a explicar los cambios de signo político en las coaliciones gobernantes. Pero sigo creyendo que se produjo una gran brecha entre las expectativas que tenía la población respecto de las acciones que esperaba del Gobierno y las que llevó adelante, que produjeron la caída significativa en la aprobación.

Agenda presidencial

-La Nueva Mayoría obtuvo un 8% de evaluación positiva, la más baja de un conglomerado. ¿Cuánto es atribuible a la tensión del conglomerado, marcado por dos almas aparentemente irreconciliables?

-Indudablemente, estos conflictos influyen. El votante chileno es especialmente crítico de los conflictos. Pero no creo que sea la razón principal. La coalición es finalmente percibida como el sostén político de un conjunto de reformas y de una gestión que la población evalúa críticamente. Es ella la que aprueba en el Congreso estas transformaciones. Es inevitable, entonces, que pague el costo político de las mismas.

-Chile Vamos tampoco logró capitalizar la caída del Gobierno.

-Yo creo que esta realidad es propia de los sistemas hiperpresidencialistas. Chile Vamos está en el Congreso y la población comprende que es la Presidencia la que controla la agenda. En los regímenes parlamentarios es habitual que la caída en la popularidad del Gobierno vaya acompañada de aumentos en la aprobación a la oposición. Creo que ese fenómeno no se traspasa al presidencialismo. Más bien, en estos casos la demanda es por líderes que puedan asumir la Presidencia.

-En el oficialismo se ha señalado que el estudio no es una buena noticia para el ex Presidente Lagos. ¿Cuál es su análisis?

-Creo que la encuesta no es una buena noticia para ningún sector en particular. Dicho eso, es algo más negativa para el oficialismo. Ahora dentro de este, el liderazgo mejor posicionado es el de Ricardo Lagos. Es cierto que no destaca especialmente, pero también es efectivo que los atributos que se consideran más importantes para un Presidente en la encuesta, no están muy alejados de los atributos que se le endosan a Lagos. Por tanto, puede partir con alguna ventaja una eventual campaña presidencial.

-Por el contrario, ¿se consolidó el ex Presidente Piñera?

-El escenario político aparece como muy fluido y, por tanto, es difícil argumentar que consolida a alguna figura política, incluido a Sebastián Piñera. Pero tampoco creo que se cometa un error de interpretación al sostener que él aparece como una carta muy fuerte. En el pasado, a estas alturas la adhesión que suscitaban quienes resultaron electos, incluido él mismo, era mucho más alta. Eso devela la fluidez del escenario al que hacíamos referencia antes. Pero también hay que considerar que hace dos años, él aparecía en la encuesta como la décima figura mejor evaluada. En la actualidad es la segunda. Por cierto, no es porque él haya subido, se mantiene en los mismos niveles de evaluación positiva, sino porque otros han bajado. Ahora, esta situación de una resiliencia de su figura es un importante activo para un candidato presidencial.

-En este escenario, ¿se abre un espacio para el surgimiento de un frente de izquierda o de liderazgos populistas?

-No veo el riesgo de liderazgos políticos populistas. Si bien hay desafección con las coaliciones y partidos, creo que el voto no solo tiene que ver con esta condición, sino con una historia, identidades y otros factores, que hacen que los actuales movimientos tengan una capacidad de retener importantes votaciones que alejan el fantasma del populismo. Respecto del espacio para un frente de izquierda extra Nueva Mayoría e incluso Concertación, no veo que estén los votos.

«El vínculo que existía entre el pueblo y la Mandataria se rompió definitivamente»

-Un slogan de campaña de la Mandataria fue «Estoy contigo». ¿Se rompió su vínculo con la población?

-A juzgar por la situación política en la que se encuentra el Gobierno, no cabe duda de que el pueblo no percibe que la Presidenta «está con ellos». El vínculo que existía entre el pueblo y la Mandataria creo que se rompió definitivamente, sin perjuicio que, por las razones que esgrimí antes, algo de su popularidad se puede recuperar.

-En marzo comenzó a ponerse en marcha la gratuidad en la educación universitaria, un pilar de la campaña. ¿Por qué sigue siendo desaprobada la reforma?

-Quienes pensaban que esa política podía devolverle la popularidad a la Presidenta tienen una visión clientelística de la política. Pero yo creo que los ciudadanos no responden a esa mirada. Joaquín Lavín la intentó con algún éxito hace dos décadas, pero Chile es otro país: más educado, más crítico, más independiente y que evalúa muchas de las políticas y las acciones de un gobierno en su propio mérito. Las reformas educacionales a muchas familias y actores han traído más incertidumbre que certezas y esos climas nunca han sido un buen aliado de los gobiernos.

-¿Cuánto ha influido la puesta en marcha de las reformas en la caída del Gobierno?

-Creo que ha sido importante, pero hay una tendencia a desconocer este hecho. Se atribuye el deterioro a las acusaciones de financiamiento irregular o ilegal de la política o casos como Caval, que han influido, pero si uno ve las encuestas de 2014, puede notarse un fuerte y rápido deterioro en el apoyo al Gobierno en los grupos medios. Ellos son muy sensibles a las incertidumbres que generaron las reformas, porque su situación familiar depende mucho de una economía y política estables. Por tanto, creo que el diseño y la implementación de las reformas han jugado un papel muy importante en la caída de la aprobación presidencial y del Gobierno. Esta se ha reforzado con la poca flexibilidad exhibida por el Gobierno para girar el timón.

-¿Las reformas aparecen alejadas de las prioridades de la ciudadanía? Las principales preocupaciones son la delincuencia, la salud y la corrupción.

-La población valora mucho el camino transitado por el país desde 1990, pero siente un conjunto importante de inseguridades que no han sido debidamente atendidas por el sistema político. Un ejemplo son los ingresos en la vejez y las demostraciones que hemos visto en el último tiempo dan cuenta de ello. Esto viene apareciendo hace tiempo en las encuestas al igual que los temores a la delincuencia o a la posibilidad de enfrentar una enfermedad grave desde el punto de vista financiero o atención oportuna. Si se piensa cuidadosamente, la corrupción es también una fuente de incertidumbre, porque en esas circunstancias ya no se vela por el interés general. En su primer gobierno, la Presidenta insistió en la creación de un sistema de protección social que creo le hizo sentido a la población. Recuerdo que había una imagen de unas personas que caían hacia atrás y eran recogidas por una gran bandera chilena. Creo que refleja la demanda subyacente en la población: un mayor nivel de seguridades frente a la adversidad. Por cierto, no hay una imagen específica de cómo esto se puede lograr y no se trata de emular los modelos tradicionales de estado de bienestar, porque la población valora mucho la eficiencia y vincula esfuerzos con recompensas.

«No hay un juicio definitivo sobre la política en Chile»

-¿Por qué los alcaldes obtienen un mayor respaldo que los parlamentarios en la encuesta?

-Más interesante es constatar que este respaldo ayuda a comprender que no hay un juicio definitivo sobre la política en Chile. Los alcaldes pertenecen a los mismos partidos y movimientos que los parlamentarios. Por tanto, siempre hay que ser cuidadosos con afirmaciones tan tajantes. Mi impresión es que el alcalde, por la naturaleza de su actividad, se detiene menos en consideraciones ideológicas, y más bien está empujado a resolver problemas de la comunidad. Ello no significa que en esta tarea deje a un lado sus visiones ideológicas, sino que las armonizan con las respuestas que deben dar a las inquietudes de sus comunidades. Creo que es por esa falta de armonización que se cuestiona a la política nacional. A veces las soluciones o los primeros pasos toman demasiado tiempo, pero estamos viviendo un mundo muy cambiante que exige velocidades de respuesta que el mundo parlamentario no siempre parece tomar en consideración.

-¿Cuánto le preocupa la caída en la confianza de la clase política?

-No me preocupa tanto. Más me preocupa la caída en la confianza de las instituciones públicas y privadas. Creo que esto se debe a la impresión en la población de que su desempeño deja mucho que desear, y me parece que a ese fenómeno hay que ponerle la atención debida.