El Mercurio
Opinión

Humanismo: ¿Cuál es su valor?

José Joaquín Brunner.

Humanismo: ¿Cuál es su valor?

Se requiere una visión más balanceada del ser humano y el desarrollo de las sociedades, que incluya el conocimiento y los saberes de las ciencias sociales y las humanidades.

¿Qué dificultades enfrenta la política pública a la hora de definir las prioridades del apoyo y fomento de la investigación? ¿Es cierto que existe un poderoso sesgo a favor de las disciplinas de las ciencias naturales, tecnologías, ingeniería y matemáticas (STEM, por su sigla en inglés), como se alega frecuentemente? ¿Y que esto perjudica netamente a las ciencias sociales y las humanidades (SSH, por su sigla en inglés), cuyas disciplinas —como historia, filosofía, antropología, estudios clásicos, de literatura, comunicaciones y otras, llamadas a veces ciencias humanas o del espíritu— se verían sistemáticamente postergadas? Y de ser así, ¿a qué se debe ese desbalance y qué consecuencias produce?

Lo primero que cabe notar es que una visión exclusivamente o excesivamente económica de la investigación académica, como hoy predomina, reduce de inmediato el valor del conocimiento a sus aspectos utilitarios y sus impactos en productividad, innovación tecnológica y producción de bienes con alcance comercial. Se justifica así el apoyo y fomento de la investigación por la generación de beneficios económicos inmediatos. Este argumento tiene especial acogida en los ministerios de ciencia y tecnología.

En este plano, las disciplinas STEM se aprecian no solo como más competitivas, sino además como las únicas que justificadamente merecen promoverse. Los demás campos de conocimiento, relacionados con las esferas social, cultural y política, pasan automáticamente a la retaguardia y su sostén y financiamiento se conciben como meramente residual. Por ejemplo, un colega propone recientemente en este mismo medio que las becas para formar investigadores chilenos deberían reencauzarse de manera de favorecer “menos economistas, sociólogos, cientistas políticos y literatos; más ingenieros, técnicos, matemáticos y científicos”, pues este último tipo de talento ayudaría “a producir, eficientemente, bienes más complejos y sofisticados”.

Pero, ¿es correcto sopesar los bienes más complejos y sofisticados únicamente en función de su rendimiento económico? ¿O bien, creer que solo STEM responde a las necesidades, deseos, anhelos y esperanzas humanas? Resulta evidente que se requiere una visión más balanceada del ser humano y el desarrollo de las sociedades, que incluya el conocimiento y los saberes que desde antiguo son denominados studia humanitatis y hoy designamos como SSH.

Dichos estudios son parte esencial de la reflexividad de las sociedades contemporáneas; de su memoria histórica e imaginación de futuros posibles, su autocomprensión cultural y discernimiento ético, su tensión entre fragilidad individual y anhelos de trascendencia, su comprensión de las formas de vida en sociedad y del gobierno de las naciones, y de los procesos formativos y el cultivo de ideales humanos.

¿Tiene todo eso un valor económico directo? Seguramente no. Pero contiene otros valores, sin duda, tan o tanto más importantes que el retorno medido por beneficios de mercado. Ofrece a la sociedad una posibilidad para su propio autocultivo, en beneficio de ideales de humanidad; conserva el pasado como aprendizaje e ilumina las preocupaciones e interrogantes más fundamentales de las personas. En términos prácticos, alimenta el espíritu crítico, las apreciaciones estéticas, el sentido de responsabilidad con los otros, el respeto por el pluralismo de los valores y el ejercicio de una ciudadanía en tiempos de globalización.

No resisto la tentación de citar un hermoso pasaje de una carta de Maquiavelo a un amigo en que relata su vivencia diaria en contacto con su biblioteca de las humanidades: “Llegada la noche me vuelvo a casa y entro en mi escritorio; en el umbral me quito la ropa de cada día, llena de barro y lodo, y me pongo paños reales y vestidos curiales. Vestido decentemente entro en las antiguas cortes de los antiguos hombres, donde —recibido por ellos amistosamente— me nutro con aquel alimento que solo es mío y para el cual nací: no me avergüenzo de hablar con ellos y de preguntarles por la razón de sus acciones, y ellos con su humanidad me responden. Durante cuatro horas no siento pesar alguno, me olvido de toda preocupación, no temo a la pobreza, no me da miedo la muerte, me transfiero enteramente a ellos”. Tal es una experiencia SSH del creador de una de las disciplinas de este universo cultural.

Pero un nuevo balance entre STEM y SSH se requiere también para salvar el futuro que hoy reconocemos amenazado por diversas fuerzas destructivas. En efecto, las disciplinas STEM —precisamente por su poder de incidencia en el control y la transformación del mundo— provocan una extrema racionalización científico-tecnológica de los entornos naturales, de las actividades productivas, de las relaciones sociales y de la propia esfera cultural, con enormes riesgos manufacturados por la propia civilización industrial.

Mas se trata de una racionalización de medios, regida por la funcionalidad y la eficiencia, el cálculo de costos y beneficios, y la continua expansión —ahora global— de la explotación de los recursos naturales y las capacidades humanas. Es ese proceso, con todos sus progresos y riesgos, el que las SSH ayudan a interrogar y analizar desde una racionalidad de fines y valores, manteniendo abierta así las puertas hacia la esperanza.

Hay pues razones más acá y más allá de la economía —“Más cosas hay en el cielo y la tierra, Horacio, que las que se sueñan en tu filosofía”— que justifican apoyar resueltamente a las SSH, en pie de igualdad con las disciplinas que rigen la racionalización científico-técnica del mundo. Este es un balance que se requiere cada vez más patentemente y con mayor urgencia, para no terminar agotados por el progreso y aplastados por los escombros que deja tras de sí.