El Mercurio, domingo 16 de enero de 2005.
Opinión

Huracán político

Harald Beyer.

Lo que llama la atención de Bachelet es que la población manifieste con tanta convicción que ella puede superar a Lavín en el manejo de todos los problemas del país o que sus atributos personales son muy superiores a los de Lavín.

Michelle Bachelet no deja de subir en las encuestas. En la última del CEP, en las respuestas depositadas en la urna, un 35 por ciento de los entrevistados manifestaba que quería que la ex ministra fuese la próxima Presidenta de la República. Por primera vez aparece por encima de Lavín, que sumó un 28 por ciento de las preferencias. En julio del año pasado, el candidato aliancista y la precandidata concertacionista reunían 32 y 23 por ciento de apoyo, respectivamente. Estos resultados consolidan dos años de vertiginosa irrupción de Bachelet en el escenario político nacional; en diciembre de 2002 recibía apenas el 5 por ciento de menciones en esta pregunta. En esa misma ocasión, el 2 por ciento señalaba creer que ella iba a ser la próxima Presidenta de Chile. Ahora esa proporción ha subido al 43 por ciento, mientras que Lavín ha caído desde el 56 por ciento en ese entonces al actual 26 por ciento.

No es fácil entender qué hay detrás de esta estrella popular. A menudo, se intenta explicar esta situación estableciendo una analogía con la también sorpresiva aparición de Lavín en los 18 meses previos a la elección presidencial de 1999. Pero aquélla se construyó sobre la base de un conjunto de realizaciones bien presentadas acompañado de un mensaje de preocupación por los problemas de la gente. Esa estrategia, aunque cuestionada en su momento, parece haber dado resultados, probablemente porque era propicia para el momento de desaliento económico que vivía el país. En el caso de Bachelet, en cambio, no parece haber nada de esto. Recibió, en su momento, instrucciones para terminar las colas en los consultorios. Tomó el desafío, pero se ha transmitido poco de los resultados efectivos de ese esfuerzo. En el Ministerio de Defensa son aún más desconocidos sus logros. Seguramente los hay, pero la opinión pública difícilmente puede tener una percepción clara al respecto.

Tal vez esté tocada por la varita del Presidente. No hay que olvidarse que éste cuenta con una gran aceptación en la población, y si se percibe que ella es su elegida puede estar traspasándole parte de su popularidad. Después de todo, y aunque Lagos ha sido extremadamente cauto a la hora de mostrar sus afectos, a muchos debe resultarles muy plausible que el Presidente prefiera a una figura de su partido antes que otro nombre de la coalición oficialista. Pero claro, todas estas son especulaciones. No es fácil establecer un vínculo evidente entre la popularidad presidencial y la creciente inclinación que muestra el electorado hacia Michelle Bachelet.

Es tan difícil explicarlo que a veces surgen dudas de que estemos en presencia de una adhesión política dura antes que de una muestra de genuina simpatía hacia su persona. Para evaluar esa posibilidad conviene recordar que la irrupción de Lavín en la política fue con matices. Si bien la población creía que Lavín podía lidiar mejor con la delincuencia o que era más cercano a la gente que su rival en la elección de 1999, nunca creyó que tuviese, por ejemplo, más capacidad que Lagos para lidiar con los problemas de la educación o la salud o que su liderazgo fuese superior al del Presidente.

Precisamente lo que llama la atención de Bachelet es que la población manifieste con tanta convicción que ella puede superar a Lavín en el manejo de todos los problemas del país o que sus atributos personales son muy superiores a los de Lavín. Las adhesiones políticas habitualmente permiten tomar distancia del o la candidata preferida y matizar las opiniones respecto de ella. En este sentido, el apoyo a Bachelet parece tener mucho de adhesión a su persona, la que quizás aún no se ha cristalizado políticamente. Por cierto, esta situación podría ser el resultado de un derrumbe definitivo de la candidatura de Lavín. Pero, aunque superado por Bachelet, aún es bastante bien evaluado por la población no sólo de manera general, sino que también en atributos como honestidad, preparación para ser Presidente o capacidad para armar buenos equipos. Por último, no deja de ser interesante, dado el patrón más conservador de la votación femenina, que Bachelet aventaje a Lavín por 12 puntos porcentuales, mientras que entre los hombres esa ventaja se reduzca sólo a dos. En la elección presidencial pasada, Lavín superó a Lagos entre las mujeres, y en la reciente de alcaldes la distancia entre la Concertación y la Alianza fue el doble en hombres que en mujeres. Este potencial quiebre en la historia de las votaciones de hombres y mujeres puede tener causas profundas, pero también puede ser el resultado de un escenario político que aún no se ha fijado, a pesar del huracán político que es Michelle Bachelet.