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Ideales en la República

Joaquín Trujillo S..

Ideales en la República

Los chilenos debemos tener cuidado. Los seres humanos aprendemos de las decepciones. Lo que la decepción nos ha venido enseñando es que los ideales son engaños.

Cuando en los seres humanos de una época subsiste eso que se llama “un ideal”, sea ético, religioso, político, estético, es grave, pero realmente muy grave, ponerse a cargo de él, a la cabeza de quienes se adhieren, para después, sin mediar ninguna pedagogía ni acto de persuasión, abjurar, mezclarlo, disolverlo en cualquier solución ajena, o bien, insistir en él por capricho, orgullo, megalomanía, en suma, egoísmo, como para salir jugando, habiendo perdido o no habiendo sabido ganar. Y es que la energía de ese ideal no es eterna, se agota, deteriora, y es por eso que quienes asumen su defensa tienen una responsabilidad muy compleja.

En primer lugar, porque, como ocurre en estos casos, las ideas viven en seres humanos, no sin ellos. En segundo, porque un líder siempre lo ser pues, queriéndolo o no, ha sido el producto de una selección, ha apartado a otros en el camino. Está porque muchos no están. Cuando un ideal es mal representado, los frutos de la representación hablan por él, trasuntan sus secretos, todo su lado oscuro, de ahí que, como sospechaba el paranoide y nada incauto Robespierre, hagan mucho daño las infiltraciones, esos supuestos representantes de ciertos ideales puestos a jugar por adversarios o, en casos bastante más simples, menos intrincados, por la mera ausencia de rigor, de coraje, inteligencia, voluntad o prudencia, que también infiltran. Que sea sin mala intención, casi da igual.

Un ejemplo, nada ejemplar, lo vimos en los supuestos representantes de la educación pública. Esta verdadera columna vertebral de la república, a la que debemos tantos florecimientos en el pasado, quedó en manos de defensores apócrifos, parlanchines cuyo único mérito fue recordar que para una importante mayoría de la población ese ideal valía mucho la pena. Ellos ocuparon esa demanda de virtud cívica para sus propios negocios. Y hablaron de educación pública hasta que tuvieron el poder, y entonces la dejaron pringada y abandonada a su suerte, porque ahora había otras batallas. Es verdad que soldado que sobrevive sirve para otra guerra, pero están los que no sirven para ninguna

Los chilenos debemos tener cuidado. Los seres humanos aprendemos de las decepciones. Lo que la decepción nos ha venido enseñando es que los ideales son engaños. Al menos eso es lo que hemos tenido que ver en, repito, sus supuestos representantes. Pero los ideales no son forzosamente trampas.

Lo que pasa es que suele ocurrir que expertos timadores o, lo que para efectos prácticos no es muy distinto, gente pretenciosa y mentecata se visten con ellos a fin de sacar partido, agotarlos, reventar la marca y después pasar a otros, unos que todavía no estén manoseados. Pues bien, no nos dejemos defraudar. Los seres humanos sin ideales somos bestias. Por lo mismo, es muy importante que los sigamos manteniendo. La moraleja que habría que domeñar se resume en que sería bueno afinar el ojo, no confundirse, aprender a identificar falsos guaripolas. Y si no sabemos elegirlos bien, al menos comportarse prudentemente para cuidarlo poco que nos quede.