La Segunda
Opinión

Indecisión

Aldo Mascareño.

Indecisión

Gobernar implica renunciar también a convicciones en favor de soluciones, pero hay que hacerlo de manera oportuna para evitar que los problemas sigan creciendo ante nuestros ojos. Sin embargo, con la actual apología de la indecisión en que estamos sumidos, los problemas siguen su curso.

El historiador Reinhart Koselleck sostiene que uno de los importantes significados modernos del concepto de crisis está relacionado con la decisión. Afirma que la crisis se desata en un punto en el tiempo en el cual todos saben que es imprescindible tomar una decisión, pero nadie lo hace. Posponga la decisión de ir al dentista y vea lo que le pasa; dilate el inicio de su siguiente obligación laboral y en poco tiempo no tendrá trabajo. La crisis viene tras la procrastinación; es su inevitable compañera.

En sociedades modernas, personas y organizaciones tienen que decidir constantemente, pero la política se especializa en un tipo particular de ellas: las decisiones colectivas vinculantes, es decir, las que comprometen o tienen consecuencias para todos. Cuando elegimos democráticamente un gobierno o votamos por un político, le transferimos la tarea de usar recursos públicos en beneficio de la sociedad, de asignar puestos de trabajo, y de disponer en materias que nos afectan pública e incluso privadamente. A cambio esperamos que ellos sean capaces de tomar decisiones.

En la política de los últimos años —con excepciones honrosas— hemos asistido a un festival de indecisión. Confiados en que bastaba la voluntad de querer solucionar problemas, varias autoridades cayeron en una espiral de inacción. Lo vimos en los valiosos primeros meses de gobierno cuando el Ejecutivo perdió la iniciativa a la espera del resultado de la Convención, o cuando la fuerza política dominante en el Consejo no decidía si estaba a favor o en contra de una nueva Constitución e impulsó un trabajo sin real convicción que incluso los condujo a una escisión interna.

En materia de seguridad, el gobierno en sus inicios suspendía decisiones como el estado de excepción en La Araucanía y ha demorado demasiado en concretar la urgente reforma de los órganos de seguridad; ahora la brutalidad de la delincuencia y el crimen organizado golpea sin descanso. Y en estos días, cuando a pesar de que desde la “Constitución de Lagos” el presidente puede decidir remover a los comandantes en jefe, las autoridades se enredan en “sugerir” pasos al costado o en “llamar a la reflexión”.

A estas alturas, es claro que varios deben pensar que “no tomar decisiones es una decisión”, pero ese es un estándar de competencia interescolar que no se condice con la complejidad de los problemas que actualmente enfrentamos. Desde luego la tarea no es fácil. Gobernar implica renunciar también a convicciones en favor de soluciones, pero hay que hacerlo de manera oportuna para evitar que los problemas sigan creciendo ante nuestros ojos. Sin embargo, con la actual apología de la indecisión en que estamos sumidos, los problemas siguen su curso. Ese es un camino tan tibio como peligroso que, literalmente, conduce a crisis cada vez mayores.