El Mercurio, 30 de abril de 2017
Opinión

Indecisión

Ernesto Ayala M..

Primero, una salvedad: me considero un amigo de Gonzalo Maza, coguionista de «Una mujer fantástica», y puede que lo que escriba esté afectado por ese hecho.

Una mujer fantástica
Dirigida por Sebastián Lelio.
2017, 104 min.

Primero, una salvedad: me considero un amigo de Gonzalo Maza, coguionista de «Una mujer fantástica», y puede que lo que escriba esté afectado por ese hecho. Dicho eso, creo que la ambivalencia que siento después de ver la última cinta de Sebastián Lelio (1974), no proviene de esa fuente.

Por una parte, «Una mujer fantástica» es una demostración de que Lelio ha alcanzado una innegable madurez visual. Su cine es claramente menos dubitativo que en sus comienzos, con «La sagrada familia» (2005) o «Navidad» (2009). Más que exploración, aquí hay certeza y seguridad en el uso de los encuadres, los movimientos de cámara y en el montaje. Más aún que en «Gloria» (2013), esta cinta es visualmente atractiva, armada en su narración, fluida en su movimiento. Contribuye a ello también su acertada dirección de arte y fotografía, a medio andar entre Wong Kar Wai y Pedro Almodóvar, que logra poner la historia de Marina (Daniela Vega) en el plano real del Santiago de Chile de la segunda década del siglo XXI, y al mismo tiempo es un espacio algo abstracto de las películas que aspiran a configurar un mundo propio. Santiago, de hecho, está filmada con un tino pocas veces visto. No es la ciudad deprimente, gris, saturada y pobretona que nos acostumbramos a ver durante un tiempo, ni tampoco la urbe moderna, de rascacielos fríos, duramente «capitalista», sino una ciudad con matices, con rincones, moderna pero no apabullante, con un lado más diurno y otro más nocturno, con fachadas de vidrios polarizados, pero también fachadas continuas de comienzos del siglo XX. Se podrá discutir si ése es el Santiago real, pero la realidad final de las ciudades importa solo como sustrato o excusa para lo que se filtra a la pantalla. Lelio ocupa Santiago para crear una ciudad en la medida de Marina y de su historia, incluso, no pocas veces, como reflejo de su vida interior.

La trama es muy simple. Marina está de cumpleaños y Orlando (Francisco Reyes), su pareja, un hombre mayor, la lleva a comer y le propone un viaje a las cataratas de Iguazú. Esa misma noche él tiene un infarto cerebral y, pese a que ella lo lleva rápidamente a una clínica, muere. Marina, formalmente un hombre, sufre entonces la discriminación del aparato institucional del Estado, y de la familia de Orlando, que, entre otras cosas, le prohíbe asistir al funeral. Esta sencillez no es absoluto un defecto; de hecho, podría ser una fortaleza, pero la cinta no define con precisión qué pretende hacer con este material. Como cinta que denuncia a la sociedad chilena como conservadora y discriminadora anota sus puntos, pero no tiene la intensidad dramática que exige ese tipo de cine. Algunos personajes se sienten, además, caricaturescos. Como historia de redención, de quien busca levantarse de su destino, de sus culpas o de sus pecados, lo poco que sabemos de Marina no nos permite inferir que ella tenga un pasado o una historia que quiera dejar atrás. Es, aparentemente, una persona bastante clara, entera, sin demonios internos que la acosen. Como historia de un duelo suma quizás otros puntos, pero no alcanzamos a captar del todo la relación entre Marina y Orlando. ¿Ella nace de la pasión sexual, la complicidad estética o un entendimiento afectivo profundo? ¿Dónde está la médula de esa relación? ¿Qué es lo que Marina pierde? No lo sabemos. Casi no se habla de ese amor. Marina no tiene tampoco la capacidad verbal de defenderlo o justificarlo. Se la ve bloqueada, inmóvil, casi inexpresiva. Si a «Una mujer fantástica» le hace falta emoción, creo, no es tanto porque se buscó deliberadamente enfriar la puesta en escena o escapar del sentimentalismo para la galería; si le falta emoción es porque no se decidió a tomar una opción más nítida frente a lo que tenía entre manos.